La salida de Essaouira hacia Agadir, en domingo por la mañana y por una carretera que nunca se aleja de la costa, hace que uno piense en el correlato en nuestro país. Pues no, nada parecido a una caravana. La carretera, ahora que se ha acabado el lujo de las vías de alta capacidad, sigue siendo muy aceptable y el tráfico absolutamente fluido.
La diferencia horaria roza la paradoja. Estamos al este de las islas Canarias pero tenemos una hora oficial tan pegada a la solar, que las islas, como Portugal, tienen una hora menos como si su situación fuese inversa. Según se progrese hacia el sur, con la misma hora oficial, se entenderá mejor este vivir pegado a la luz solar. Como las gallinas se decía antes en España. También es cierto que los usos de la religión mayoritaria ayudan mucho a la hora de madrugar sin despertador. El muecín se encarga.
Tengo la sensación de haberme sacudido ya una parte de mi inocencia viajera. Anoche, el “vigilante” de la calle se me presentó, a mi y no a Fran. Le dije que de acuerdo pero que le pagaba por la mañana. Simplemente no estaba cuando hemos salido de casa. Hemos ahorrado unos pocos dirhams.
La progresión hacia el sur, cerca de la costa, despierta sueños turísticos quizá imposibles de conciliar con la citada religión mayoritaria pero alguno de los rincones playeros es impresionante. Antes de llegar a Agadir, con su impresionante crecimiento urbano, industrial y portuario, en la radio del Mitsubishi suena el hit de hace casi cuarenta años, llamando a la puerta del cielo, Knockin’ on Heaven’s door, de Dylan. Las FM de Marruecos están absolutamente en onda con la programación de cualquier rincón de Europa pero con concesiones a la calidad del pasado. Estoy coronando un alto. Al llegar un mirador ofrece una impresionante vista sobre el Atlántico y a lo lejos la gran ciudad del sur. Destruida por la naturaleza, terremoto y maremoto, en 1960 es hoy una modernísima aglomeración de casi dos millones de habitantes. Su latitud, la misma que la de Nueva Orleans o El Cairo, gracias al nordeste reinante, no resulta en absoluto pesada.
En el mirador citado, tres niños se acercan a charlar y a pedir. Es la otra cara de Marruecos. El mediano, once años, se hace entender muy bien en francés. El mayor, 15, no ha debido tener tanta escolarización. El pequeño solo tiene seis. Se quedan encantados cuando reciben, a petición estricta, para sus mayores, la ropa sucia acumulada en los primeros días de viaje. Heaven’s door. Pese a la crisis actual, el estrecho de Gibraltar sigue siendo la frontera más frontera del planeta. El IDH de Marruecos (130 en la clasificación) se sitúa en la frontera del aprobado mientras España (23) mantiene, de momento, el sobresaliente. Todos los demás países de la ruta suspenden. Es algo recurrente. Al llegar a Tánger el viajero puede pensar que ha llegado al fin del mundo. Día a día, el norte de Marruecos se va convirtiendo en el imaginario en algo muy parecido a Suiza.
La falta de limpieza, el olor corporal de los niños del mirador, me hacen pensar en Cuba y en las impresiones que reciben muchos de los españoles que han viajado a esa isla y no conocen ningún otro lugar del mundo pobre. Cuba, los niños cubanos, ganan por goleada, al menos la batalla de la limpieza.
La ruta nos lleva a la hora de comer a Sidi Ifni, una de las 54 provincias españolas cuando yo estudiaba bachiller en los Agustinos de la plaza del Reenganche. El lugar, mucho menos animado entonces, donde un amigo de Laredo hizo la mili. Una impresionante fritada de pescado del día cuesta el equivalente a 3 euros. Esa parte la pasa el reino alauita con notable muy alto. El hostal La Jaima, en la playa de El Ouatia, algo así como el distrito marítimo de TanTan, ofrece habitación y desayuno para dos por poco más de 10 euros y además Hassan, el joven propietario, habla no solo francés, se defiende muy bien en inglés.
Al sur de Agadir los controles de la Gendarmería Real se incrementan y empiezan a pedir los pasaportes. En TanTan hacemos 20 fotocopias con los datos básicos, personales y de los vehículos. En Nouakchott haremos cinco más. Se entregan en los controles y todo se agiliza extraordinariamente. Pero la cercanía al antiguo territorio español del Sahara, todavía en disputa entre Marruecos y los antiguos ciudadanos españoles, se nota y mucho.
La puesta de sol desde la azotea de la Jaima resulta espectacular
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