viernes, 19 de julio de 2019

Pedro, Pablo y el 22 de julio


Julio es uno de mis meses favoritos. El 7 siempre entra en mi combinación de la Primitiva. Es el mes del acceso a la función pública, oposición libre mediante. Y el de un cambio en mi estado civil, y algunos cumpleaños muy cercanos y algún viaje importante…y estos días estoy recordando mucho a mi abuela Balbina. La única que conocí y con la que hace cincuenta años ya me llevaba muy bien. No siempre había sido así. El caso es que, de esas cosas que quiero dejar dichas, yo vi el alunizaje de Amstrong y sus socios codo a codo con mi abuela. Y nadie más presente. Creo que era mediodía y mi madre estaría acabando de preparar la comida.

Mi abuela, como muchos otros hasta hoy mismo, pero eso lo he sabido más tarde, no tragó. Pensó que era un montaje y además, el escenario lunar le recordaba al Estudio 1 de aquella misma semana. Eso ya no sé si puede ser investigado. O mi abuela guardó  en secreto que veía peor de lo que confesaba y se arreglaba con aquellas gafas como las de John Lennon que todavía debe de tener una de mis hermanas. Que obra nos daría la tele única aquella semana de julio de 1969?

Julio, mes de viajes, aunque últimamente he podido viajar en cualquier mes del año. Privilegio de jubileta.  Vuelves de un viaje, ya contado en este blog y se muere Johnny Clegg, uno de mis escasos mitos musicales. Me gustaba su música y sus puestas en escena. He llegado a poner en clase un video de aquellos con mérito, grabado de la Tve2 en VHS… en el que él y un amigo zulú danzan medio desnudos y cada uno pintado medio cuerpo, de arriba abajo, con el color del otro. Me gustaba de Clegg fundamentalmente su compromiso con la igualdad, cuando eso en su país era muy peligroso.

Hace unos días me recordaba Facebook lo que considera un traslado a Dallas/Fort Worth. Era 14 de julio y volamos desde Bilbao vía Frankfurt. Se inauguraba un curso muy especial en nuestra familia. Hoy mismo, buscando la tarjeta de viajero frecuente de la compañía alemana, me he encontrado documentación de aquello que Facebook considera un traslado. Una tarjeta de crédito de un banco de allí. Y de la Biblioteca Pública y una temporal de las instalaciones deportivas de la Universidad de Texas en Austin donde nadé como un loco para matar los tiempos de un cónyuge sin mucho que hacer…Veinte años! Solo en el tango no son nada.

Acabar un viaje siempre significa volver a la realidad pese a que ahora no sea fácil la desconexión. Nueve días en casa y me quiero volver a marchar. Una ciudad que arde, aunque sea en fiestas, invita a marcharse y no aguanto ni a Pedro ni a Pablo. Ni la comedia a la que someten al distinguido público. No les compraría un coche usado a ninguno de los dos. Qué cruz, ambos, y no es por quedar bien con todos. Si hubiera escrito esto hace unas horas, y bajo tortura me hubieran hecho elegir, creo que me hubiera quedado con Pedro. Pero hace una hora parece que Pablo ha dado un paso atrás, lo cual, si es cierto, me lo coloca por delante. Pedro y Pablo, qué par de cruces! En la antigua Leningrado tienen el monumento que espero que nunca les dediquemos aquí. Tres meses sin negociar un programa! solo cargos para algunas personas. Absolutamente insoportable por todos los lados. Paso de hacer micras de distinción.

A ver, el lunes 22 es una fecha que guardamos en mi familia entre algodones. Y es el día en que Pedro y Pablo y todos los demás, van a tratar de que compremos sus motos respectivas. Mi fiesta familiar se remonta al año 1977 y justo en ese día, Dolores Ibárruri presidió la mesa de las Cortes debido a su edad… Habían pasado 38 años desde la última reunión de unas Cortes democráticas. Veamos si alguien lo recuerda. Mucho más tarde, en 2006, la víspera del 22 nos abandonó mi madre que ya llevaba semanas viviendo sin vivir… Julio! Y lo que se me quedará entre las teclas!



lunes, 15 de julio de 2019

Cracovia (Mitteleuropa III)


En la entrada anterior afirmaba que el diferencial ucraniano está al desnudo. Tiene una ventaja para turistas modestos: Los precios son moderados. El transporte público, tranvías, trolebuses y autobuses, es muy asequible, entre 20 y 25 céntimos de euro un billete sencillo. Un largo recorrido en taxi, del hotel a la estación de autobuses, seis euros. Y la mejor comida del viaje, en un local con un punto de sofisticación, el Museo de las ideas, por menos de 10 euros para dos. 

La frontera entre Polonia y Ucrania es pesada, también lo dije en la entrada anterior. Nivel africano. Más de tres horas de trámites y dos descensos del autobús, control de pasaportes y aduana… los vehículos particulares no lo tienen mejor. Y pasos a pie, con imágenes semejantes a cualquier otro lugar del mundo con diferenciales de precio y de posibilidad de conseguir bienes de consumo muy dispares a cada lado de la frontera.

Las autopistas polacas, relucientes, marcan otro contraste más que notable. Y Cracovia como meta. Katowice en este viaje no ha sido más que un aeropuerto instrumental. Silesia, carbón y los intentos por diversificar. Cracovia, a pesar de contar con muchos visitantes, fundamentalmente en fin de semana, no tiene la posibilidad de agobiarnos como en Budapest. Las temperaturas más frescas ayudaron mucho. Y alguna actividad de esas que nunca harán los turistas que se quedan en la ciudad vieja.

Nowa Hutta, representando el urbanismo que quiso servir al hombre nuevo que resultó que no era tan nuevo. En un domingo por la mañana, con buen tiempo, los habitantes más modestos, quienes no han podido alejarse de sus domicilios, pasean por el barrio. Helados y cervezas. Y el postsocialismo real, capitalismo desenfrenado, que ha llenado de sucursales bancarias los soportales de la plaza mayor. Los tranvías comunican el barrio con el centro en menos de 20 minutos. La amplitud de las calles, los espacios libres, envidiables. Nuestro sistema totalitario no tuvo esas debilidades.


Un paseo de un poco más de una hora nos lleva el lunes al montículo Kosciuszko. Todo el  turismo es doméstico y las vistas de Cracovia y alrededores espectaculares. Probablemente el recuerdo del héroe de la guerra contra Prusia se hubiera diluido de no haber sido por su colaboración con los rebeldes norteamericanos de George Washington.

El reverso, la factoría de Schindler, el del film de Spielberg. El domingo al mediodía no se podía acceder. Habían tenido que cerrar por exceso de visitas. El director de cine ha puesto Cracovia en el mapa de destinos turísticos más que todo su rico patrimonio arquitectónico. Tanto el ghetto como el barrio judío mantienen vivo el recuerdo del dolor vivido en el marco de la segunda guerra mundial. En proporción a su población, la pérdida demográfica neta de Polonia como consecuencia de la invasión nazi, es la más relevante de todos los países implicados.

En pleno centro histórico se mantienen algunas de las cantinas (bares de leche) del antiguo régimen. En el Pod Temida, el menú es escueto pero digno y muy barato, 44 zlotys para dos. Unos 10€. Sociología para visitantes inquietos. No es fácil entenderse si en polaco solo sabemos decir gracias. Y hay que guardar la mesa antes de coger la comida si no se quiere pasear la bandeja por tres salas diferentes…Por cierto, salvo el húngaro que es sabido que es muy singular,  los otros tres idiomas de este viaje, al menos en esa palabra que tantas puertas abre, se dice de manera muy parecida: Dakujem, en eslovaco, dyakuyu en ucraniano y dziękuję en polaco. Eso, gracias si habéis llegado hasta aquí. Esta semana se cumple el cincuentenario de la primera pisada humana en la Luna. No parece que los viajes masivos al satélite terrestre estén a punto. Así, Europa oriental sigue siendo, de momento, bastante diferente. 



domingo, 14 de julio de 2019

Leópolis (Mitteleuropa II)


El Intercity resulta tener la apariencia de los antiguos expresos nocturnos de la Península Ibérica,  aunque los seis asientos por compartimento en su tiempo por aquí, correspondían a la primera clase. La llanura húngara y las pocas paradas hacen que la velocidad media sea considerable. Al atardecer el horizonte se va ondulando. Las estribaciones de los Cárpatos anuncian Eslovaquia.

Al llegar a la estación de Kosice dos noticias, una buena: La taquilla de venta anticipada está abierta aunque pasan unos minutos de las 10 de la noche, y una mala: No hay billetes para el tren a Leópolis del día siguiente. Taxi al hotel en euros, pocos. Consulta rápida a las posibilidades de recuperar el plan inicial que habíamos abandonado al cambiar Debrecen por Kosice como parada intermedia. Autobús. A las 9 a Cracovia donde es más fácil el enlace.

Casi cuatro horas en bus cómodo, con alguna parada y una entrada en Polonia por las montañas del sur, un paisaje extraordinario y Krynika-Zdroj en el camino, una estación de invierno que en pleno verano tiene muchísimo ambiente en unos  Cárpatos  espléndidos. En Cracovia tenemos el tiempo suficiente para encontrar billetes de ida y vuelta a Leópolis y para almorzar en las cercanías de la estación. El calor de Budapest se ha terminado. El tiempo es bueno, soleado y fresco. El mejor para viajar.

A qué vamos a una ciudad que tiene tantos nombres diferentes y que está a más de 3.000 km de casa y de la que hace un año y medio no habíamos escuchado nada? A cumplir con una especie de flechazo surgido de la lectura de un relato que es mucho más que una novela. En esa ciudad nació León, el abuelo de Philippe Sands, autor de Calle Este-Oeste, y con esa ciudad que yo podía haber identificado como Lemberg, se relacionan personajes históricos dispares como dos de los juristas fundamentales en el juicio de Nüremberg contra los dirigentes nazis, que salvaron sus vidas porque huyeron a tiempo, y el propio gobernador nazi de la zona, uno de los acusados en el proceso citado.

La frontera entre Polonia y Ucrania es pesada, el autobús, de un lujo muy considerable, que hace el trayecto de más de 300 km por unos 10€, tiene en su horario una estimación de más de dos horas para los trámites fronterizos. La vuelta, la entrada en la Unión Europea, es peor. La policía polaca encuentra irregularidades en los visados de dos jóvenes y allí se quedan. Esa zona de Europa tiene una Historia tan complicada que probablemente se podría suspirar por no haber desmantelado el Imperio Austro-húngaro. De hecho, ese pasado austriaco está presente en todas las ciudades que hemos visitado.

El diferencial ucraniano está al desnudo: Frontera con la Unión Europea, ve de cerca las ventajas de la pertenencia, pero no las disfruta. Una ciudad declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad hace ya 20 años, debería disponer al menos de más pintura para sus hermosas fachadas, tener más presentables sus medios públicos de transporte, incluso muchos de sus taxis reclaman a voces la renovación. Y la ciudad es muy bella. Y algunos de sus edificios impresionan.

Impresionan, tanto o más, las muestras del nacionalismo, el empacho de banderas, los souvenirs antirrusos (papel higiénico con el rostro de Putin) Seguramente tienen muchas razones, al menos tantas como los héroes víctimas de la guerra inacabada que lucen sus fotos en posters en la iglesia de los Jesuítas… y Crimea… y la preocupación que, al menos desde la guerra de los Balcanes, podemos tener por esta otra parte de Europa. El nacionalismo es una enfermedad que no conoce vacuna, al menos de momento.

Y admite toda la frivolidad que se quiera añadir. Imposible no recordar al sujeto que comía en Budapest en la mesa de al lado, con una camiseta que reproducía la bandera catalana estelada y su acento rioplatense…Supongo que no se le habrá ocurrido, nunca, la posibilidad de que Salta o Santa Cruz, o cualquiera de las 23 provincias, lleguen un día a no formar parte de la República Argentina.

miércoles, 10 de julio de 2019

Buda y Pest, 40 años después (Mitteleuropa I)


Un vuelo directo desde casa y la oportunidad de un viaje a un destino literario, ha hecho que, tras cuarenta años haya vuelto a la capital húngara. Es otra ciudad, mejor o peor pero muy diferente. En agosto de 1979 llegué, llegamos, a Budapest procedentes de Rumanía. Tampoco era entonces lo normal pero habíamos usado un vuelo de Barcelona a Bucarest.

Cuando pasamos a Austria vimos que el telón de acero era mucho más real que cualquier expresión literaria. Hoy en Hungría están las luces del capitalismo y un nivel de vida aparente que confrontan con escándalo con los recuerdos. Alguna cosa ha mejorado. Es mucho más fácil hacerse entender en inglés, por ejemplo. Otras, un tráfico endemoniado que no existía, son fuera de toda duda mucho peores.

Buda ha cambiado menos que Pest. El centro se ha convertido en un parque temático, otro más, a reventar de un turismo tremendamente transversal: Acomodados-mochileros; mayores casi ancianos-jóvenes muy jóvenes; educados-semisalvajes… y en el cierre de la ola de calor: Budapest nos recibió a 38º C y sin agua  en el hotel. Hubo cosas mejores que la llegada y, además, Hungría esta vez no era más que una escala técnica. El destino final va en una entrada posterior.

Las tartas de Gerbaud siguen siendo espléndidas aunque las cajeras del supermercado donde compramos un picnic, supongo que no ganan lo suficiente para probarlas y por su aspecto, aquí ya estarían jubiladas. En la pastelería mítica gastamos en un almuerzo lo mismo que en toda nuestra alimentación en Ucrania, o algo más. Sobre jubilaciones tardías me ha parecido que sucedía en oficios diversos, desde conductores de hormigoneras a limpiadores de baños.

La ciudad está en obras y buena falta le hace. Hay edificios majestuosos que no han visto la pintura desde la época de Sissi y Francisco José. Un hotel céntrico al  que le falla el agua y que exige el pago en metálico, con todos los canales del televisor solo en húngaro, lo cual es fantástico para no saber nada de lo que sigue pasando en casa, ya saben eso de la formación de gobierno que, parece que tampoco es imprescindible para que las cosas, la economía, sigan funcionando. 

Hay variadas formas de picaresca, desde la visible del trilero, en lo más alto de la Ciudadela, a la más sofisticada del tipo de cambio, con y sin comisión. La moneda única nos ha restado anticuerpos a la hora de viajar en otras divisas. Tampoco sé cuánto queda en la memoria de aquel cambio ilegal de hace 40 años que te convertía casi en rico en moneda local sin nada en que poderla gastar.

Hay aspectos donde permanece la seriedad de la monarquía dual, ahora que el recuerdo del socialismo real es una  nebulosa. El transporte público parece eficiente, incluido un puntual ramal fluvial que posibilita un tranquilo recorrido por el río, al margen de las manadas ruidosas del turismo multicolor, por 750HUF, unos 2,5€. O el Intercity que nos llevaría a Eslovaquia y que tenía perfectamente señalizada una conexión en bus para los primeros kilómetros, debido a una obra de infraestructura ferroviaria. O la experiencia de un baño termal para uso exclusivo de nacionales.

Nadie prohíbe la entrada a extranjeros. Simplemente no van dos paradas de metro más lejos. Eso sí, mejor llevar moneda nacional. La entrada se puede pagar con tarjeta pero la fianza no. Un intento de aclarar que un billete de 20€ era casi diez veces más de la fianza exigida, estuvo a punto de provocar un ataque cardiaco a la cajera, joven como para no haber conocido el régimen de partido único, y con un nivel de inglés como el de mi difunta abuela. Nos socorrieron unos clientes locales, más que majos.