Hace cuarenta años yo estaba en el turno de tarde. La empresa en la que
trabajaba me daba ciertas facilidades para cambiar los turnos y asistir a clase en
la Universidad de Barcelona. Pero en aquella época no era fácil empezar las
clases antes del 12 de octubre, así, en septiembre me parecía más cómodo no
madrugar. La tarde del viernes 26, a la hora de fichar para salir, ya lo
sabíamos. El Consejo de Ministros había conmutado algunas penas de muerte pero
también había dado el enterado para
cinco. Una de ellas se iba a ejecutar en Barcelona y también sabíamos que sería
de forma inmediata.
Antes del verano se habían celebrado elecciones sindicales.
Yo formaba parte de la candidatura que literalmente barrió en las mismas. A
principios de aquel año en la fábrica habían despedido a más de 500
trabajadores, casi todos ellos dirigentes o cuadros medios del movimiento
sindical clandestino, o sea, de CC.OO. La candidatura vencedora, con el
nombre de C.U.T, de cierta resonancia chilena, candidatura unitaria de los
trabajadores, no era más que una plataforma legalizada del movimiento
clandestino citado.
La preparación de las elecciones nos había puesto en
contacto con los despachos de abogados que asesoraban y facilitaban las tareas
sindicales. En aquellos densos días de después de las vacaciones veraniegas, en
esos despachos de Barcelona, casi todo lo que se movía tenía que ver con uno de
los presos que tenían condena de muerte.
Juan Paredes Manot,
Txiki, tenía cuatro
años menos que yo. Nunca vi su rostro antes de aquel sábado 27 de septiembre. Como
activista de ETA había participado en un atraco a un banco que costó la vida a
un policía. No quedó demostrado que fuera el autor del disparo mortal. Los
consejos de guerra sumarísimos celebrados durante la dictadura tenían un
denominador común: el culpable estaba señalado con anterioridad al juicio.
Pocos días después, desde las ventanas de la casa en la que
vivía con una de mis hermanas, mi cuñado y mis sobrinos, pudimos ver como se
manipulaba la realidad cuando un miembro de las fuerzas de seguridad caía
muerto. Poco importaba de donde hubieran salido los disparos. No se iban a
reconocer errores propios con resultado de muerte. El fuego amigo en una dictadura no tiene sitio.
Aquella mañana de sábado de hace cuarenta años fusilaron a
otros cuatro activistas antifranquistas. Pero desde entonces hasta hoy Txiki ha
permanecido en mi memoria. Cada 27 de septiembre el recuerdo vuelve. Hoy hace
cinco años que estrené este blog. Allí está el recuerdo del 35 aniversario. El
hecho de que el atraco, el juicio y la ejecución fueran en la ciudad en la que
vivía entonces y que sus abogados defensores fueran conocidos y por tanto
llegase la información con detalle, creo que hizo y hace que sea Txiki, y no
los otros cuatro, quien encabece mi recuerdo.
No tengo ninguna facilidad para las artes plásticas pero
aquella mañana de sábado me la pasé llorando y, por primera y única vez en mi
vida, pintando una acuarela. Ni el Papa en su petición de clemencia fue escuchado.
Al dictador le quedaban dos meses de vida. Luis
Eduardo Aute, aquella mañana o poco después, también se hizo cargo de esas últimas
penas de muerte aplicadas por la dictadura franquista. (…)Presiento que tras la noche, vendrá la noche más larga, quiero que no me
abandones, amor mío, al alba(…)
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