viernes, 27 de septiembre de 2019

Estambul (y 3)


El domingo por la mañana tomo el tranvía en sentido contrario. Besiktas, como Galatasaray o Fenerbahce, para mí solo tenían significado futbolero. Después del viaje… Sí que se aprende viajando. Ya lo creo. El palacio de Dolmabahce parece muy espléndido pero no estoy dispuesto a echar dos o tres horas en ambiente versallesco y rodeado de miles de guiris. Después de un paseo por el barrio cojo el ferry y vuelvo a Asia. Toda la vida sin ir, y dos veces en doce horas, ese puedo ser yo.
Kadikoy un domingo por la mañana es un respiro de paz y bastante autenticidad. En el mercado del pescado le pongo nombre a los chicharrillos que he visto pescar en el puente de Gálata. Son isravits. Las rebalisas, tan abundantes en el Cuerno de Oro, no aparecen en el mercado. Los salmonetes tienen el tamaño que más me gusta pero no tengo cocina y en el kettle del hotel no estoy seguro de que me vayan a quedar bien fritos. Empiezo a comprar algunos recuerdos. Nada que ver con los precios turísticos. La minipizza que me hace de tentempié tampoco. Ya controlo Kadikoy y Karakoy o sea que vuelvo a Karakoy. Como al lado del hotel, descanso un poco y me lanzo a otra larga marcha.

Hagiosman, en el final de la línea 2 del metro, no debe ser un destino muy turístico pero en cuanto se empieza la cuesta abajo, el paseo es de cinco estrellas, con el parque a la derecha y el Bósforo otra vez abajo, bastante abajo. Al final una zona bastante acomodada, pija para el nivel medio de allí, con muelle de yates y una terraza en la que el çay se acerca al euro por taza. Habrá que esperar al aeropuerto para superar la cota de Tarabya. Un autobús y el metro desde el Politécnico me devuelven a Gálata a tiempo de cenar en el Armada.

Es un restaurante que quizá se pueda encontrar todavía en alguna localidad no costera, preferentemente. Manteles blancos, aparentemente de hilo y con un vidrio encima para no lavarlos a diario. La comida expuesta en vitrinas refrigeradas que facilitan la elección por señas. Una ensalada que en Mallorca hubieran llamado trampó aunque con un pimiento combativo, un arroz con pasas, pechuga de pollo rellena de verduras y bebida no alcohólica, agua o zumos, por 34 TL, unos 5,5€. Compro más recuerdos en Istiklal a la salida. Es el optimismo del acierto. Al día siguiente volveré, claro.

El lunes vuelvo a las islas. Me empieza a divertir mi desenvoltura. Recargo la tarjeta del transporte público en turco. Algunas ofrecen la posibilidad de hacerlo en español y hasta ahora me había arreglado en inglés. Como no tengo un billete de 10TL, tengo que repetir la operación. No sé hacerlo mejor con dos billetes. Seguramente se podrá pero mi turco deja mucho que desear. 50 TL en transporte para cinco días. 1,5€ por día. En el muelle de Eminönü mato los minutos de espera analizando el hábito femenino. En Estambul creo que se puede seguir diciendo que la mayoría de mujeres no llevan nada por la cabeza.

Las que llevan algo, llevan cosas muy diferentes. Salvo el burka total, he visto de todo, pero insistiendo en lo que me ha parecido la mayoría. Unos pocos hombres visten al estilo tradicional. Hombres, y mujeres con la cabeza descubierta, en su inmensa mayoría, pasarían totalmente inadvertidos en nuestras calles. No he visto mujeres fumando por la calle. Todavía se fuma mucho. Las calles están en general muy limpias salvo por las colillas. Y sí, en las terrazas las mujeres fuman. No he visto el más mínimo incidente de ningún tipo salvo algún atasco de tráfico. Algún despliegue de policía y/o ejército en sitios muy turísticos recuerdan la alerta en la que vivimos hace años en todas partes.

El día es llamativamente luminoso y el Mármara está mucho más calmado que el viernes. Esta hora larga de barco, desconectado, me hace reflexionar sobre lo excesivamente conectados que solemos estar. Paso el muelle asiático de Kadikoy y la primera isla, Kinaliada, y la del viernes, Burgazada y como vamos con algún retraso y veo unas calitas muy aparentes antes de llegar al muelle, desembarco en Heybeliada, que en griego tenía un nombre relacionado con el cobre que es el color dominante en la isla. Mi destino, Buyurkada, tiene fama de ser la más masificada.

Algún resorte inexplicable me hace consultar los horarios de vuelta. Algún amigo se ha quedado colgado en Pedreña o Somo. Lunes 16 de septiembre: Empieza la temporada de invierno. No íbamos con retraso. Ha cambiado el horario, mi folleto ya no sirve y tengo dos horas hasta el próximo barco de vuelta. Buscando las calas, llego a un peaje: Un parque de peaje. 7TL, poquito más de un euro. Vale la pena. Llego al liceo de la isla antes de darme cuenta, en mi mejor interpretación de bilbaíno consorte, de que estoy dando dos vueltas. No he visto el acceso a las calas. Hay una valla en el acantilado aparentemente continua. Pregunto, que es lo que tanto nos/me cuesta, y encuentro una puertecita abierta… Me baño en el Mármara. El agua está limpia y templada. ¿Cuántos de los que han visitado esta ciudad se han bañado aquí? Si se dispone de unas cinco horas, vale la pena, con o sin baño.

Los mercantes en espera de muelle han disminuido apreciablemente. Era llamativo a primera hora. Las tasas del puerto deben ser altas y el lunes a primera hora querrán entrar todos. Como no he comido mucho, salgo a merendar. El capítulo de dulces en este país es inabarcable. Ya había caído una baklava mejor, la de hoy es una necesidad. Tengo que madrugar mucho. De vuelta al hotel empiezo a arreglar la maleta y subo al bar de la azotea a tomar una cerveza mientras se pone en sol. Pasará lo mismo al amanecer pero no lo he visto, los atardeceres son muy impresionantes. Ceno pronto, de nuevo en el Armada, elijo un relleno distinto para la pechuga de pollo y perdono el trampó agresivo. La factura baja a 24Tl, menos de 4e.

Me vuelve a ocurrir, en Istiklal, cerca del consulado sueco. Un joven me pide fuego, no tengo pero está convencido de que soy turco. Él tampoco parece sueco, es de una provincia del este y está de paso en Estambul. Se sorprende de que sepa que su provincia esté en el este pero es que casi todo está al este visto desde aquí. Tiene buen nivel de inglés y un tío en Sabadell con un kebab y lo más importante: No me hace elegir equipo de fútbol. No es infrecuente que se enrollen por la calle. Aparentemente sin más intención que conversar.

De madrugada el recepcionista me llama un taxi de confianza que por 30€ me deja en el aeropuerto en algo menos de media hora… El servicio VIP de la llegada no mereció la pena. El aeropuerto nuevo es enorme. Tanto a la llegada como a la salida, se emplea casi media hora de rodadura después del aterrizaje o antes del despegue. A una hora y media sobrevolamos la costa italiana del Adriático. Un poco antes, las islas dálmatas y un poco después el centro de Roma,  y Ostia y el norte de Cerdeña a las dos horas. El vuelo de vuelta es muy puntual y a las 11.30 estamos en la terminal de Calatrava en Loiu. Me ha parecido que era un viaje que se podía contar.

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