El segundo día me he propuesto estar en Santa Sofía a la
hora de apertura, las 9, y lo hago con tranvía desde Karakoy y desayuno pillado
al vuelo en una panadería. Acierto. No hay casi nadie en la fila de entrada y
gozo de unos minutos, pocos, con la maravilla bizantina bastante vacía. Cuando
empieza a llenarse, me voy al piso superior y vuelvo a acertar. Todavía no ha
subido mucha gente. Cuando empieza a ponerse imposible, me refugio en un video
sobre el proceso arquitectónico de la basílica. Allí lo del arbotante de las
primeras líneas. Afuera llueve. No hay mucha prisa para salir.
Intento llegar a la mezquita azul antes de las 12. Pero es
viernes y no abren a los infieles hasta las 14.30. Aunque visito la Cisterna,
también con una fila de entrada aceptable, no me parece que deba esperar. Un
comerciante de alfombras se dirige a mí en castellano. Me desoriento. Llevo una
etiqueta de Iberia en la mochila y él tiene novia en Avilés. Conoce Santander.
Ha tenido otra novia española. De Elche. La Desideria de Antonio Gala
parece plural. Y las pasiones turcas se pueden ocultar en un físico más
discreto que el del protagonista de la película de Aranda. Cambio de escenario. Tranvía, metro 2 y metro 6 y alcanzo
las proximidades de la Universidad del Bósforo, con vistas espectaculares sobre
el estrecho.
Desciendo a pie y sigo por la orilla. Cuando me doy cuenta
de lo cansado que estoy, cojo un bus que me lleva a Taksim. En terreno
conocido, como de picnic, como tantos otros. Descanso un rato en el hotel y
como el día parece que ha mejorado, cojo un barco a las islas. Burgazada, con
escala en Kadikoy y Kinaliada, que parece una broma en catalán, toma un poco
más de una hora y cuesta menos de un euro por trayecto con tarjeta del
transporte público.
El tiempo ha mejorado pero el sol, a esa hora de la tarde,
ya no compensa el nordeste fresco que ha salido y que agita el Mármara. No me
baño y me quedo con las ganas ¿Cuántos turistas se han bañado en esas aguas? Un
çay, creo que todavía he pedido té, por 4TL hasta que llega el barco. El
anterior té lo tomé en Mazcuerras, en una visita a Aselart y el anterior no lo
recuerdo. No tomo mucho té. He pasado casi tres días en Estambul sin caer en la
tentación. El de Burgazada ocupa un lugar intermedio en precio. Desde 1,5 en
Balat, a 5,5 en Tarabya y algo más de 7 en el aeropuerto. El viaje de regreso resulta
memorable con la tarde apagándose por encima de los minaretes. Ceno otra vez en
Istiklal, en un moderno muy occidental por unos 12€. Todavía no me atrevo con
el Armada.
El sábado no madrugo demasiado y me arrepiento en la
mezquita azul. Demasiada gente y demasiada restauración, pero es una maravilla
aunque me parece algo menor, pese a su
fama, que la de Solimán. A la salida encuentro un cambio que me parece bueno,
mejor que el que mi banco me ha hecho aquí antes de salir, pero todavía los
encuentro mejores. Este mes, con toda la fluctuación que circula por el mundo,
en Estambul te pueden dar entre 6 y 6,30 TL por un euro. Vuelvo a atravesar el
Gran Bazar. Ir de compras no es un deporte que practique con mucho entusiasmo,
pero parece que aquí, el Bazar es algo más. Acabaré comprando en las
proximidades del hotel, al lado de la torre Gálata. Y en Istiklal. Y en Asia.
Pero no en los bazares.
Unos edificios curiosos me llaman la atención. Investigo
posteriormente. Era un lugar de llegada de caravanas, un albergue, un cambio de
caballerías, fiestas nocturnas... En la época en que Estambul era
Constantinopla y todo el comercio del mundo pasaba por allí, creo que en mis
clases de arte el profesor lo llamaba
caravanserrallo. Vuelvo al hotel, como, descanso un rato y me lanzo a la calle
de nuevo. Largo paseo por Balat después de informarme del lugar en el que Russell Crowe, en el Maestro del agua, encuentra hospedaje y
algún calor para su viudez con una posadera encantadora.
Me vuelvo tan loco, yo solo, discutiendo conmigo mismo sobre
la gentrificación, que cojo varios medios de transporte, incluyendo un barco
que me lleva a Usküdar donde cojo un metro. El hijo de un amigo residente en
Estambul desde hace años me había recomendado un haman en el lado asiático y
allí fui. Si eso era el sábado 14, diez días más tarde mi espalda guarda
señales del peeling que, guante
poderoso mediante, me practicó un turco
no menos poderoso. Todo correcto, todo auténtico, aunque el encargado de
recepción se defendía aceptablemente en inglés, y muy buen precio. Unas seis
veces menos que los turísticos del centro.
Vuelvo bastante tarde para cenar según los usos locales. El
Armada, ahora que iba dispuesto, ya está cerrado. Repito en el del viernes. Me
acuesto con una medalla personal: A la mitad entre los sesentaytodos y los setenta, he pisado Asia por primera
vez. No va a ser la única/última.
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