No quiero saber cuántas referencias a tal día como el de hoy
se cruzan por este blog y por otras publicaciones que puedan llevar mi firma.
Una jornada con triple acción, como algún detergente o medicamento, desde el
desgraciado 11 de septiembre de inicio del milenio. Los otros dos, en mi caso,
nacieron juntos, gemelos. No me había enterado del significado del 11 de
septiembre catalán hasta que Pinochet asesinó
la democracia y a miles de compatriotas en 1973.
Acababa de terminar la mili, me había reincorporado a mi
trabajo, un amigo tenía una compañera valenciana muy radical que informaba a
diario de prodigios que tardaron años en suceder… Octavillas anunciando concentraciones en las
Ramblas aparecían en numerosas ocasiones cerca de la parada de autobuses de la
fábrica… Franco no había pasado por
la UCI y Carrero seguía comulgando a
diario en los Jesuitas de la calle Maldonado, a tiro de piedra de la embajada
de los EE.UU. Las concentraciones de aquel tiempo rara vez eran superiores a
cuatro o cinco docenas de personas, eso sí, con enorme mezcla social. Así era
la Barcelona antifranquista que recuerdo.
Con la diferencia horaria y la censura, a media tarde las
noticias sobre Chile todavía eran confusas. Algunos años más tarde las imágenes
del Missing de Costa Gavras, premio Donostia de este año, nos pusieron ante el
espejo de la pesadilla. El caso es que ya hubo gritos a favor de Allende aquella tarde en Barcelona. Si saltamos delante de Boadas, creo que no
llegué al Poliorama. El Raval de 1973 era mucho más emocionante que el
posterior a los Juegos de casi veinte años más tarde. Perderse por él, el juego
que había iniciado al poco de llegar a Barcelona en el otoño de 1970.
Con la linterna puesta en el fracaso del día, o del
semestre, esa imposibilidad al parecer
metafísica de entenderse entre los dirigentes de las dos patas de la
izquierda española, se me amontonan momentos en los que nos hubiera parecido
absolutamente irreal esa imposibilidad. La unidad de la izquierda caía
asesinada en Chile, y faltaban meses para que la unidad de la izquierda no
consiguiera convencer, todavía, a la mayoría de los franceses. Hubo que pasar
el septenato de Giscard y verle
junto a Pinochet en el entierro del tirano local, pero año y medio antes del
triunfo del PSOE en 1982, Mitterrand
lo consiguió.
No consigo reprimir la idea de la calidad, escasa, del
material del que están hechos los dirigentes actuales de la política española.
Todos o casi todos y, desde luego, los cuatro varones que encabezan las cuatro
opciones más votadas. Nadie me va a encontrar puntuando medio centímetro más o
menos, o salvando un poquito el rostro o el culo de alguno de ellos. No han
hecho mucho más en sus vidas y no valen para esa profesión. Que se reciclen o
que entren en Telefónica a tiempo para el próximo reajuste de plantilla, que
también es noticia del día, pero que vengan dirigentes más capaces.
La otra idea que me asalta a diario desde hace semanas es la
tarea que un compañero de trabajo y yo teníamos asignada en un tiempo concreto
de la clandestinidad sindical. Yo representaba la corriente mayoritaria y Lorenzo la minoritaria. La sintonía
personal era muy alta. Yo del Cantábrico y él del Campo de Gibraltar… y así en
casi todo. Pero nos entendíamos, pactábamos las redacciones de una hoja de
difusión interna y después había que ir a entenderse con otras expresiones del
movimiento sindical… Y se negociaban convenios que afectaban a la vida diaria
de miles de trabajadores y no se consultaba a las bases hasta estar convencidos
de que no había nada más que rascar: Esto es lo que hay. Lo tomamos o lo
dejamos.
En qué escuela de negociación se han iniciado Pedro y los
Pablos y Albert? La gota fría no lleva,
todavía, el nombre de Torra. Pero
queda verano, para bien y para mal. Tengo la fortuna de alejarme unos días,
siguiendo al pirata de Espronceda
voy a amanecer con Asia a un lado y Europa al otro. Y cuando vuelva no quedará
mucho tiempo de sufrimiento. Ojala el 10 de noviembre no tenga significado
electoral
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