El blog cumple estos días nueve años. Los que llevo en las
clases pasivas, jusjus y jasjas. Estas entradas especiales van dedicadas a las
más de 124.000 visitas que ha tenido la publicación y que todavía no acabo de
creerme. He tardado mucho en materializar una visita a esta ciudad enorme.
Seguramente demasiado. Tengo motivos para recordar que a principios de 2016, ya
tenía seleccionados los vuelos, pero ese mismo mes hubo un atentado brutal en
la mezquita azul. Y la ciudad sufrió otros en marzo y en junio y en diciembre…
y lo fui dejando. Pero el tiempo pasa –y nos vamos poniendo viejos…
Arbotante. Esa pieza clave del estilo gótico. Me pareció ver
un antecedente en un video en Santa Sofía. Y no salió la palabra a mi pantalla
mental hasta varias horas después: Otra prueba de que no podía retrasar más
esta visita: Nos vamos poniendo viejos. Me venía a esa pantalla, arquitrabe y
arquivolta y sabía que no era eso. Al menos parece que sabía que empezaba por
ar pero no sé si Estambul es ciudad para viejos.
Llego muy tarde y el taxista tiene que preguntar aunque su
navegador le indica que ya estamos. No hay desayuno en el hotel y mi primer
desayuno turco resulta un error. 24TL, 4€, por un café y un croissant. Los
siguientes días todo eso mejora. Por 4€ se puede comer o cenar. Ese es el nivel
real de precios fuera de los circuitos más turísticos. Primera mañana, paseo
con algo de despiste y sin plano y llego a la mezquita de Solimán el Magnífico. Tan magnífica como el sultán. Los bazares, a
la ida y a la vuelta, la mezquita nueva, en restauración tan profunda que no es
fácil hacerse idea de su realidad… Tentempié por un euro, oficina de turismo,
tarjeta para el transporte público y más paseo. Topkapi, casi a medio día, está
imposible y Santa Sofía y la Cisterna, peor. Pero al menos a Santa Sofía tengo
que volver.
Vuelvo a bajar al Cuerno de Oro. Me informo. El bus 99 me
lleva al teleférico Pierre Loti.
Había seguido al escritor francés desde su casa en la Charente Maritime hasta
Islandia. Sus estancias en Estambul debieron marcar mucho su vida. Recuerdo una
decoración turca en su casa de Rochefort. Solo me queda ya, ver su paso por
Hendaya donde nacieron varios de sus hijos y donde murió. Las vistas de la
terraza del café que lleva su nombre merecen tanto la pena como la mejor
mezquita de la ciudad. Allí almuerzo y vuelvo en barco hasta Karakoy. Descanso
un rato en el hotel y vuelvo a la calle. En esta ciudad las calles llaman con más intensidad que los almuédanos.
Istiklal, la Independencia, al atardecer, es un mundo en sí
misma. Comer y comprar o comprar y comer durante un par de kilómetros donde, en
ocasiones, parece concentrarse una parte muy importante de la población de esta
enorme ciudad. Y los visitantes, turcos y extranjeros. Y acabas comprando. Y
cenando. Quien se atreva a pedir por señas, nadie habla otra cosa allí que no
sea turco, debería probar el restaurante Armada, en el 231 de esa calle. Entre
4 y 6 euros para cenar muy bien, al estilo tradicional, muy mediterráneo e
islámico. Yo repetí dos días seguidos.
Me confunden con un nativo. Me preguntan algo que
evidentemente no entiendo… Me entra la risa. Siempre actúo de manera parecida
ante lo que me parece tan… Es natural, pero puede parecer un mecanismo
defensivo. Aclarada la procedencia, me quiere hacer elegir entre el Barça y el
Madrid. Le aclaro que hay más opciones. No conoce el Racing. No puedo evitar
recordar Bogotá. Hace casi nueve años, Edison,
de La Puerta Falsa, recitó de
corrido… Está recogido en este blog.
En mitad de la calle una iglesia católica, San Antonio, con
una exposición en el patio sobre el franciscano polaco San Maximilian Kolbe, asesinado por los nazis en Auschwitz. No puedo
quedarme a ver su relación con Estambul. El sacristán me llama, “Efendi,
Efendi”, que es la hora del cierre. Nunca me habían llamado Efendi. Creo que es
algo más que caballero. La cena de ese primer día en una terraza de un
callejoncito perpendicular a Istiklal resulta muy agradable aunque se pasan con
el precio de la cerveza, 30TL, unos 5€.
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