lunes, 9 de octubre de 2017

Hablar/ Parlar


En un lunes muy especial, entre el cansancio y la satisfacción por el éxito de la carrera solidaria a la que, con muchos otros, he dedicado mucho esfuerzo en los últimos meses, voy enfocando algún episodio del fin de semana que no me ha gustado demasiado. El sábado por la mañana me sentí en la piel del genial Charlot. En aquella secuencia en la que con una bandera, presumiblemente roja, todavía no había color en el cine de 1936 cuando se rodó Tiempos modernos, Chaplin encabeza una manifestación sin habérselo propuesto y acaba detenido por la policía.

https://www.youtube.com/watch?v=4TAB4hZlc68

Llego con mi camiseta blanca, me pareció excesivo ponerme pantalón del mismo color, San Fermín había sido tres meses antes, a la plaza del Ayuntamiento. Hay más gente de la que pensaba y todavía faltan más de diez minutos para mediodía. La primera persona conocida que encuentro lleva unos carteles con la leyenda doble #Parlem/ #Hablemos. Llega un amigo de mi amiga. Es fotógrafo profesional. Le pide que levante un cartel, que quiere hacer una foto. Le pide que aguante el cartel unos tres minutos. Se va a alejar un poco para tener mejor perspectiva de la plaza bastante llena.

Mi amiga me pide que, ya que soy más alto, que levante yo el cartel que se verá mejor. Ningún problema por mi parte. Como moscas a la miel… en pocos segundos se me acerca un señor probablemente algo mayor que yo. Me pregunta con cierto tonito que qué significa (mi cartel) y le respondo que qué no entiende porque dicen lo mismo. Sigue increpándome sobre la convocatoria, que él no ha visto en el periódico. No sé cómo ha acudido hasta allí con, detalle no menor, una bandera española a modo de capa. No hay muchas en la plaza y una es la suya.

Tercer acto. Empieza a hablarme de chorizos. Se refiere a los chorizos catalanes pero yo le pregunto, ya un poco mosqueado, si se refiere al presidente del gobierno y otros dirigentes de su partido que están colapsando los juzgados de media España con sus casos de corrupción. Eso ya le parece intolerable y se marcha sin despedirse. No nos hemos cruzado ni una palabra más gruesa que otra. Bien. Yo sigo con el cartel. Quizá no han pasado los tres minutos pedidos por el fotógrafo amigo de mi amiga. Como moscas a la miel… Llega, a por mí, una señora.

Sin banderas. Ni de blanco. Colores vivos. Aire flamencote, dicharachero. En este caso la pregunta es: ¿de qué hay que hablar? Y sin espacio para mi respuesta: ¡será dentro de la Constitución! Mi respuesta: Por supuesto. Incluso de la posibilidad de reforma que contempla dicha norma suprema ¿no? Ya se ha ido con el mismo aire con el que había llegado. Una familia valenciana, que ha escuchado todo, me felicita. Están de puente festivo ya que hoy es el aniversario de la conquista de la ciudad a los musulmanes, allá por el siglo XIII… ¿Tenemos más Historia que futuro?



Mi brazo está cansado y bajo el cartel. La foto está hecha. Habrá salido ayer en algún diario, pero no será muy diferente a la mía con el cartel en el brazo de mi amiga. Creyendo que hay que hablar. Que siempre es mejor hablar que disparar, que golpear. Que hay que hablar de todo. Como se dijo en el País Vasco cuando había violencia terrorista, para el momento en que esta cesara. Se podría hablar de todo sin violencia. Por la tarde, en el mismo lugar hay otra concentración. Con muchas más banderas. Me lo han contado, yo tenía otras cosas que hacer esa tarde.


Lo voy a decir una vez más: Cientos de millones de personas incluyen entre sus creencias religiosas la imposibilidad de tomar el nombre de Dios en vano. ¿Podemos hacer algo parecido con las banderas? Con todas. No las convirtamos en anuncios publicitarios imitando a los de detergentes. Hay demasiados millones de muertos detrás de las banderas y estamos en un siglo en el que parecía que eso ya no estaba de moda. Hablemos. Parlem-ne. Hablemos de eso. De lo que hay que hablar.

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