Ya había buscado la foto que acompaña cuando leo a Borrell acerca de la situación en Gaza. Hace casi diez años la foto de un niño sirio ahogado en una playa del Egeo movió miles de conciencias. El conflicto en Siria iba ya por su tercer o cuarto año, ha durado hasta hace poco, si es que ha terminado, y en aquel momento se levantó una ola gigante en media Europa pidiendo acoger a los refugiados sirios. Fue espectacular conocer de primera mano que por algo menos de diez euros las vidas que se ponían en peligro después de pagar mil, podrían haber hecho el trayecto seguro. Desde la costa turca a alguna isla griega. Faltaba un papel. Un salvoconducto humanitario. Nadie dudaba de que en Siria había una guerra…
Han cambiado tantas cosas desde entonces que año y medio después de haber empezado el actual conflicto en Palestina, los miles de muertos, mayoritariamente menores, no han encontrado todavía su foto. La que empiece a mover conciencias. Me pregunto hoy, día en que millones de seres humanos celebran una gran festividad religiosa, cuál es la tasa de cambio, no la diaria del dólar con el euro, el yen o el franco suizo, no. Cuántos miles de niños palestinos asesinados serán necesarios para que encontremos la foto equivalente a la de aquel niño sirio, Aylan. El tirano El Asad muchos años después consiguió escapar a Moscú. El criminal Netanyahu es posible que también encuentre refugio. Todo el entramado jurídico-político mundial que nos ha protegido, más a unos/as que a otros/as, en los últimos ochenta años, está siendo dinamitado. Y no hay que olvidar que eso empezó antes de que Donald -como el pato- ocupase la Casa Blanca… Aunque el descaro ahora es sustancialmente mayor: quieren convertir las costas de Gaza, bastante cerca del Egeo, en resort de lujo. Una operación de blanqueo superior a cualquier otra en cualquier rincón del planeta.
Y si hoy es la Pascua de
Resurrección, hace tres días era el jueves de la Última Cena. Fecha elegida por
el gobierno de España para escenificar un abrazo con el régimen marroquí que
reste esperanza, si quedaba alguna, a un futuro digno para los saharauis. La realpolitik ha tenido estaciones muy
diversas durante la guerra fría. En Corea y en Vietnam; en Alemania; en China;
en Cuba… Aquí, como muchas otras veces llega tarde y mal. Y como en algún
poema, no se salva ni Dios. Hay antiguas ministras que ahora vociferan y no
movieron una pestaña hace tres años, cuando ocupaban cartera. Hay sectores del
gobierno que dicen, ahora, no estar de acuerdo. Pero ni entonces ni ahora han
dado el portazo de salida. Eso es exactamente la realpolitik. Tragar. Se supone que a cambio de algo. Una herencia
envenenada del franquismo –merece la pena recordarlo: la orden de abandonar el
territorio y regalárselo a Marruecos y a Mauritania incumpliendo la legalidad
internacional, se produjo con el dictador todavía vivo-. Pero los gobiernos de
la democracia, incluyendo el actual, no han mejorado nada la suerte de aquellos
que un día fueron españoles y dejaron de serlo. Podría ser un acto solemne del
cincuentenario que preparan las autoridades… Yo, para lo que me queda, he
vuelto a contestar una oferta de Ryanair ofreciéndome volar barato a Dajla,
Marruecos. Mi respuesta, telegráfica, Dajla NO es Marruecos.
Tampoco estará mal observar, a
finales de este mes, el desarrollo del congreso de los populares europeos en
Valencia. El papel que le dejen a Mazón.
En las fotos en las que aparezcan los Weber
y Von der Leyen con las Dolors Montserrat y los González Pons… ¿habrá hueco para el
president? Hasta entonces, ¿podrá Núñez
F salvar su primera bola de partido, aquella con la que declaró haber estado
enterado en directo y en todo momento gracias a su comunicación con un señor
que no comunicó con nadie? Los bolos se están jugando en un terreno poco previsible
hasta hace muy poco. Hay asociaciones de víctimas, hay más de doscientas vidas
desaparecidas y el derecho penal tiene sus propias reglas. No va a resultar
fácil decidir que todo ocurrió sin que nadie pudiera evitarlo. Puede haber
condenas por no haberlo intentado… Y no puede faltar mucho para que se sepa con
claridad dónde estuvo cada uno/a y con quién.