martes, 12 de junio de 2012

Senegal (SB07)



Después de una etapa que me ha recordado como ninguna al famoso rally, parece que a última  hora somos nosotros los que estamos de rally. La sensación es que se acaba la luz y estamos muy cerca de Saint-Louis y mañana vamos a madrugar y no serán posibles las fotos… Hay una primera que no me resisto. Durante un viaje que ya rebasa los 4.500 kilómetros, unas cuantas horas de conducción en solitario, es inevitable repasar mentalmente agendas, historias, recuerdos diversos. La primera imagen de esta segunda ciudad de Senegal, francesa antes que Niza en el tiempo histórico, me lleva, cosas mías, a la ría de Treto. El puente que atraviesa el río Senegal es de la misma factura y autores que el viejo puente de la nacional 634 sobre el Asón. Quién me lo iba a decir cuando en el pasado atravesé a diario aquel puente, durante años, para ir a dar clase al Instituto Bernardino de Escalante de Laredo.

 Recuerdos mucho más próximos, de hace un rato, de la frontera y del almacén de la aduana que acabamos de abandonar, me llevan también a todo lo que un día conocí sobre el África negra. De hecho, el tema escrito que bordé en mi oposición a profesor de bachiller hace más de treinta años. La corrupción sin ningún tipo de suavizante, el racismo visto del revés: Dos europeos recogiendo  en el suelo zapatos de niño, apañando se diría en el pueblo de mis mayores, mientras un montón de africanos, de pie, nos miran, quien sabe si sonriendo. El mundo –de hace un tiempo- al revés. No es eso lo malo. Mientras recogemos zapatos destinados a niños de Gambia que nunca han calzado un par, alguien del entorno del oficial de la aduana senegalesa nos levanta un colchón absolutamente nuevo que Ikea ha donado a la Federación de Niños del Mundo. Otro aduanero decide quedarse con dos zapatos del mismo pie dejando, como resultado, inservibles, para él y para el mundo, dos pares. 

 Los muelles de Saint-Louis al atardecer son un hervidero humano con la descarga del pescado y las embarcaciones de un colorido fascinante. Tengo una primera impresión que un poco más tarde, al salir a cenar, ya de noche, confirmo. Hay algo en esta ciudad, francesa en el siglo XVII, que recuerda a otra ciudad que también tuvo su momento histórico francés. Me acuerdo de Nueva Orleans…

 Senegal, las primeras cervezas en diez días. Senegal, otra música, casi imposible de discernir de qué lado del Atlántico. Senegal, los tratados de geografía humana de la escuela francesa reales casi un siglo más tarde. En cuanto amanece recuerdo el Gorou-Papy, el manual de generaciones… Senegal, amanecer en el final de la estación seca. Mercado de Thies. Pistas de tierra rumbo al paso de frontera de Farafenni. Parece que nadie se fía del ferry de Barra que nos llevaría directos a Banjul…

 El ferry de Barra es el que tomo a la vuelta. Como peatón no hay problemas de demoras. Se coge el primero que sale, atiborrado como todos los demás. El asunto se puede volver desesperante con un vehículo. Me dicen que la espera puede superar las 24 horas. Desde Barra a la frontera de Darsilam voy en un mercedes compartido por 50 dalasis (1,25 €) y otro tanto le doy a Malang, el joven que se ha hecho cargo de mi ya desde la estación marítima de Banjul. Y me he dejado. Ahora voy solo y la sabiduría de Fran ya no me protege.
  La vuelta a Senegal me resulta muy simpática. Creo que se me hace más natural hablar en francés. El moto-taxista que me baja a la estación de autobuses de Karang puede que no tenga 18 años, pero ha peleado muy bien ser él, y no otro, mi transportista para ese par de kilómetros. No regateo los mil francos que me pide (1,5 €). Es el momento segundo, el primero se me ocurrió en el ferry, en que bendigo la idea de hacer este viaje de vuelta solo con equipaje de mano. Una maleta hubiera sido una tremenda dificultad. Bendigo a todas las providencias por no tener que hacer más que un uso menor de los aseos de la gare routière, de otra manera se me hubieran conmovido hasta los cimientos.

 La negociación para el precio del sept places me llena de regocijo. Puede que al principio se quedasen un tanto desconcertados con mi respuesta a su primera petición “Voy a alquilar una bici” pero después en un tono muy amigable llegamos rápido a un acuerdo y me dejan la plaza del copiloto, que se muy bien que es la que no quieren. Es muy cómoda, pero los sustos de la conducción temeraria son mayores. Sin ponerse en marcha el vehículo, por la ventanilla, dos vendedoras consiguen colocarme unas bananas y una bolsa de agua. Todavía no se que ese día no voy a comer. Me desquitaré en la cena ya en Dakar.

El recorrido de cinco horas alterna durante una buena parte del inicio, hasta Kaolack, el asfalto y la tierra, después va mejorando y al llegar a Dakar ya es una autovía. Por el camino nueva reflexión que me acerca a casa. Es viernes al mediodía. Si todo va bien el lunes a primera hora en Parayas. Un cartel enorme me anuncia un proyecto de ayuda en un poblado. En francés, el patrocinador, Coopération Madrilenne y el logo del sumatorio y la M. Sin ninguna referencia más. A  mi estas cosas me ofenden muy poco, lo reconozco, pero me resulta inevitable pensar que diría alguno de los grandes defensores de la presidenta Aguirre si eso sucediera con alguna otra comunidad autónoma, preferentemente si ocurriera con Cataluña o el País Vasco. Pues eso.

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