miércoles, 6 de junio de 2012

El Capitol


El 6 de junio me enganchó desde muy pequeño. El desembarco aliado en Normandía puso la guerra en su última fase. Todavía tuvieron que morir muchos, cientos de miles, millones, pero ya no hubo duda salvo para los más cercanos al dictador alemán, los más fieles, los criminales tan culpables como el propio Hitler.

Durante el curso 1962-63, cuando se estrenó en Santander la película que en casi tres horas da cuenta detallada de los hechos acaecidos ese día, quizá ya sabía nombrarlo en francés, le jour le plus long, y también estoy seguro de haber tardado decenios para saber nombrar la película y el hecho histórico en inglés, the longest day, pero sé que con esa película se inauguró un cine en Santander que fue la referencia durante muchos años.

Una ciudad muy provinciana que a falta de otras posibilidades tenía en el estreno de los sábados del cine Capitol su acontecimiento semanal de primer orden. Sistemas de proyección y sonido novísimos y una pantalla de amplitud nunca vista en la ciudad y que parecía estar milagrosamente suspendida de la nada.

El continente era fastuoso, el contenido variable. Recuerdo con alguna emoción varios éxitos cinematográficos de aquella década prodigiosa, incluso los que no pude ver en su estreno por falta de edad, como West Side Story o uno que ya más crecidito, seguramente me puso literalmente cachondo, como El Graduado. 

A la guerra me ha llevado la fecha, pero también el hecho de estar hasta las cejas de escuchar durante semanas la evolución de la prima de riesgo o del índice del IBEX como si fueran operaciones militares. Ahora avanzamos, ahora retrocedemos, hoy nos vapulean, ayer parecía que lo teníamos controlado, o la propaganda oficial que, como en la guerra, nos intenta convencer de lo uno o de lo contrario.

En las cercanías de la plaza de Cañadío, la vértebra urbana del ensanche burgués y los barrios altos, que en esta ciudad se pueden parecer a la kasbah argelina, escuché el martes de la semana pasada, mientras acudía a la presentación de la última novela de Ramiro Pinilla, casi nonagenario y tan lúcido como siempre, escuché a una pareja de cierta edad, con aspecto de vivir en la kasbah, por encima de Santa Lucía, a donde se dirigían, les escuché hablar, con cierto volumen, de lo que había ocurrido aquel día con la prima de riesgo. Creo que había subido, pero no estoy seguro.

El contenido, como el de las películas del Capitol, me viene inspirado por la vicepresidenta del gobierno. Mientras sus compas de gabinete, Guindos y Montoro, se dedican al navajeo mutuo y a meter la pata sin parar, ella trata de convencernos de que ahora, ahora, supongo que de diciembre hasta hoy, ahora España es la campeona del reformismo. Nunca, desde el siglo XVIII, se denominó así a lo que ahora hace este gobierno. Después de esta etapa del PP en el gobierno, confío en vivir para verlo, el lenguaje necesitará una adaptación tan profunda o más que la propia economía. 

El Capitol se ha convertido en un supermercado y desgraciadamente en la guerra actual entre los poderosos chorizos salvajes, y sus políticos, contra la mayoría de la población del planeta, todavía no parece que se haya llegado al 6 de junio, quizá ni a Stalingrado. Hay que esperar y, todavía, sufrir mucho. Pero no pueden ganar. Nos jugamos la propia especie.

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