La muerte de Juan Marsé me ha llevado a releer la primera de sus obras que cayó
en mis manos. No suelo hacerlo. De hecho, que yo recuerde ahora, solo he
releído voluntariamente Cien años de
soledad de García Márquez, más
alguna novela policiaca, en este caso, siempre por error, por no recordar que
ya estaba leída. Debí leer Últimas tardes
con Teresa entre mi primera visita a Barcelona, como turista, en el verano
de 1967 y mi instalación en aquella ciudad, en octubre de 1970 para estudiar en
su Universidad y trabajar en una de sus mayores fábricas mientras completaba
mis estudios.
En esta relectura, tantos años
después, me he dado cuenta de que en la primera no pude disfrutar de la
geografía urbana de la capital catalana como lo he hecho ahora. Tampoco pude
percibir aspectos de la sociología política tan bien descritos por Marsé. El
Partido, su interclasismo, de los barrios marginales de la capital a las
suntuosas mansiones en la costa… Todo eso lo conocí algunos años más tarde de
la publicación de la primera edición. Tardé mucho en saber quién
era Federico.
Hay una campaña publicitaria que me
ha parecido brillante, jugando con los términos, aislarse e islarse. Hasta
ahora, el último no existía. Por regla general de nuestra lengua, el uno debe
ser lo contrario del otro. Y ahí se ha querido situar Ibiza, la protagonista de
esa campaña. Solo he estado dos veces en esa isla. La primera en 1977, me
atrevería a decir que todavía no había estallado el fenómeno o que era tan
reducido que una pareja, no muy paleta, no lo supo encontrar. En 1998, el
fenómeno tenía tal calibre que hizo de vacuna: No he vuelto. No es lo mío. En
esta situación provocada por la pandemia, la isla podría reconvertir su oferta.
Si sigue pegada al modelo que la ha llevado a la cumbre del turismo mundial…
puede que mate sus huevos de oro.
También fue el de 1977 mi único verano griego
e incluyó Miconos en la visita y allí sí que ya había al menos una playa con
cierto desmadre, nos ganaban en tiempo recuperado tras las dictaduras militares
padecidas por los dos países. Un ciudadano griego, rojo confeso, nos tomó el
pelo con la operación que había llevado a una compatriota suya a ocupar el
trono de España… No sé cómo está evolucionando el modelo Miconos ni si este
verano trata de reconvertirse. Tampoco pienso volver, al menos a esa isla.
La primera edición de Últimas tardes con Teresa parece que
tuvo su forma definitiva el verano anterior a su edición, en la provincia de
Segovia, en Nava de la Asunción, donde Jaime
Gil de Biedma tenía su casa familiar y a la que invitó a Juan Marsé. La
casualidad, qué otra cosa podría ser, ha hecho que el sábado pasado yo haya
presenciado el encuentro de un profesor del Instituto de aquel pueblo y una
antigua alumna, más de cuarenta años después. El marco del encuentro, la plaza
de Ayllón…
Aquel profesor, que ahora cuenta con
ochenta años, pudo estar en aquel claustro de profesores mientras Marsé
terminaba la obra que le abrió el camino del éxito… A la
vuelta de ese fin de semana castellano y caluroso, un baño en el Cantábrico,
improvisado, sin toalla, sin nada de hecho. Liencres como Miconos en 1977 pero sin
desmadres añadidos.
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