La
pereza hizo que ayer no publicara una entrada con la fecha, 3 de noviembre,
como título. Todos los relacionados con esta ciudad saben su significado, uno
de los más tremendos en nuestra historia local. Cientos de muertos por la
explosión de un barco, el “Cabo Machichaco”, ocurrida en nuestros muelles hace
casi 120 años. Hago las aclaraciones para ayudar a los lectores de fuera de la
ciudad y región. Continúa siendo un misterio para mí el hecho de que entren a
este blog tantos americanos, del norte y del sur, y bastantes europeos más
nórdicos que nosotros.
Pero
como al parecer, y una amiga se va a alegrar al leer esto, todo tiene su lado
positivo, no haber escrito ayer hace que el protagonismo lo alcance hoy alguien
que lo merece mucho más que una siniestra explosión. Alberto Pico ha conseguido
algo que muchos persiguen y no consiguen: Tener distintos homenajes en vida.
Uno de los mayores privilegios de la mía ha sido pertenecer durante años al
mismo claustro de profesores que este hombre. Haber colaborado en el cambio del
nombre por el que el Instituto de Bachillerato del Barrio Pesquero lleva desde
hace quince años su denominación actual: Alberto Pico.
Lo
de hoy, sumamente sencillo, la inauguración de una placa sujeta a una modesta
piedra en la entrada de su barrio, ha tenido al menos un valor: que él, con
cierto deterioro en su salud, haya podido asistir. La presencia del alcalde y
muchos concejales, y muchos otros cargos públicos de diferentes asignaciones
políticas contribuye a realzar lo que Alberto significa en esta ciudad:
Bonhomía, por encima de ideologías y de clases sociales.
No
tenemos mucha costumbre en nuestra sociedad y no están los tiempos para
demasiadas concesiones pero yo, hoy, he estado encantado de compartir el acto
con gente tan variada. A la inmensa mayoría, por supuesto, no los conozco.
Después, antiguos compañeros de trabajo, antiguos alumnos y las personalidades
que por sus ocupaciones públicas todo el mundo conoce. De todas las
adscripciones políticas. El mismo Alberto hizo un llamamiento a superar lo que nos diferencia en su breve
discurso.
No
he podido evitar el recuerdo de mi primera asistencia a esa iglesia. Verano de
1970. Una boda de amigos. De encargo. Eran comunistas y necesitaban vadear
reticencias familiares. Desde 1991, incorporado ya a un Instituto sin salón de
actos, muchas más, a veces para cantar con el coro del Instituto, otras en días
especialmente dolorosos, funerales, de padres de alumnos, de alumnos, el
recuerdo de Pablo me ha resultado especialmente doloroso.
Pero
yo he pasado en esa iglesia, el 21 de octubre de 2008, el peor momento de mi
vida y lo pasé allí no por ser una iglesia, sólo por ser la iglesia de Alberto.
Muchas veces, en broma, le dije en la sala de profesores, mientras fumábamos un
ducados –qué tiempos- que era un privilegio trabajar junto a un santo. Se reía.
También se reía cuando le decías, como se entere el obispo –de alguna actuación
poca ortodoxa desde el punto de vista de la jerarquía- te van a despedir de esa
empresa.
Ni
me va a tocar a mi mover el proceso de reconocimiento oficial, ni alcanzaré a
verlo, pero cada vez estoy más convencido de que no era una broma. Es un santo.
Y lo dejo escrito.
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