domingo, 4 de noviembre de 2012

Alberto Pico




La pereza hizo que ayer no publicara una entrada con la fecha, 3 de noviembre, como título. Todos los relacionados con esta ciudad saben su significado, uno de los más tremendos en nuestra historia local. Cientos de muertos por la explosión de un barco, el “Cabo Machichaco”, ocurrida en nuestros muelles hace casi 120 años. Hago las aclaraciones para ayudar a los lectores de fuera de la ciudad y región. Continúa siendo un misterio para mí el hecho de que entren a este blog tantos americanos, del norte y del sur, y bastantes europeos más nórdicos que nosotros.

Pero como al parecer, y una amiga se va a alegrar al leer esto, todo tiene su lado positivo, no haber escrito ayer hace que el protagonismo lo alcance hoy alguien que lo merece mucho más que una siniestra explosión. Alberto Pico ha conseguido algo que muchos persiguen y no consiguen: Tener distintos homenajes en vida. Uno de los mayores privilegios de la mía ha sido pertenecer durante años al mismo claustro de profesores que este hombre. Haber colaborado en el cambio del nombre por el que el Instituto de Bachillerato del Barrio Pesquero lleva desde hace quince años su denominación actual: Alberto Pico.

Lo de hoy, sumamente sencillo, la inauguración de una placa sujeta a una modesta piedra en la entrada de su barrio, ha tenido al menos un valor: que él, con cierto deterioro en su salud, haya podido asistir. La presencia del alcalde y muchos concejales, y muchos otros cargos públicos de diferentes asignaciones políticas contribuye a realzar lo que Alberto significa en esta ciudad: Bonhomía, por encima de ideologías y de clases sociales.

No tenemos mucha costumbre en nuestra sociedad y no están los tiempos para demasiadas concesiones pero yo, hoy, he estado encantado de compartir el acto con gente tan variada. A la inmensa mayoría, por supuesto, no los conozco. Después, antiguos compañeros de trabajo, antiguos alumnos y las personalidades que por sus ocupaciones públicas todo el mundo conoce. De todas las adscripciones políticas. El mismo Alberto hizo un llamamiento  a superar lo que nos diferencia en su breve discurso.

No he podido evitar el recuerdo de mi primera asistencia a esa iglesia. Verano de 1970. Una boda de amigos. De encargo. Eran comunistas y necesitaban vadear reticencias familiares. Desde 1991, incorporado ya a un Instituto sin salón de actos, muchas más, a veces para cantar con el coro del Instituto, otras en días especialmente dolorosos, funerales, de padres de alumnos, de alumnos, el recuerdo de Pablo me ha resultado especialmente doloroso. 

Pero yo he pasado en esa iglesia, el 21 de octubre de 2008, el peor momento de mi vida y lo pasé allí no por ser una iglesia, sólo por ser la iglesia de Alberto. Muchas veces, en broma, le dije en la sala de profesores, mientras fumábamos un ducados –qué tiempos- que era un privilegio trabajar junto a un santo. Se reía. También se reía cuando le decías, como se entere el obispo –de alguna actuación poca ortodoxa desde el punto de vista de la jerarquía- te van a despedir de esa empresa.

Ni me va a tocar a mi mover el proceso de reconocimiento oficial, ni alcanzaré a verlo, pero cada vez estoy más convencido de que no era una broma. Es un santo. Y lo dejo escrito.

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