Hace unos días, cuando pensé que la fecha de hoy podía merecer una entrada extra a este blog, no se me había pasado por la cabeza ni que la sentencia fuera tan rápida ni que fuera condenatoria. No quería creer que “el que pueda hacer que haga” ni mucho menos “el fiscal va p’alante” podrían desembocar en donde lo han hecho hoy ¿casualmente? 20 de noviembre de cincuenta años más tarde.
A principios del verano pasado escuché en directo a Baltasar Garzón, en la acera de la
calle Tantín, con un pequeño grupo de asistentes al acto organizado por
Desmemoriados y la Fiscalía de Derechos Humanos y Memoria Democrática de Cantabria, le escuché –más o menos
textualmente- que de la sala segunda del Tribunal Supremo cabía esperar lo
inesperado. Parece que conocía de cerca de qué hablaba.
Mientras preparaba la comida he escuchado a un jurista
solvente y probadamente democrático decir que hay que esperar, para una
valoración firme, a conocer el conjunto de la sentencia. Yo no soy jurista, tampoco
me voy a precipitar. Eso queda para dirigentes neofranquistas. Que haya dos votos particulares cuando desde el inicio del
juicio se sabía que dos miembros del tribunal, mujeres ambas, están adscritas a un perfil progresista mientras
los otros cinco cojean de la otra pierna…Es posible que sea tan casual como la
fecha elegida.
Escribir hoy hace ineludible esa entrada pero mi compromiso
era otro ¿qué hice yo tal día como el de hoy en 1975? Entre los recuerdos
directos, una trasnochada más la noche del miércoles, esperando el último
“parte” del “equipo médico habitual”, frente al televisor, al lado de mi
hermana y esperando a mi cuñado. Salida temprana de casa, sin poner la radio
para no despertar a nadie. Mis clases empezaban a las 8. En mi doble calidad de
estudiante y trabajador, mi jornada era larga. Empalmaba la facultad con el
turno de tarde en la fábrica, con una hora escasa para comer junto a la
gasolinera del Paseo de la Zona Franca.
Como empleado de una empresa automovilística había tenido
facilidad para adquirir mi propio vehículo. Eso me facilitaba enormemente el
triángulo de desplazamientos: Casa-> Zona Universitaria-> Zona Franca->
Casa. El transporte urbano estaba bastante peor que ahora. No debía tener radio
en el coche en aquel momento, pero seguramente observé menos tráfico en la calle
Aragón y en la Diagonal y la confirmación de la noticia entre los pocos alumnos
que estaban en la puerta de la facultad, cerrada a cal y canto. Uno de ellos
era de Santander, Ramón, teníamos
amigos comunes. Tenía que entregar un trabajo y parecía que ya iba con retraso.
No sé cómo consiguió o ya tenía, el teléfono de la profesora. Me ofrecí a
acercarlo a donde había quedado con ella. Mientras le esperaba en un bar –no
tenía nada mejor que hacer- apareció en la pantalla del televisor el presidente
del gobierno en aquella famosa intervención, con la lucecita de El Pardo ya apagada…
Puede ser una fantasía generada posteriormente pero creo que
la clientela del bar, cercano al límite entre Barcelona y L’Hospitalet, no
aparentaba ninguna tristeza. Tampoco algarabía. Esa llegó en el descanso del
turno de tarde y al final de la jornada, en la bodega de la esquina: calle
Huelva con Trabajo, muy cerca de donde pocas semanas antes, en un rifirrafe
poco conocido y menos explicado, murieron dos agentes de policía por disparos
de sus compañeros, de guardia en el cuartel de la calle Guipúzcoa. Y en aquella
bodega sí, corrió el cava aunque por primera y única vez en mi vida, yo ya
había bebido alcohol antes de la hora del Ángelus.
No he sido capaz de encontrar la publicación –de esta misma cabecera- que denominaba al nuevo Jefe del Estado, hoy emérito, como Juan Carlos el Breve pero creo que la que reproduzco era la que circulaba aquellos días, en mi fábrica y en mi facultad casi como si tuviese depósito legal.
Gaza, vergüenza de la
humanidad; Gaza, siempre en la memoria

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