lunes, 7 de septiembre de 2020

Algún abajo firmante más

 

Después de la evaporación del rey emérito, que tuvo sus firmas de apoyo hace un par de semanas, ahora, la declaración de Rodolfo Martín Villa ante la jueza argentina Servini, que le instruye un caso por presunta culpabilidad en genocidio, también ha originado que ilustres firmantes se dirijan a la magistrada rioplatense. Mis simpatías con Martín Villa se agotaron muy al principio de tener conocimiento de su existencia. Entre 1974 y 1975, como gobernador civil de Barcelona, no hizo méritos para figurar entre mis políticos favoritos de la dictadura aunque ese era para mí un conjunto vacío. 

Personalmente viví de cerca muchos sucesos, hoy históricos, que ocurrieron entre mi llegada a Barcelona en 1970 y mi regreso a Santander en 1986. No en la primera fila de la platea pero tampoco en la última silla del anfiteatro. Como todavía creo que conservo un cierto juicio y por otra parte, mi formación académica me sigue importando mucho, creo que no es posible enjuiciar de manera objetiva hechos en los que se ha participado. 

La Transición es un periodo de nuestra Historia que desde el punto de vista científico requiere todavía un cierto reposo. Hervores ha tenido varios. Un error de apreciación enorme fue cometido por un sociólogo del prestigio de J.J. Linz, que aseguró en 1996 que la Transición ya era Historia porque ya no era objeto de debate político... Hoy no es fácil escribir algo así. La izquierda cedió muchísimo para llegar a un sistema básicamente homologable con cualquiera de los del entorno europeo occidental, pero la derecha cedió mucho más.

La derecha franquista se hizo un auténtico harakiri aunque ahora ha creado y creído un relato diferente y algún sector de la izquierda ayuda de manera muy notable a que ese relato no sonroje a quienes lo exhiben. Es cierto que nos falta una conmemoración del estilo del 25 de abril portugués pero Franco murió siendo jefe del estado. Recordar el referéndum del 8 de diciembre de 1978 y lo que votó cada uno, no parece un punto de arranque inválido. Y eso no significa que esa Constitución no deba ser actualizada… cuando haya consenso para empezar a hablar.

En los tres años que siguieron a la muerte del dictador, hasta diciembre de 1978, la mayoría de analistas exteriores no daba un duro por nuestra democracia y no andaban muy desacertados. El  23 F y otros intentos menos conocidos lo prueban, o los insultos que altos mandos militares dirigieron a líderes de UCD, con Suárez y Gutiérrez Mellado a la cabeza, después de la legalización del PCE en abril de 1977. Carrillo, acusado de traición por muchos allegados, Suárez y G. Mellado. Curiosamente los tres únicos que no se metieron debajo de su escaño la tarde del 23 de febrero de 1981.

Escrito todo eso, no entiendo algunas cartas dirigidas a la jueza argentina por antiguos dirigentes políticos y sindicales de nuestro país. Los delitos de genocidio y de crímenes contra la humanidad están muy depurados en el derecho internacional. Desde Nüremberg  a los más recientes de la antigua Yugoslavia o de Rwanda. No simpatizar con Martín Villa, en mi opinión, no le hace un genocida. Antonio Gutiérrez, entre todos estos nuevos abajo firmantes descoloca tanto como que el vicepresidente Iglesias dé por probada la acusación.

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