El sufragio indirecto, el que se pone en tela de juicio
cuando interesa, deja un margen de maniobra que concede a las noches
electorales un valor relativo. Y ahí tenemos al presidente del gobierno. Mariano Rajoy ha necesitado más de 48
horas, cada uno tiene su ritmo, para empezar a balbucear que tener más votos
que nadie, cuando no se tiene más de la mitad, dice algo, o bastante, pero no
todo.
¡Es el sufragio indirecto estúpido! ¿Qué ponía la cabecera
de la lista que votamos el domingo? La blanca, al menos la mía, ponía
concejales. Hemos votado listas con aspirantes a concejales. Quienes han
conseguido ese puesto eligen ahora al alcalde. Parece sencillo. De Barrio
Sésamo. Y las de color salmón exactamente igual. Hemos elegido parlamentarios
autonómicos que ahora tienen que elegir presidentes de las comunidades
autónomas.
Pues hay quienes se lían y acaban discutiendo de
marxismo-leninismo -mira que tenían oculto que sabían de esa materia- cuando
todo es mucho más sencillo. El estilo personal puede añadir mucho. La mayor
sorpresa de la noche electoral, para mi, fue la renuncia explícita del cabeza
de la lista popular de Cantabria pese a tener un diputado más que los
regionalistas. Sabe que no le salen las cuentas. Quizá es lo más elegante que
ha hecho en cuatro años y muy distinto de lo que se le ocurrió a su amigo Martínez Sieso hace doce años cuando al
verse inesperadamente sin trabajo, por poco tiempo, pidió nuevas elecciones.
Eso es un espíritu democrático y no el de las nuevas alcaldesas de Madrid y
Barcelona.
Si no fuera triste, grotesco y muchas cosas más, podía ser
gracioso. Que una señora como Esperanza
Aguirre se atreva a enjuiciar la calidad democrática de Manuela Carmena es una explicación, sin
necesidad de añadir más, de que el régimen surgido hace cuarenta años necesita
profundos ajustes. El ministro del Interior no se ha quedado a la zaga. Todavía
más triste y/o asqueroso es el juicio de algunos cornetas de las divisiones
acorazadas mediáticas.
Si el problema es de comunicación, tienen unos meses para
intentar explicar mejor lo que han hecho en estos cuatro años y que tan mal ha
sentado al electorado. Y deberían empezar por explicárselo a los dirigentes
populares que después de la derrota ya han anunciado que abandonan el cargo, de
inmediato o en unos meses. O al presidente castellano-leonés, una de las pocas comunidades
que seguirá presidiendo el PP y que ha invitado a su gran timonel a mirarse al espejo. No es fácil decírselo mejor.
Desde el punto de vista del interés mayoritario, lo mejor
del pasado domingo ha sido para la confluencia de opciones, a veces sin adscripción partidista
concreta, que ha aglutinado a todas o casi todas ellas. Tenemos una ley electoral
que castiga la división. Ese ha sido el sustento del bipartidismo desde
1977. La Coruña, Santiago, Cádiz,
Zaragoza, Barcelona y Madrid y muchos más sitios indican un camino y señalan
con dedo acusador a quienes han tenido la posibilidad y por personalismos y/o
sectarismos difíciles de comprender, han acudido divididos a la cita electoral.
El enfado con el partido gobernante es tan grande que,
incluso divididos, caben posibilidades de relevo a alcaldes que creían que
tenían el puesto asegurado. Pongamos Santander. Que en las posibilidades, tanto
de Santander como de todos los mayores municipios y en el Parlamento de Cantabria,
figure como determinante el Partido Regionalista deja bastante fuera de juego
el discurso de la izquierda radical al
que se han abrazado quienes son incapaces de analizar mejor lo ocurrido hace
tres días.
Y lo ocurrido tiene que ver con un enfado monumental del
electorado con un partido que ha hecho prácticamente al 100% lo contrario de lo
prometido, mientras se descubrían casos de corrupción diarios. Hay que ser un
tanto ilusos para pensar que además, el electorado iba a premiar el aumento de
la pobreza y la desigualdad.
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