¿Cómo se cierra la crónica de cinco semanas, 33 días -Dreiunddreissig Tage- completos más los
de llegada y salida, en una ciudad en la que no es difícil encontrar novedades
sorprendentes a cada paso? Asumiendo desde el principio que es una crónica
parcial, con impresiones diversas, algunas han encontrado salida muy frescas,
recién vividas y otras han esperado hasta hoy, cuando ya hace casi dos semanas
que despegué de Tegel. Espero que las últimas no se hayan marchitado en exceso.
El museo de la DDR, para nosotros RDA, la antigua Alemania
Oriental, es altamente recomendable. Los más jóvenes no tienen idea exacta de
la vida cotidiana en aquel país. No en cualquier país de régimen similar, en
aquella parte de un país que ya hace 25 años que ha vuelto a ser uno. El estilo
del museo es muy didáctico. Todo se puede tocar y fotografiar. Y suenan músicas
diversas, tantas como visitantes decidan coincidir en poner en marcha los
distintos artilugios que tienen banda sonora. Es pequeño, tampoco hay que dedicarle
mucho tiempo y muy céntrico, junto a la catedral.
La multiculturalidad de la ciudad, seguramente del conjunto
del país, es muy sorprendente. Hay una mezquita cercana al antiguo aeropuerto
de Tempelhof que debe tener el original en Estambul. La comida turca está
literalmente en todas las esquinas. Nunca había probado un rosco llamado simit y es muy rico. La piscina
municipal que tenía más cerca de casa tiene autorizado el burkini. Eso en el
país con la cultura del nudismo, fkk,
más extendida del mundo…
Asistí a una de las primeras sesiones de Das Versprechen eines lebens/ The water
diviner, no se si se ha estrenado aquí ni que título tiene (La promesa de
una vida?), pero la película ha sido dirigida por Russel Crowe que además interpreta a un padre destrozado que viaja
desde Australia hasta Turquía para ver que ha ocurrido con sus tres hijos que
participaron en la batalla de Gallipoli. La versión original, turco e inglés,
con subtítulos en alemán, daba mucho juego en un cine en el que al menos la mitad
de los espectadores seguramente entendían el turco sin ningún esfuerzo.
Otra sorpresa, en mi caso muy agradable, fue asistir a una
proyección de una película suiza, Neuland,
con subtítulos en alemán. El mismo idioma de la banda sonora. Sin complejos. No
entienden el alemán que se habla en Suiza y subtitulan. Y unas menciones que
harían que me sintiera muy injusto si no las hago. He citado en alguna entrada
anterior dos buenos lugares para comer. Ambos mexicanos. Mi última cena
berlinesa, de momento, en el Datscha,
ruso, de la calle Gabriel-Max, 1, en Friedrichschain, muy recomendable también.
Si no se tiene tiempo para visitar el museo de la DDR citado
al principio, o aunque se haya tenido, hay un bar a un paso del restaurante ruso, Die Tagung, el Congreso (como un clásico
que había en nuestra vía principal esquina a Garmendia cuando yo era pequeño)
que es un pequeño museo del mismo aire. Recomendable para Esperanza Aguirre y Villar Mir
en su próxima visita a Berlín. Cervezas y tratados de marxismo-leninismo. Y
efigies de los patriarcas bolcheviques. Un museo con buena cerveza.
Wühlichstrasse, 29
También era de ancestro turco Umut, que por dos veces me ayudó con la bicicleta que me habían
prestado. La primera, para subir el sillín a mi medida. Yo no tenía la llave
adecuada y a él se le rompió un tornillo al intentar ayudarme. Lo compuso todo
interrumpiendo su trabajo para atenderme al primer bote. Y no me quería cobrar
y al insistir en pagarle me pidió un euro. Un
euro. Y le di dos y me pareció que no estaba acostumbrado. Casi al final de
mi estancia tuve que volver. El soporte de la cesta de la compra se había
partido y no quería dejar la bici prestada en malas condiciones. Me atendió
igual que la primera vez. Esta vez le supuso algo más de tiempo y unas
abrazaderas potentes. Me pidió cinco euros. Hay cientos o miles de talleres de
bicis en Berlín. Este está en Pankstrasse, 62.