lunes, 24 de febrero de 2014

Día D+1




La semana pasada la entrada correspondiente  de este blog terminaba aludiendo al carnaval que se acercaba. Ahora está mucho más cerca  y algunos acusan la cercanía. En carnaval todo está tolerado. Un consejero del que nunca se supo su aportación para la implantación de la democracia en España, se disfraza de demócrata de toda la vida y, en un salto mortal sin red, como si se hubiera puesto falda de tubo, peluca platino y morritos pintados – y puede que no sea la primera vez- se atreve a dar licencia, bula, de demócratas a los suyos. Los otros, los contestatarios, son los malos, autoritarios… En otra época del año daría su nombre, pero llega el  Carnaval.

De su mismo partido es el alcalde manchego de Alcázar de San Juan. Ha conseguido más eco nacional que su colega del gobierno de Cantabria. También los 11.000 vecinos que no quieren que se privatice la gestión del agua en su municipio son sospechosos. Las patentes de normalidad las da él. Que no ganó las elecciones, que es alcalde por alguna carambola y, lo más importante, que no llevaba esa privatización en su programa electoral. Hasta que no se considere delito el incumplimiento de los programas electorales, la democracia seguirá teniendo un coeficiente de bamboleo que a veces puede marear.

Otros que se han apuntado a la etapa de disfraces son los terroristas de ETA. En lo poco que lleva circulando este año 2014, en este blog que no es precisamente el New York Times ni Le Monde, ya nos hemos ocupado en un par de ocasiones de esa etapa que puede ser la final. Final de una pesadilla que dura demasiado. Final que no ocurrirá si una pequeña fracción de los más intransigentes, se desgaja de lo que parece la corriente mayoritaria. La gestión de las oportunidades para el final de la violencia, sabiendo que los culpables siempre son los asesinos,  tiene responsabilidades en todos los flancos. Los ciudadanos de a pie podemos pensar que no estamos para tomaduras de pelo. Las asociaciones de víctimas aportan su visión. Pero los gestores políticos deben tratar de que no haya una sola víctima más. La tentación de usar ese final, cuando sea cierto, en la cuenta de resultados de tal o cual partido político, nos aleja del propio final. No es tan difícil de entender.

Siendo hoy 24 de febrero tenía yo en el guión ocuparme del día de ayer en versión suave. El aniversario del Racing, un Racing liberado cuyas peñas han llevado a Delacroix a la gradona, el aniversario de la expropiación de Rumasa, que tanta riqueza repartió a costa de todos, o el cumpleaños de mi amigo Borja, que nació bastantes años antes de que algunos decidieran popularizar la fecha. Y no es posible.


 Anoche me llamó una de mis hermanas. Sabe que no veo la tele y creía que debía informarme del tema que manejaban en la Sexta. No me di por aludido y seguí ordenando mis fotos de los últimos días. Un amigo puso minutos más tarde en Facebook que se trataba de un montaje. Fue el primero, del círculo al que llego, en advertirlo. Me alegré más de no haber encendido el televisor. Jordí Évole me cae simpático aunque no sigo su programa, pero valoro mucho a Orson Welles. En 1938 podía tener mucho sentido jugar a la ficción con algo que nunca había ocurrido.

Soy suficientemente flexible para cambiar de opinión si me convencen, pero al primer bote el asunto no me ha gustado. Esa misma hermana que me llamó anoche me llamó hace 33 años. Mi hijo de casi once meses en mis brazos, merendando. Puse la radio. RNE. Mi compromiso con la democracia había sido bastante mayor que el del consejero de Educación del Gobierno de Cantabria – vaya! se me ha escapado!- y el golpe chileno nos había dejado imágenes tremendas del estadio Nacional de Santiago. Mi aparato de radio sintonizaba a décimas de milímetros la emisora de Valencia y la de Barcelona donde vivíamos entonces. Escuché en directo el bando de Milans del Bosch pensando que alcanzaba a todo el territorio… y no me da la gana seguir. Soy consciente de que seguramente todavía no sabemos todo lo que ocurrió aquel día, pero no me hace ninguna gracia, 33 años después, que se frivolice el asunto.


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