Nada que ver. No pienso mantener el suspense ni hasta el
segundo párrafo. Ella y yo no tenemos nada que ver. Me he sentido mucho más
próximo de lugareños de los países más exóticos que he visitado, con los que no
había manera de cruzar una palabra. Un gesto, una sonrisa, era suficiente para
sentirnos próximos. No puedo imaginar qué tendría que hacer la Infanta para que
yo sintiera que pertenecemos a algún clan, el suyo, que comparta algo con el
mío. Yo, por mi parte, no voy a tener ocasión de hacerle el gesto que me puede
apetecer.
Que conste para satisfacción de los amigos monárquicos, que
alguno tendré, que la única vez que he estado cerca de un miembro de la familia
real, el gesto cruzado, por ambas partes, era el de un cordial saludo a
distancia. Imperaban leyes de la mar. Parque Nacional de Cabrera, la reina, su
hermana y una tripulación muy corta, sin escolta visible, en la zodiac más grande que yo he visto nunca,
pero una embarcación inflable en cualquier caso, se cruzó con el barco en el
que con dos de mis cuñados, un marino de Castro y nuestro amigo Goyo, al que la vida había favorecido
como para poseer un barco en el que cinco adultos, bien relacionados, podíamos
convivir unos días sin necesidad de pelearnos. Goyo nos abandonó poco después,
en un día de febrero muy parecido al de hoy.
He escuchado esta misma mañana que hay medios de
comunicación que ya han despachado el caso y le piden abiertamente al juez que
cierre ya la imputación. Infanta imputada. No quiero hacer bromas de lenguaje.
Voy a confiar en la justicia un rato más. Voy a seguir diciendo cada vez que
tenga ocasión que un diario que participó de manera importante e históricamente
comprobada, en la conjura de 1936 que llevó a la patria con la que se llenan la
boca, la suya, pero que también es la de todos nosotros, llevó a esa patria al
matadero, tiene para mi una credibilidad muy cercana al cero.
Confieso que el título de hoy no me llega por la influencia
de uno muy conocido del mundo del cine, en el que Yul Brinner interpretaba al rey de Siam. Hay otro título muy
reciente, parece que estoy influido por la entrega, anoche, de los premios Goya, y confieso abiertamente que desde
que supe que el ministro Wert tiene
una agenda tan ocupada que no podía abrir hueco a esa gala, en ese mismo
momento, decidí que no me tragaba una gala que hace mucho que me interesa poco.
Si no ofrece ni el espectáculo de ver abochornado a un ministro autoritario… Si
no vuelve Pilar del Castillo, Martínez Torrente Pujalte también
podría servir, Goya y yo nos encontraremos solo en los museos.
¿De dónde viene entonces el título de hoy? de un documental
que se titula Asier y yo, Asier eta biok, en la versión
original y que todavía no he tenido ocasión de ver. Empezando por la sonrisa,
el recuerdo de amigos euskaldunes,
cuando traducen en directo, pongamos, Asier y los dos, y te preguntas
quién es el otro y no hay más. Es un modismo de esa vieja lengua al parecer. Y
después el tema. Un amigo de un terrorista de ETA que acaba de salir de la
cárcel… Y su amistad. Antes de que entrara en la organización, y en la cárcel.
Y después de salir. Un asunto que hay que ir poniendo en la agenda antes de que
la locura pueda volver a empezar.
Es urgente buscar alguna normalización que contribuya a que
nunca más pueda repetirse nada parecido. Es muy difícil perdonar, muy pocos lo
hacen, a quien ni tan siquiera pide perdón. Hay una columna de Juanjo Millás, de hace unos diez días,
glosando la foto en la que unos cuantos expresos de ETA parece que habían impartido
un curso de urbanidad… que confronta con mucho éxito las reacciones cerebrales
con las de la parte del corazón.
Pero no deja de ser cierto, está costando una fractura en
las filas de quienes utilizaron en el pasado reciente a las víctimas del
terrorismo, que en el País Vasco
todos los grupos políticos, incluido el PP, actúan ya de una forma que facilite
el final real y sin pliegues de la banda. Y es posible que, como en todo pacto,
no todo guste a todos. Y sin alargarme excesivamente hoy, pero noviembre está
cada semana más cerca, en el País Vasco
se dijo en el pasado, incluso en formulaciones institucionales, que en ausencia
de violencia política se puede hablar de todo. En Catalunya la violencia
política fue anecdótica y hace lustros que no existe ¿Se puede hablar de todo
en Catalunya?
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