lunes, 7 de octubre de 2013

Lampedusa




La lentitud de la justicia llega a inhabilitarla. Nada nuevo. El mismo día de la sentencia de uno de los mayores casos de corrupción política, Marbella, Gil y toda su descendencia política, el mismo día en que el senado italiano despide a Berlusconi, también es la jornada de la vergüenza, lo dicen los propios lugareños, en la isla italiana que se ha convertido en la frontera exterior más cruel de la Europa unida.

Para algunos Lampedusa es algo más, un título nobiliario, el retrato de una sociedad en transformación radical, la de la Italia de hace siglo y medio, que plasmó Visconti en el Gatopardo. Los extraños maridajes de la política italiana, los que han podido conseguir finalmente el entierro político de un personaje como Berlusconi, también pueden hacer que quien redactó y defendió leyes vergonzosas, contrarias al derecho internacional, al deber de socorro en la mar, se presente ahora como el más afligido de los que acuden a la isla a ver las consecuencias de sus propias decisiones. Ahora que es tan sencillo como ponerse detrás del Papa.

Y esas consecuencias son gráficas. Las bolsas de cadáveres, por decenas, indican hasta donde llega una política que hace mucho que se separó de los ciudadanos. No pretendo equiparar, pero hay un denominador común. La criminalización del descontento.

Se puede criminalizar al africano que llega a Europa sin papeles, huyendo no sólo del hambre, que no es razón pequeña, también huyen de la guerra, de persecuciones de origen étnico y/o religioso, y saben que con las migajas de esta Europa en decadencia se pueden alimentar y tener mucha más seguridad sin papeles aquí, que en sus lugares de origen, con los derechos de allí.

Pero también se intenta criminalizar, a quienes han protestado por las enormes injusticias que relacionan de manera tan desigual a bancos y ciudadanos sin recursos o a trabajadores que al perder el empleo tratan de llamar la atención de sus representantes políticos.

Lo ocurrido en Torrelavega con los trabajadores de Sniace, el pleno municipal de la semana pasada, las declaraciones de un alcalde con menos salidas que luces propias… pero también quienes tratan de poner el acento en la existencia, desde siempre, de minorías radicales en Torrelavega que en este momento habrían podido arrastrar a su terreno a las dos grandes centrales sindicales y a mucha gente de orden … es una lectura que sólo puede conducir a justificar el endurecimiento en la actuación de las fuerzas de orden público. En otro de los antiguos referentes industriales de Cantabria, Reinosa, en la primavera de 1987, ya ocurrió algo así y corrió la sangre.

Es todo más sencillo. El implícito anterior, de cuando parecía que éramos ricos, se ha roto. Aquel reparto desigual hoy sencillamente no existe. No hay reparto y se impone uno nuevo. Un new deal. La nueva situación está dando lugar a una sismicidad inducida, social, como la que hace temblar la tierra al sur de Tarragona y al norte de Castellón. Aquí todavía no alcanzamos ni el cinismo del príncipe de Lampedusa, no parece que estemos dispuestos a cambiar nada.

Hace tiempo que la extrema derecha norteamericana considera que Roosevelt era bolchevique. Clinton y, ahora Obama, también deben estar ya en el soviet supremo. A quienes les parezca que los sindicatos mayoritarios en Torrelavega, en el conjunto de España, se están haciendo bolcheviques y que la población sin trabajo es afín a la violencia radical, se les tiene que enviar con urgencia a una terapia específica. Muchos altos dirigentes del partido gobernante eran partidarios en su juventud de estas terapias.

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