La lentitud de la justicia llega a inhabilitarla. Nada
nuevo. El mismo día de la sentencia de uno de los mayores casos de corrupción
política, Marbella, Gil y toda su
descendencia política, el mismo día en que el senado italiano despide a Berlusconi, también es la jornada de la
vergüenza, lo dicen los propios lugareños, en la isla italiana que se ha
convertido en la frontera exterior más cruel de la Europa unida.
Para algunos Lampedusa es algo más, un título nobiliario, el
retrato de una sociedad en transformación radical, la de la Italia de hace
siglo y medio, que plasmó Visconti
en el Gatopardo. Los extraños maridajes de la política italiana, los
que han podido conseguir finalmente el entierro político de un personaje como
Berlusconi, también pueden hacer que quien redactó y defendió leyes
vergonzosas, contrarias al derecho internacional, al deber de socorro en la
mar, se presente ahora como el más afligido de los que acuden a la isla a ver
las consecuencias de sus propias decisiones. Ahora que es tan sencillo como
ponerse detrás del Papa.
Y esas consecuencias son gráficas. Las bolsas de cadáveres,
por decenas, indican hasta donde llega una política que hace mucho que se
separó de los ciudadanos. No pretendo equiparar, pero hay un denominador común.
La criminalización del descontento.
Se puede criminalizar al africano que llega a Europa sin
papeles, huyendo no sólo del hambre, que no es razón pequeña, también huyen de
la guerra, de persecuciones de origen étnico y/o religioso, y saben que con las
migajas de esta Europa en decadencia se pueden alimentar y tener mucha más
seguridad sin papeles aquí, que en sus lugares de origen, con los derechos de
allí.
Pero también se intenta criminalizar, a quienes han
protestado por las enormes injusticias que relacionan de manera tan desigual a
bancos y ciudadanos sin recursos o a trabajadores que al perder el empleo
tratan de llamar la atención de sus representantes políticos.
Lo ocurrido en Torrelavega con los trabajadores de Sniace,
el pleno municipal de la semana pasada, las declaraciones de un alcalde con
menos salidas que luces propias… pero también quienes tratan de poner el acento
en la existencia, desde siempre, de minorías radicales en Torrelavega que en
este momento habrían podido arrastrar a su terreno a las dos grandes centrales
sindicales y a mucha gente de orden … es una lectura que
sólo puede conducir a justificar el endurecimiento en la actuación de las
fuerzas de orden público. En otro de los antiguos referentes industriales de
Cantabria, Reinosa, en la primavera de 1987, ya ocurrió algo así y corrió la
sangre.
Es todo más sencillo. El implícito anterior, de cuando
parecía que éramos ricos, se ha roto. Aquel reparto desigual hoy sencillamente
no existe. No hay reparto y se impone uno nuevo. Un new deal. La nueva
situación está dando lugar a una sismicidad inducida, social, como la que hace
temblar la tierra al sur de Tarragona y al norte de Castellón. Aquí todavía no
alcanzamos ni el cinismo del príncipe de Lampedusa, no parece que estemos dispuestos
a cambiar nada.
Hace tiempo que la extrema derecha norteamericana considera
que Roosevelt era bolchevique. Clinton y, ahora Obama, también deben estar ya
en el soviet supremo. A quienes les parezca que los sindicatos mayoritarios en
Torrelavega, en el conjunto de España, se están haciendo bolcheviques y que la
población sin trabajo es afín a la violencia radical, se les tiene que enviar
con urgencia a una terapia específica. Muchos altos dirigentes del partido
gobernante eran partidarios en su juventud de estas terapias.
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