lunes, 23 de septiembre de 2013

¿A dónde vamos?




¿A dónde nos llevan? Así titulaba el sábado una periodista catalana en El País. Una parte notable de sus artículos, de los que he leído, no me han terminado de gustar. Allí hubieran dicho que no me hacían el peso. El titular de la periodista catalana iba referido a Artur Más y a los grupos de poder catalanes que ahora han apostado por levar anclas. Leí con mucho interés al principio, pensando que se refería a todos nosotros, no sólo a los catalanes.

Podíamos estar hablando, a dónde nos llevan, de un nuevo copago sanitario que hará que quien ya tiene una losa encima, la de una enfermedad demasiadas veces incurable, esos y esas que ya viven el día a día en la angustia, ahora, además, pueden empezar a pensar que se van a morir no sólo por que la enfermedad es así de grave y desalmada. ¿Morirán por no tener dinero? Este gobierno camina hacia el remedio de un mal histórico, el de que la muerte alcanza a todos. Pero a unos más que a otros, debió pensar la ministra del ramo mientras venía de gastarse miles de copagos en Nueva York, viendo la final del Open de Tenis de los Estados Unidos. La ministra que impone ese canon, dicen que simbólico, de momento, es la misma  que se encontró un día en su garaje un Jaguar y pensó que Papá Noël no era un cuento.

A dónde llevan a los pensionistas? A  mendigar por cientos de miles, con hogueras en la calle en invierno, y guantes de los que dejan asomar los dedos. La línea roja del presidente Rajoy, las pensiones, ya se ha rebasado como antes la educación, la sanidad o la dependencia. No se puede ser más embustero. Pero seguimos aguantando sin rechistar demasiado. Mientras quien se hizo pasar por el progre del PP retoca el código penal para que no se pueda abrir la boca si no es estrictamente para tomar aire. Están apurando demasiado. Deberían leer más  Historia. En ella se encuentran muchos ejemplos de lo que la alcaldesa de Madrid denominaría from lost to the river. ¿Cuánto puede faltar para que un desesperado/a haga una locura?

Esta semana se cumple el tercer aniversario de este blog y en su primera entrada, con un título tan poco original como La primera, se hacía referencia a lo que significaba, incluso con fracaso final, disponer de una sanidad pública de calidad. En estos momentos en que mi delicadeza se ha agotado, sólo puedo desear que no lleguen a verlo. No sé si los deseos también están penalizados en el código de Gallardón pero me importa muy poco. Por defunción, ceguera o revolución y ajuste de cuentas. Pero que no lleguen a verlo.

Lo del presidente Más, yo ya me he permitido la broma fácil de llamarle Menys en una red social, tiene el alcance que tiene. Dice que quiere llevar Catalunya a la altura de Andorra, Mónaco y San Marino. El Vaticano es otra cosa. Los estados que usan el euro sin formar parte de la Unión. La alianza de Más y Esperanza Aguirre, catalanizando España, eso si que puede ser el hit del tricentenario de los decretos de Nueva Planta.

Y mientras yo, en vez de analizar sesudamente los resultados de las elecciones al parlamento federal alemán, en las que junto a la gran victoria de la canciller se abren diferentes posibilidades de gobierno, tendré que empezar el día peleándome en la Consejería de Sanidad. El viernes pasado recibí una carta para señalarme que a partir de hoy me cambian de médico y de centro de salud. Contra mi voluntad. Sin consulta previa. Informando en el minuto de descuento. De viernes a lunes. Infumable.

Me llevan a una distancia de mi domicilio que resulta exactamente el doble de la que tengo ahora. No hay transporte público. No me desplazan con mi médico que se queda donde estábamos. Es un ejemplo muy pequeño, aunque a mi me ha irritado ciertas partes del cuerpo durante el fin de semana, de unas maneras de hacer. Cómo pueden tener el cuerpo los trabajadores de Sniace o de Golden Line o de B3 Cable, o tantos otros.

Seguramente en el actual equipo de la consejería están algunos/as de los que pusieron el grito en el cielo entre 2003 y 2011 cada vez que los consejeros socialistas les dieron ocasión. O sin dársela. Del mismo modo que algunos de los que están volviendo de México en estos mismos momentos, presidente y consejeros, no eran muy partidarios de los viajes de los miembros de los gobiernos anteriores. La diferencia mayor es que ahora las chapuzas las hacen ellos. A los ciudadanos cada vez nos importa menos quien hace las chapuzas. Estamos hasta muy arriba de tanta chapuza, de tanto chorizo y de tanto cara dura.

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