Un
lunes más tecleando. Y festivo. Con una tortura a cuestas, lo cual en las
últimas jornadas, no significa nada relevante. Son días de rememorar torturas
diversas. La delegada del gobierno en la comunidad madrileña se marchó de vacaciones
asociando terrorismo, o filoterrorismo, a la desesperación de montones de
ciudadanos honrados a los que la crisis y la única legislación en Europa que lo
permite, están arrojando literalmente a la puta calle, con perdón. Escrachado
me dejó.
Hay
gente de piel muy fina. La ley del embudo de toda la vida, envuelta en grandes
declaraciones. Quienes hoy se lamentan ayer aplaudían. Las hemerotecas, y hay
quien se ha preocupado rápidamente de indagar en ellas, recogen declaraciones
de muy altos dirigentes del partido hoy en el gobierno, de hace dos o tres
años. Entonces en la oposición les parecía maravilloso todo, absolutamente todo
lo que les pudiera ocurrir a los miembros del gobierno o del partido que lo
sustentaba.
Qué
aburrimiento. Y siguen jugando a lo mismo. Los unos y los otros. La, al
parecer, recién fortalecida número dos de los socialistas, Elena Valenciano, se ha descolgado en las redes sociales con un
cuento lacrimógeno que parece importado en directo del archivo de un
consultorio sentimental de éxito hace décadas. Algunos lo recordarán. Siempre
empezaba con un Mí querida doña Elena. Todo
a propósito de una supuesta carta de una joven de 33 años que no consigue
encontrar trabajo en España y se va con su pareja y su hija a buscar fortuna al
extranjero. ¿Hasta ahora no se habían enterado en Ferraz que eso les estaba
ocurriendo a miles de compatriotas?
La
palabra de la semana, santa por otro lado, ha sido escrachar. No sé si viene
del inglés scratch, rascar, incluso rascarse, arañar, rayar… Dice la RAE
que en Uruguay y Argentina escrachar significa romper,
destruir, aplastar, incluso, y esto me descoloca, fotografiar. Toda la vida se
ha escuchado aquello de que cada uno se
rasca cuando le pica. Quizá es un cántico al individualismo y se pueda relacionar
con algún neoliberalismo rampante, pero no lo creo. Me parece que ya se
declaraba durante la autarquía franquista y seguramente con anterioridad.
Con
todo patas arriba, todo cabe y todo vale. Ahora que no hace falta ser un
radical para saber que los ladrones están en la parte de dentro del mostrador
bancario, ahora es el momento de gritar a quien lo quiera oír y a los demás,
que falsear programas electorales es falsear un contrato… Y que lo mínimo que
resta, desde la perspectiva del sistema ya que la ley no interviene para
restaurar ese contrato, es la protesta.
Claro
que ser antisistema, visto lo visto, puede ser ahora mismo mucho más honrado.
Examinen un poco, unos minutos, todo lo que han conocido en los últimos meses
en relación con las entidades financieras, todas o casi, los principales
partidos políticos y sindicatos, las organizaciones empresariales, los
gobiernos autonómicos, la familia real, … ¿Nos quedamos con este sistema? ¿No
hay recambio o reparación posible?
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