domingo, 22 de diciembre de 2024

Penúltima del año

 

En los años sesenta en mi colegio no había elección de idioma extranjero. Se estudiaba francés. Hay canciones en la lengua vecina que se incorporaron a nuestro bagaje como si fueran las del folclore más cercano. La Fuente de Cacho y los Puentes de Avignon, donde, al parecer, se baila. Solo una vez he cruzado un puente en    Avignon y no vi bailar a nadie. Mis años en Barcelona me hicieron frecuentar una calle Avinyó muy cercana a lugares de encuentro para los que teníamos nostalgia norteña. Algún restaurante mejor de lo que indicaban sus precios… y un cuadro de Picasso con señoritas de aquella calle. Desde final de este verano, Avignon es para mí Pelicot, Gisèle. Y el marido monstruoso, Dominique, y los hijos y nietos.

Nietos. Una de mis ocupaciones en los últimos años es procurarme la inmortalidad a través del recuerdo que les pueda dejar a los míos. Dominique arderá en el infierno del recuerdo de sus nietos. No tengo muchas dudas. Me ha venido a la memoria aquella Caja de Música de Costa Gavras, con una imponente Jessica Lange, haciendo de abogada notable que se encarga de desenredar la historia de su padre, le defiende… para acabar descubriendo que era cierto y que su padre había sido un criminal nazi. Mucho más reciente, El impostor, de Cercas, llevado a la pantalla como una de las joyas de este año del cine español, Marco. Y un Eduard Fernández no menos imponente.  Y cualquier abuelo Cebolleta con sus batallitas…Incluido el de Manolito Gafotas que salta de nuevo a la actualidad y pondrá de moda la última versión de la Campanera. Una melodía que me trae recuerdos de patio interior. En la casa de mis padres la radio estaba en el comedor, pero algún vecino debía tenerla en la cocina…

Sé que va ahí mucha mezcla, pero es solo para resaltar que la maldad de Dominique Pelicot creo que supera a la del padre nazi de Jessica Lange y está a años-luz de todo lo demás. Un monstruo –acepción primera de la RAE: Producción contra el orden regular de la naturaleza-. Pero como el espíritu navideño lo guardo, en mi mejor versión laica, para fin de año, esta penúltima entrada de 2024 no puede dejar de atizar alguna estopa.

La Carrera de San Jerónimo ofrece semanalmente espectáculos que están a punto de superar al circo. Trapecio y fieras. La mayoría parlamentaria no ha podido superar la prueba del algodón de Josu Jon Imaz en su papel de gran patrón de las energéticas. La cabra tira al monte y el ala derecha de esa mayoría, PNV y Junts, sin remilgos junto a la extrema derecha y la derecha extrema de Feijóo. A quien alguien tan poco bolchevique como Antonio Muñoz Molina atizaba el sábado en El País a cuenta de la memoria democrática. La que no tienen nuestras derechas.

Tengo alguna experiencia en percepción geográfica y no me resulta difícil acercarme a otras. Ni The Economist, alabando la política económica del gobierno, consigue que la ciudadanía lo crea. Hay mucha tonelada de insidia vertida y empieza a resultar imposible respirar aire medianamente puro. No es fácil calificar la actuación de algunos miembros de la carrera judicial, no dispongo de abogado/a de cabecera. Pero tampoco cuesta mucho reconocer el papel que esos, pocos, juegan en la ya mencionada percepción de que somos una república bananera y probablemente bolivariana en la que todo, absolutamente todo, va mal. Y simplemente, no es cierto, aunque aquí ya estamos en la etapa en la que el relato mata al dato. Es el último grito.

Un defraudador –delincuente-, confeso –que ha confesado- se querella contra todos los dioses del Olimpo y hay quien le hace caso. De momento me permito insistir. Esta semana han condenado nuevamente a Rodrigo Rato y ha alcanzado alguna mejoría carcelaria por un cumplimiento importante de la pena, Luis Bárcenas. Ninguno de los dos formaba parte de la actual mayoría parlamentaria. Y ahí sí, hay condenas. Firmes. 

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