miércoles, 7 de septiembre de 2022

Marichiweu

 

Un titular que requiere explicación en la primera línea. Marichiweu, en la lengua de los mapuches, significa venceremos. Venceremos muchas veces. Elisa Loncon ha sido presidenta de la Asamblea constituyente chilena, y la novedad más enorme no es que sea una mujer. No solo es una mujer. Es una mujer mapuche. Esa era una de las apuestas de la nueva constitución chilena, la que ha sido rechazada ampliamente el domingo pasado: Un reconocimiento explícito de la plurinacionalidad de la sociedad chilena. Como otras más cercanas. De momento el presidente Boric ha tenido que girar su gobierno hacia una mayor moderación. Las constituciones deberían ser de amplio consenso.

Parece que la que se puso a prueba hace pocos días en Chile no ha sido vista así por la mayoría de ciudadanos de allí. Hace pocas horas he visto la última obra del cineasta chileno Patricio Guzmán. Mi país imaginario es un documental que registra de forma magistral el proceso que se ha seguido en Chile en los últimos cuatro años. Solo falta lo ocurrido el domingo pasado. Con los títulos de crédito, al final, suena Quilapayún en su versión de la Muralla de Nicolás Guillén. Con imágenes, en más de un momento del metraje, de los años 70, del periodo de Allende, ahogado en sangre por el general traidor Pinochet. Ahora otra vez toca juntar manos…

Mi guion para esta semana, otra vez con retraso por cuestiones de intendencia personal, iba casi en solitario con apuntes de internacional. El fallecimiento de Gorbachov y las reacciones producidas dentro y fuera de Rusia, incluyendo la postura del actual inquilino del Kremlin, que ha podido recordar un perfil egipcio, de aquellos que no se sabe si están de frente o de perfil. El ex-presidente Trump tampoco está dispuesto a pasar al olvido. Y hasta que una parte considerable de su partido no se dé por enterada de que no tienen nada que ganar sosteniendo esa momia, lo único bueno es que el resultado de Alaska, con la derrota de Palin, una de sus más firmes partidarias, se vaya extendiendo por el conjunto del territorio. Dos meses nos quedan para verificarlo.

También en la vecindad de Chile han ocurrido cosas. Confusas, como tantas veces en Argentina. El atentado, o intento de, contra la hoy vicepresidenta Cristina Fernández está, como en las buenas novelas negras, en los capítulos iniciales. De la confusión con Cristina la que más me sorprende, desde hace muchos años, es que cierta izquierda europea le regale el título de colega. El último, Baltasar Garzón. Con mi sociología aplicada, del taxista y el peatón, y tres semanas en Argentina hace doce años, no le regalo nada a la Fernández. Pero estoy dispuesto a escuchar argumentos.

 

Y para terminar el guión previsto, Boris y Listras. Ayer martes, madrugando como si no hubiera habido fiesta el lunes en el 10 de Downing St,, el premier se despidió de su domicilio de los últimos años. No creo que su periodo al frente del gobierno británico pase a la historia positiva de la que fuera gran potencia mundial durante muchos lustros. Listras, me sonaba a griego. Aguzando la escucha reconocí Liz y, pensé, Trust, como en los billetes de dólar, que confían en Dios. Se ha quedado en la letra anterior a la t, Truss. Oiremos mucho su nombre en los próximos meses. Hasta que otra revuelta interna del partido conservador se la lleve por delante o, quién puede saberlo ahora mismo, hasta que los electores se aburran de ese partido. De momento, aunque su apellido se aproxime al de la confianza, su curriculum de joven republicana, minoría inmensa en el Reino Unido, pasando por su etapa liberal, para acabar abrazando el thatcherismo, no me parecen el mejor síntoma para confiar en ella. Imitar a Thatcher, puede ser el triunfo definitivo de la moda vintage. Personalmente me cuesta olvidar la relación que mantuvo con Pinochet…

Y ya que no he podido publicar antes, hacerlo hoy sin mencionar el estreno del nuevo curso en el Senado, ayer, no me parece propio. El presidente Sánchez había decidido  echarse a la calle para convencer a los suyos y ya había empezado, en Sevilla donde al parecer cosechó palmas y pitos y en el propio palacio de la Moncloa, el pasado lunes. Y, sin contar con ello, los guionistas de Génova le entregaron a Feijóo pidiendo una oportunidad como aquel torero de los años 60. No he seguido la función y no me acaban de convencer los análisis que escucho sobre lo ocurrido. Intuyo, nivel olfato, que ambos aburren a la mayoría y hago constar que no me he vuelto equidistante.

 

 

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