Un titular así para esta época, doblado ya el ecuador del verano y con medio mundo de vacaciones, puede ser equívoco. No se trata de uno de los tres mosqueteros, ni de nada que se relacione con el griego o con la mitología del mismo origen. Tampoco se refiere a una empresa de las que marcan ritmo en las nuevas tecnologías ni a un modelo de automóvil. No. Este atos mío de hoy es el mínimo común entre datos y relatos. En singular podría haber sido también una marca de productos lácteos. Y en ese punto del verano siguen pasando muchas cosas. Algunas para alterarnos los sueños. Y al común entre datos y relatos ya llegaremos.
No soy totalmente extraterrestre pero nunca vi Grease. Sabía quién era Olivia Newton-John y puedo repetir alguna estrofa de alguna de las canciones de la banda musical de aquella película. La muerte de la protagonista me ha desvelado que era un poco mayor que yo, como Salman Rushdie, que a saber cómo se encuentra a estas horas después del ataque del viernes. Lo del autor de los versos prohibidos por el integrismo, nunca lo había pensado demasiado, pero de la protagonista de Grease estaba muy seguro de que tenía que ser mucho más joven que yo. En septiembre de 1978, cuando se estrenó en España la película yo estaba para pocas salidas ociosas. Casado hacía un año, con la carrera sin terminar y trabajando en una fábrica a punto de irse a pique. No estaba para musicales tiernos. Después, nunca me pareció que pudiera interesarme. La causa del fallecimiento de Olivia y su propio nombre, ahora tan familiar para mí, me han acercado a la intérprete más que todos sus éxitos en la música o el cine.
Cierta prensa de Irán parece que ha aplaudido el ataque a Rushdie. Alguna prensa de aquí debería mirarse, o hacerse mirar, muchos de los ataques diarios que vierten contra todos, pero fundamentalmente contra el sentido común. Si tres cabeceras de prensa y los informativos de al menos dos cadenas de televisión nunca, nunca, señalan las contradicciones de la oposición al gobierno, se convierten en medios de partido. Es la vía para justificar, por ejemplo, el ataque al Capitolio. Lo grave no es que el trumpismo haya acampado en casi todo el alto mando del partido Republicano en EE.UU o entre sus pares del PP aquí.
Me parece más grave que medios de comunicación que pretendan ser serios den cobertura diaria a ese dislate permanente. Ahora el FBI se ha convertido en el NKVD o la Gestapo para la mitad de los ciudadanos estadounidenses. No veo un peligro inmediato de que algo así pueda ocurrir aquí, pero tampoco hay que descartarlo. El rey padre, tan campechano, en tiempos de Aznar era más jaleado por el progresismo que por la derecha… No me parece ocioso recordarlo. Que haya tenido que ser un medio digital más bien modesto el que haya señalado el descosido del PP en torno al decreto sobre ahorro energético, señalando que es prácticamente calcado a las recomendaciones que la Xunta gallega lleva años haciendo llegar a los ciudadanos de aquella Comunidad, no dice mucho ni bueno, ni del PP, ni de Núñez Feijóo ni de la mayor parte de los grandes medios de comunicación de nuestra querida España.
Pero es que después de los EE.UU. debemos ser los ciudadanos de aquí los que prestamos casi tanta atención, o más, al relato que al dato. Y esa es la manera de que ciertos venenos de acción retardada vayan depositándose en sectores cada vez más amplios de la población. Ya hace años, al menos cuatro, que en un debate en el Ateneo sobre migraciones y protección internacional, una voz entre el público, una sola, cerró su intervención, disconforme con los ponentes, con algo muy cercano, no lo puedo recordar textualmente a: “A mí no me importan los datos. Yo sé lo que se dice en la calle” Se ha avanzado mucho en estos últimos años en el peor sentido. Cuando el relato, los relatos, le ganen la partida a los datos, ya no habrá salida. Ni agua. Ni hielo… Ni atos.
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