En alguna vida anterior me pagaban el sueldo por analizar procedimientos de trabajo tradicionales susceptibles de ser informatizados. De eso hace casi cincuenta años y ese mundo que hoy nos facilita la vida a los abuelos y los nietos, era casi una ficción. Sé que no exagero. Todo el mundo tiene más o menos idea del volumen de una bombona de butano. Ese volumen era muy equivalente al de la primera unidad de disco con la que trabajé, que a su vez era una revolución respecto a las cintas con las que se trabajaba anteriormente. Y la introducción de datos a través de tarjetas perforadas, sin un teclado que llevarnos a las manos.
¿Por qué ese recuerdo? Pues porque aquellas tareas de análisis había que desmenuzarlas hacia salidas inequívocas, siempre dejando todo los demás en una dirección. Como un juego. ¿Es más alto de 1,80? Sí o no ¿Tiene barba? Sí o no ¿Ha habido espionaje a ciudadanos españoles? ¿Había orden judicial? ¿Empezó antes de junio de 2018? Imaginemos que la respuesta a las tres últimas preguntas sea afirmativa. Eso da una responsabilidad, pero si la segunda es negativa, la misma responsabilidad se multiplica. Si la negativa fuese la tercera se podría entender mejor a Margarita Robles. En fin, que hay que analizar.
Después tenemos la responsabilidad de un partido que dice ser de izquierdas y republicano, aunque no se le note siempre. Personalmente cada ciudadano puede estar enfadado con el partido que quiera o con todos -yo estoy muy enfadado con ese partido desde 1980. Entonces yo residía en Catalunya y ese partido hizo presidente de la Generalitat a Jordi Pujol. Después ya vino lo que vino-. Los enfados pueden ser con algunos dirigentes y no con todo el partido. El presidente manchego juega casi a diario a enfadar a gente que quizás todavía no se ha enfadado mucho con su partido. Como individuos individuales, que podría decir un personaje de Camilleri, podemos enfadarnos lo que queramos con quien queramos. Otra cosa son los partidos y sus dirigentes, que tienen responsabilidades por encima de las individuales. Yo estoy muy enfadado con el gobierno, con el gobierno al completo, sin distinguir entre las dos familias que lo componen. Lo he dicho por aquí hace algunas semanas y sigo sin perdonar lo que el gobierno, el gobierno al completo, ha hecho con el asunto de Marruecos y el Sahara.
Y solo he echado gasolina a mi coche una vez después del 1 de abril. Procuro usarlo muy poco, y estoy encantado con los veinte céntimos por litro que el gobierno, ese con el que estoy enfadado, me ha perdonado en esa ocasión en que eché gasolina en abril. Y si en la próxima visita a la gasolinera no me encontrase con ese descuento, los republicanos y los monárquicos, los de izquierdas y los de derechas que hubiesen echado atrás la medida legislativa que procura ese descuento y alguna cosa más, se encontrarían con mi enfado más monumental. Creo que ha sido la vicepresidenta Díaz la que ha mencionado que eran las cosas de comer las que se ventilaban el pasado jueves en el Congreso de los Diputados. Es difícil no estar de acuerdo con ella en esta ocasión.
El eco local de ese mismo jueves en el pleno municipal de Santander es bastante penoso. Un concejal del PP puede admirar los ovarios de quien quiera, faltaría más. Pero no hace falta que lo declare en un acto oficial. La ministra de Defensa seguramente ha tomado nota. Es un apoyo notable. Ese concejal también ha empleado el término calaña con no mucha propiedad. La RAE, que ya traga con casi todo, deja margen para una buena calaña, una calaña positiva. A mí me parece que los que favorecen el descuento en la gasolina son de buena calaña. Al final resultará que EH Bildu, con la mochila histórica que arrastra, no es de peor calaña que algunos patrioteros de toda la vida.
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