No había estado en Madrid desde
antes de la pandemia. El declive de la sexta ola y una invitación para acudir
al teatro, han hecho que visite de nuevo la capital. Yo, por historia de vida
personal, soy más de la otra metrópoli española, pero Madrid vale una obra de
teatro, tanto o más que la misa de París. Lo peor es que los Juglares, supongo
que ya no les importa que se les traduzca, ya no son lo que eran. No hablo de
su buen trabajo en el escenario, que ahí sigue. Hablo de su línea de ruptura
con el poder. Debuté como espectador de su obra antes de la muerte del
dictador. Su Serrallonga, cuando no llevaba mucho tiempo en Barcelona, me hizo
acercarme a alguno de los referentes de aquella tierra. Irreverentes con la
dictadura, con los poderes de la Transición, la Torna, Ubú, Teledeum… No he
visto esa frescura ni ese afán de agredir al poder en Aristófanes. Desde luego,
actuando en un teatro de la Comunidad de Madrid, ni la más mínima alusión a su
presidenta y solo una, muy chabacana, al actual inquilino de la Moncloa. Pena,
penita, pena.
Y la guerra no era en Ucrania. Por primera vez en mi vida, la afirmación me hace estar de acuerdo con Aznar. Y la importancia de la familia. Deberé vigilarme, pero otra vez de acuerdo con todos los contendientes. Para mí, también es lo más importante. Pero mi familia cercana es en castellano. Después, está la famiglia. Un periodista de referencia para mí, Oscar Allende, afirma que aquí todos somos primos. En otros lugares o lo son o se lo hacen. Hacer el primo, es un bonito giro de nuestra lengua. Hay una versión moderna, pagafantas, que también ha salido estos días, pero a mí me gusta la versión clásica. Tengo una edad.
El resultado del partido, de la guerra civil interna del PP, todavía es incierto. En tres días todo parece haber estallado. El hooliganismo de todos los colores ya ha anunciado el marcador final. Pero las cabeceras de la prensa amiga no son unánimes. Y puede quedar todavía alguna actuación judicial aunque casi nadie la espere ya. Pese a que de lo que se habla, nadie debería olvidarlo, es del despilfarro de dinero público para llenar la cartera de un familiar directo. El desprestigio de la POLITICA, en general, solo favorece a los carroñeros. Incluso haciendo esfuerzos, no hay que alegrarse y eso no quiere decir que actuaciones dignas del superagente 86 o del inspector Clouseau no nos hagan gracia. Sin olvidar a Mortadelo.
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