Mañana es San Lorenzo. Ya está anunciada su ola de calor. Aprovechando que tenemos tiempo despejado y eso aquí no ocurre todos los días, trataré de mirar un rato esta noche. Es posible que ya hagan su aparición las perseidas, las lágrimas de San Lorenzo. Aunque hay expertos que señalan como más adecuada la noche de pasado mañana. Con estas lágrimas en cuenta y otras más, que no vienen ahora al caso, debo confesar que siento profunda envidia de Messi y mucha más de los miles de personas que nunca en su vida han tenido un disgusto mayor que el recibido hace pocas horas con la anunciada marcha del astro argentino. Mi confesión tiene mucho valor pues he sido incondicional de ese jugador. Llegué a crear un grupo de admiradores en una red social un día en que hizo diabluras con su equipo, que era un poco mío, contra el adversario eterno.
La felicidad en la que se mueven
millones de personas es envidiable a juzgar por lo que consideran el disgusto
de su vida. En el combate diario contra la pandemia, contra el precio de la
electricidad, contra el supuesto mal tiempo que azota el Cantábrico este
verano…hay quien encuentra lágrimas para despedir a Messi. Suerte a todos y que
nunca os alcancen lágrimas por algo peor.
No sé cuántos han derramado lágrimas hoy por el informe sobre el cambio climático. Irreversible ya. Todo va más deprisa de lo que parecía una exageración hace 20 o 40 años y hay quien todavía cuestiona esa evidencia. Unas fotos de mis nietos jugando en la playa, ayer, me han hecho caer en la cuenta de que estadísticamente les va a tocar vivir el fin de siglo. Con dos metros más de altura del nivel del mar, poca playa les va a quedar, al menos durante las pleamares. Es por ellos, para que ese no sea solo un vago recuerdo de infancia, por lo que merece la pena el combate contra la frivolidad de ese otro negacionismo. Contra las bromas torpes de “(…) pues este verano ñi, ñi, ñi”
Las autoridades académicas hace algún tiempo cambiaron la etiqueta del pretérito indefinido, que estudió mi generación, pasando a ser el pretérito perfecto simple. Confieso que no sé bien cómo va ese tema académico referido al futuro, pero perfectos simples o simples perfectos se encuentran en abundancia en el presente.
Dos ejemplos de la semana. Al presidente Revilla le siguen dando minutos en programas de alcance nacional y en horario estelar. El viernes pasado, a las diez de la noche, afirmó que él “no mete cuchara” en las decisiones de Sanidad. ¡Vaya! Pues debería meter cuchara y tenedor. ¿Dirige un gobierno de decisiones colegiadas o una partida estilo Pancho Villa?
El otro ejemplo es algo más lejano, no en mi sentimentalismo particular, y seguramente más importante y relacionado directamente con ese informe publicado hoy sobre el cambio climático: La ampliación del aeropuerto de Barcelona. Mi relación con El Prat viene de lejos. En su instituto acabé los estudios pendientes que me permitieron entrar en la Universidad de Barcelona. En ese instituto mi compañera de media vida, la madre de mi hijo, enseñó inglés en su primer curso completo en el oficio. Eran tiempos de ampliación del puerto, del desvío del río Llobregat… Las luchas sociales y ambientales se reflejaron con la llegada de la democracia y ese municipio tuvo alcalde comunista durante varias legislaturas.
Todo lo que se ha salvado del delta del río corre ahora peligro por una ampliación del aeropuerto que no tiene mucha justificación. No quiero pensar que la millonada del presupuesto es para ablandar al soberanismo. No quiero pensar qué parte mínima de ese presupuesto monumental serviría para que Santander y Bilbao tuvieran una conexión ferroviaria decente. Poco más de cien kilómetros requieren todavía, y da vergüenza escribirlo, tres horas de trayecto. Lágrimas…
(*) Foto National Geographic
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