Hace unos días una
iniciativa que se está popularizando me alcanzó. Son muchos los/las profesores
y profesoras, creo que mayoritariamente de Secundaria, que en sus clases a
distancia están trabajando con su alumnado escritos solidarios con las personas
en situaciones más difíciles: Residentes en geriátricos y hospitalizados. Me he
unido a la iniciativa, como un alumno más.
Me propone mi amiga María escribiros, y lo hace con un
elogio, me dice que escribo muy bien. Y además, en algún momento del pasado yo le pedí a ella un
encargo relacionado con nuestro trabajo en un Instituto de Secundaria. Ella
sigue, es joven, yo me jubilé, o sea que mi edad no está muy lejos de la de los
destinatarios de este escrito. Pero digamos que se lo debo y si me lo pide, os
escribo. No sé si me va a leer Jaime
o Dolores. Quizá Pilar o Manuel. Puedo conocer aproximadamente vuestras historias de vida.
No sois mucho mayores que mis hermanos mayores.
Quienes tengáis más
edad y mejor memoria, puede que recordéis la guerra. Ahora estamos en una
situación muy difícil, pero no estamos en guerra. No nos falta la comida, ni la
electricidad, ni el agua caliente. ¿Quién tenía agua caliente durante la
guerra? Mi madre, la mayor de cinco hermanas, tenía 17 años en julio de 1936. Y
su padre, mi abuelo Julio, era
tripulante de un barco de la Compañía Transatlántica que entró en Santander en
agosto y ya no le volvieron a ver hasta un tiempo después de acabada la guerra.
Mi abuela y sus
cinco hijas salieron adelante solas. Sin apenas dinero en metálico. Cambiando
productos que tenían en casa: leche y mantequilla de alguna vaca, huevos de
varias gallinas, algún conejo… andando a veces más de diez kilómetros para
encontrar con quién hacer el intercambio y volver a casa. Veinte kilómetros diarios
ayudan a mantenerse en forma ¿no os parece? Claro que cocinaban con nata. El
aceite desapareció en esta parte de España.
Lo que sí podéis
recordar la mayoría de vosotros es la penosa década de los años 40. La guerra
había terminado pero quedaron sus secuelas y, muchas veces, fueron peor que la
propia guerra. Una hambruna generalizada de la que solo escaparon los sectores
más privilegiados. Una falta de higiene también generalizada que provocaba una
mayor exposición a enfermedades…Familias separadas por el exilio o la cárcel. Vosotras/os estáis en mejor situación de
comparar si se parece a nuestra situación actual.
Después los tiempos
cambiaron, a mejor para la mayoría. A
muchos eso les llevó a otros lugares. Abandonar la casa en la que se había
nacido, el pueblo, y empezar a vivir en pisos muy pequeños aunque más
confortables, con agua y baño. Claro que estaban lejos del pueblo, en Santander
o Torrelavega, o en Bilbao, Barcelona o Madrid. O en Paris o Frankfurt o
Bruselas. Aprender a decir lo mínimo en otros idiomas y pensar siempre en
volver. Lo que algunos consiguieron antes o después y otros no lo consiguieron
nunca. Esa separación de amigos y familiares, de los paisajes que habíamos
visto desde que teníamos conciencia de ver algo, fue muy dolorosa.
Os podéis ir
clasificando, todavía puede que no haya tocado vuestro caso, pero si os veis
con ganas, me lo podéis contar. Prometo contestaros. Y ya, si os animáis a
escribir, o a grabar en vuestros teléfonos, lo podéis mandar a vuestros hijos y
nietos. O biznietos ¿Tenéis biznietos? Eso es algo que la naturaleza solo
otorga a una minoría de personas en estos tiempos en que los hijos se tienen
muy tarde. Yo tengo dos nietos y casi la absoluta seguridad de que no voy a ser
bisabuelo. Es más, no quiero ser bisabuelo. No quiero que mi nieta, o mi nieto,
sean padres antes de tiempo.
Vamos a resistir.
Hemos pasado mucho para que un bichito tan pequeño nos lleve por delante. Un
abrazo