lunes, 23 de julio de 2018

Mi Tour


El día 14 empecé unos días de vacaciones en Francia. No era mi primer 14 de julio en Francia. Es un día bastante especial allí. Lo pudimos comprobar por la noche viendo los fuegos artificiales desde el puente de piedra de Burdeos. Había algo más este año: Era la víspera de la final de la copa del mundo de fútbol y la selección nacional tenía por lo menos la mitad de las opciones para llevarse el título. En alguna entrada reciente ya había apuntado que tras la eliminación de España, los vecinos eran mis favoritos. Hemos ganado. Bien.

Guasapeando con mi amiga Patricia, francesa de nacimiento, colombiana sentimental por consorte y la mayor hispanófila que conozco, nos hemos preguntado si en probables vidas anteriores podríamos haber sido, cada uno de nosotros, de la nacionalidad vecina. No sé a ella, pero a mí, la francofilia declarada, alguna vez me ha costado alguna censura. Y tampoco soy un incondicional. Dejaba de comprar queso francés cuando allí se producían incidentes con nuestros camiones cargados de fresas. Debe hacer ya más de treinta años…

En este viaje, a la velocidad humana que procuran las bicicletas, he añadido alguna razón a mi afición por el país vecino. No ha sido la primera vez que me muevo en bici por Francia, pero ha sido la primera vez en que me he desplazado en ella durante una semana completa. Sin más equipaje que el que permiten las alforjas. El cuidado del territorio, seguramente algo parecido a un amor por el territorio, que se aprecia mucho mejor desde una bici que desde un coche, es un hecho que enamora. Al menos a mí.

Conozco países europeos en los que ese amor por el territorio es tan evidente o más que en Francia, pero están más lejos. Y después está lo nuestro: Uno de nuestros mayores desamores es el territorio. Con alguna excepción, escasa, parece  que disfrutamos con el maltrato al territorio. El turismo  masivo, nuestra mayor riqueza desde hace al menos medio siglo, ha sido uno de los causantes de ese desamor, pero no el único.

La desconexión que procura marchar al extranjero, aunque ese extranjero esté realmente cerca –El aeropuerto de Burdeos está a la misma distancia de mi casa que el de Barajas- me  ha dado dos beneficios por lo menos. Me he perdido los detalles de la guerra civil que han disfrutado o sufrido los populares. El regocijo que produce que una persona tan autosuficiente como la anterior vicepresidenta del gobierno sea la perdedora, debe ser compensado con la amenaza de que el partido más votado en el conjunto del territorio se eche literalmente al monte ideológico. Y eso no quiere decir que el PP de Rajoy fuera blando en materia ideológica o económica.

Volviendo al territorio. La candidatura perdedora tenía en los apoyos locales, alcaldesa y anterior alcalde, los defensores del mayor atentado al territorio que estamos sufriendo. Muy gratuito además. Las escolleras de la playa de la Magdalena, una de las pocas que en el Cantábrico está orientada al sur, son muchas cosas a la vez: Feas, innecesarias, biológicamente agresivas… pero es que en el plano social son el aglutinante de un movimiento transversal que puede significar el divorcio definitivo de la mayoría social de esta ciudad con los populares.

Desconozco como se va a adaptar la estructura regional del PP, fracturada, y la municipal de la capital, a los nuevos tiempos de Casado. Seguro que encuentran la forma. Los políticos profesionales tienen la plastilina muy cerca de su ADN. Una incógnita de cierto tamaño es el futuro de Íñigo de la Serna, autor ideológico de las escolleras. Lleva dos meses sin parar de perder. Cualquier cosa que no sea el inicio de una vida profesional alejada de la política me sorprendería.  Aunque decir algo así sea realmente arriesgado.

El otro beneficio ha sido físico. A mi edad, una semana completa dando pedales, aunque sea por el territorio llano de la Gironde, es objetivamente sano. Hoy es día de descanso y mañana creo que llega la primera etapa pirenaica, No he visto este año un solo minuto del Tour de verdad. Espero empezar mañana.


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