El viernes volvía de Pirineos y pasé por Pamplona. A pesar
de la hora, la de la siesta, el ambiente festivo era evidente en una ciudad en
la que en esta semana es difícil ver gente vestida de un color distinto al
blanco. He pasado por Pamplona por motivos diversos, algunos tremendos, muchas
veces. No pude evitar el recuerdo de estas fechas de hace cuarenta años. Sí,
estábamos allí. Un compañero de trabajo nos ofreció su casa, ellos se iban.
Muchos pamplonicas están fuera esta semana. Otros compañeros nos acompañaban. A
veces habíamos salido por Barcelona. Menos mal que no estábamos solos. Nos
guiaron para evitar la batalla, aunque no siempre con éxito. No he vuelto a San
Fermín ni pienso volver. Germán, no
lo recordaba, tenía un año menos que yo. Otra víctima de aquel final de la
tiranía. Los culpables sin castigo. Tantos estados de excepción dieron paso a
un Estado excepcional.
Desde hace al menos diez años, con el asesinato de Nagore y la violación múltiple de hace
dos, se va poniendo en la pantalla principal un aspecto de la fiesta que, al
menos mientras yo fui joven, se comentaba en voz baja. Y es que en Pamplona por
San Fermín había una libertad desconocida en las otras cincuenta y una semanas
del año. Aquella ciudad carlista se iba transformando. Mientras yo fui joven,
soltero, ya no lo era en 1978, nunca me llegó referencia alguna de que aquellas
relaciones no fueran pactadas. No encuentro explicación a lo que ha ido
sucediendo después. Tampoco a lo anterior. No sólo en el aspecto de encuentros
sexuales.
En los Sanfermines de 1972 se cantaba por la calle, con el
tono del funeral del labrador, de Chico
Buarque y una letra arreglada: “Es el funeral de don Melitón, que está bajo
tierra por ser un cabrón. Fue el pueblo de Euskadi quien le condenó…” Meses
antes ETA había asesinado a un inspector de policía de ese nombre. Faltaba año
y medio para el atentado a Carrero
Blanco. Lo uno y lo otro, la libertad sexual y la aparente rebeldía contra
la dictadura, podrían ser minoritarias pero teñían la ciudad en fiestas.
Habrá que parar esto alguna vez. Pese a Hemingway. Los Sanfermines siguen siendo una fiesta con una base
taurina cada vez más contestada. Las multitudes pueden ser muy incómodas pero también
tienen partidarios. Ayer domingo, al mediodía, en Puertochico, un coche con
cuatro mozos ataviados al estilo sanferminero enfilaban Tetuán, nuestro barrio
que celebra la misma fiesta que Pamplona. Ventanillas bajadas y voces a los
transeúntes. El tiempo justo de haber
vuelto después del encierro ¿En qué condiciones?
Apunté en este blog, en relación con las torturas que sufrió en el final de la dictadura, la
honradez y valentía de una feminista histórica. No había sido muy partidario de
la teoría de Lidia Falcón y de la
creación de un partido feminista, con la mujer como una clase social… debe
hacer de aquella fundación unos 35 años. Lidia me parece más lúcida que nunca.
En torno a la fiesta de Pamplona y sus
daños colaterales, a las propuestas de vestirse de negro o no, en el día
del santo, cerraba un brillante artículo de esta manera: “(…) no se persigue la igualdad para que las mujeres sean tan bárbaras
como los peores hombres sino para que todos, hombres y mujeres alcancemos un
nivel superior de sensibilidad y solidaridad con todos los seres vivos”
San Fermín no puede ocultarlo todo. Aunque sea de forma
telegráfica hay que señalar que hoy es el día en que se ha empezado a hablar.
De aquel parlem de octubre han pasado nueve meses. Como un embarazo. Y
Ciudadanos cada vez más alineado con las tesis más reaccionarias. Y de lo que
hay que hablar no es fácil pero mucho más difícil si no hay un mínimo de
consenso. Y otra conversación pendiente. Los británicos se irán de la Unión,
pero los costes todavía no son evaluables. Los partidarios acérrimos de
referéndums, deberían tomar nota de lo ocurrido en el Reino Unido en los dos
años que han pasado desde entonces.
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