En otras ocasiones he hecho referencias a personalidades
recientemente fallecidas con las que no me unía ningún trato personal. La
muerte de Ramiro Pinilla, singular
como ninguno de sus colegas escritores, me ha dolido en muchos frentes. Su edad
le situaba por encima de la probabilidad estadística para seguir viviendo, pero
su vitalidad, su capacidad de trabajo, sus proyectos, sorprendían no solo a los
que tenemos alrededor de 30 años menos. Conozco casos de sorpresa ante ese fenómeno,
en gentes que también escriben y que tienen alrededor de 60 años menos.
Por una relación de amistad entre algunos familiares y la
hija del escritor, tuve la fortuna de ser recibido en su casa. Es una de esas
imágenes que hay que guardar en el propio cuadro de honor vital. Entre sus
obras publicadas recuerdo especialmente La
higuera. En el mismo marco de la guerra civil tiene una fuerza enorme su
descripción de los combates- creo que en el segundo tomo de Verdes valles…, en la primavera de 1937,
en el fortificado cinturón de hierro que protegía Bilbao del avance enemigo. Escenas
de un hospital de Durango… Pude preguntarle si tenía imágenes propias de alguno
de esos episodios y me dijo que no. Que era más su capacidad de imaginar cosas
que había escuchado en el momento de los hechos y en la inmediata posguerra.
Algo compartido en cierto modo. Un hermano de mi padre
estuvo en ese frente y algún relato me hizo, en voz muy baja, en mi infancia,
seguramente en su visita anual fija, la de la comida del día de Año Nuevo. Ese
tío mío era el único perdedor oficial de la guerra civil en nuestra familia. O
eso me hicieron creer cuando yo era muy pequeño. No tengo edad para la
ingenuidad. En las guerras unos pocos ganan mucho. La enorme mayoría pierde
mucho más. La vida, la inocencia, el patrimonio material… Y sigue habiendo
guerras que hoy no voy a recordar. Tengo que centrarme en otra del pasado.
Esta entrada lleva imágenes. Preparando una próxima visita a
Londres me encuentro con muchas referencias al centenario de la I Guerra
Mundial. La primera de ellas una fotografía con unos soldados aliados en un
momento de esparcimiento. El marco es el de la batalla de Ypres, Ieper en su
nombre oficial flamenco. La primera noticia que tuve de esa ciudad no fue la
relativa a la guerra. En alguna clase de Historia del Arte de aquel
bachillerato de seis años y dos reválidas que estaba en vigor cuando uno tenía
la edad de estudiar bachiller, el profesor hizo referencias múltiples y
alabanzas a un espléndido edificio gótico que no era religioso. Había un
apartado en el tema y era el gótico civil.
La lonja de paños de Ypres, arrasada ahora hace justo cien
años, efectivamente era una muestra viva de un pasado que en esa zona de Europa
había empezado a cambiar sustancialmente las formas económicas, sociales y políticas
que habían dominado desde la caída del Imperio Romano. En algunas ciudades del
norte de Italia sucedían cosas similares. Incluso en esta entonces pequeñísima
villa desde la que escribo, el final del siglo XII- la concesión del fuero- y
la centuria siguiente marcaron un punto de cambio que hoy se puede visitar en
el yacimiento arqueológico de la plaza Porticada.
Al alcalde que se ha empeñado en potenciar desde un punto de
vista cultural, sin duda un eje de crecimiento económico, el centro de la
ciudad, con mucha improvisación, cierto, pero globalmente me atrevo a decir que
con un grado de acierto que no abunda ni en la capital ni en el resto de la
región, le ha salido un frente, que no llegará a ser una guerra, pero que es
una batalla notable en la que también se quema quien podía haber sido
considerada la princesa heredera, la
concejala de Medio Ambiente, María
Tejerina.
Los excesos en la senda de la costa norte han provocado una
indignación vecinal poco frecuente en esta latitud. El cambio de postura del
Ayuntamiento me ha recordado a Chaplin
en Tiempos Modernos. Ya que tienes
una bandera en la mano, ponte al frente de la manifestación. Lo malo es que el
representante del Ministerio no se ha callado. El Ayuntamiento conocía como
nadie el proyecto y lo había avalado. El fracaso de la mordida vecinal es patente en este caso. Un puntal del PP local era
su control casi absoluto del movimiento vecinal oficial. Mucho más tarde del
pronóstico de Bob Dylan parece que
ahora si, los tiempos están cambiando.