No hace muchas semanas ya había comentado aquí que cada vez
debo prestar más espacio a la necrológica. El pasado jueves a última hora
falleció Iñaki Azkuna, un político
que sin pretenderlo ha sido mucho más que alcalde de Bilbao, pero el viernes la
familia anunció que Adolfo Suárez
estaba a punto de fallecer. La gestión de la muerte sigue siendo en nuestras
sociedades tremendamente diversa y contradictoria. Teniendo mi propia
experiencia en el asunto me libraré de enjuiciar gestiones ajenas. Vamos a
dejarlo en que algunas son sorprendentes, con preaviso. Y después también queda
esa costumbre, no sólo española, de ensalzar a los difuntos aunque en vida
hayan sido, o te hayan resultado, tremendamente antipáticos.
Hoy no es el caso. Bilbao, una ciudad que se detiene dentro
de unas horas para el funeral de su alcalde, es la ciudad que, sin haber nacido
en ella, también es la mía. Y su difunto alcalde una personalidad que se detuvo
en numerosas ocasiones para atender las necesidades más mínimas de sus vecinos.
Un ejemplo para quien quiera ser buen alcalde de su ciudad. No es difícil, en
este caso, caer en el tópico de lo bueno que era el difunto. El otro caso me
resulta más difícil y a la vez me parece que tiene más mérito.
En su momento, entre 1976 y 1981, no sentía ninguna simpatía
por el presidente del gobierno. Yo estaba situado en la minoría que quería, y
había combatido, por lo que entonces se denominaba la ruptura democrática. La
reforma me parecía una pantomima. Casi cuarenta años más tarde no me cuesta
reconocer que el papel de Adolfo Suárez no ha parado de crecer y que su
relevancia histórica, desde hoy, va a ir dejando a los demás presidentes del
gobierno en una altura, en una órbita, muy distinta.
¿Lo cotidiano, que no excluye a la muerte, se queda también en otra órbita? Creo que no.
En Francia se apuntan datos electorales inquietantes. El pasado sábado en
Madrid culminaron dos semanas de movilización con un lema que hasta hace poco
parecía del mundo pobre, del sur, del tercero de esos mundos: Pan,
trabajo y techo. Y hay quien se empeña, además de rebajar las cifras de
participantes, en situarla en la extrema izquierda.
¿La muerte nos iguala? Al menos con excepciones. En Ceuta,
ya hace mes y medio, fallecieron 15 africanos en unas condiciones que no han acabado
de aclararse. Había una propuesta de reprobación parlamentaria al ministro del
Interior por esos hechos. El principal partido de la oposición ha terminado por
no apoyar la propuesta. La deriva de ese partido lleva a una parte notable de
la población al naufragio. Si alguna vez hay consecuencias electorales como las
de ayer en Francia…
En este blog no nos tomamos muy en serio hace meses el viaje
de Cospedal a China y el hermanamiento del PC Chino y el PP. Ahora hay
modificaciones legales en nuestro ordenamiento a instancias de China pero
parece que el propio Mao ya estuvo
presente en el diseño de la transición. La muerte de Adolfo Suárez va a poner
otra vez la transición española en el prime time. No dejará de tener
gracia que a la pizarra de Suresnes haya que añadir otra
pizarra, la de Pekín. Aquel peligro amarillo literario y fantástico, se
concreta.
No quiero terminar la entrada semanal sin comentar a mis
lectores habituales que en Bilbao, en sus cercanías, Koro y Pablo, los padres de Hodei,
el resto de la familia, sus amigos, siguen en su búsqueda. #HodeiEguiluz #Zure bila
Siempre certero. Gestionar la muerte también es una labor que nos unifica. A veces se gestiona la muerte de alguien que ha fallecido, otras hay que gestionar la muerte de alguien que sigue viviendo.
ResponderEliminarSupongo que los difuntos que siguen viviendo tienen una gestión del fallecimiento muy peculiar. Pero Bilbao está por encima de todo, para tu nueva vida es propio "Bilbao, Bilbao, über alles, über alles in der Welt" Danke und/eta eskerrik asko
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