La semana pasada la entrada correspondiente de este blog terminaba aludiendo al carnaval
que se acercaba. Ahora está mucho más cerca y algunos acusan la cercanía. En carnaval todo
está tolerado. Un consejero del que nunca se supo su aportación para la
implantación de la democracia en España, se disfraza de demócrata de toda la
vida y, en un salto mortal sin red, como si se hubiera puesto falda de tubo,
peluca platino y morritos pintados – y puede que no sea la primera vez- se
atreve a dar licencia, bula, de demócratas a los suyos. Los otros, los
contestatarios, son los malos, autoritarios… En otra época del año daría su
nombre, pero llega el Carnaval.
De su mismo partido es el alcalde manchego de Alcázar de San
Juan. Ha conseguido más eco nacional que su colega del gobierno de Cantabria.
También los 11.000 vecinos que no quieren que se privatice la gestión del agua
en su municipio son sospechosos. Las patentes de normalidad las da él. Que no
ganó las elecciones, que es alcalde por alguna carambola y, lo más importante,
que no llevaba esa privatización en su programa electoral. Hasta que no se
considere delito el incumplimiento de los programas electorales, la democracia
seguirá teniendo un coeficiente de bamboleo que a veces puede marear.
Otros que se han apuntado a la etapa de disfraces son los
terroristas de ETA. En lo poco que lleva circulando este año 2014, en este blog
que no es precisamente el New York Times
ni Le Monde, ya nos hemos ocupado en
un par de ocasiones de esa etapa que puede ser la final. Final de una pesadilla
que dura demasiado. Final que no ocurrirá si una pequeña fracción de los más
intransigentes, se desgaja de lo que parece la corriente mayoritaria. La
gestión de las oportunidades para el final de la violencia, sabiendo que los
culpables siempre son los asesinos, tiene
responsabilidades en todos los flancos. Los ciudadanos de a pie podemos pensar
que no estamos para tomaduras de pelo. Las asociaciones de víctimas aportan su
visión. Pero los gestores políticos deben tratar de que no haya una sola
víctima más. La tentación de usar ese final, cuando sea cierto, en la cuenta de
resultados de tal o cual partido político, nos aleja del propio final. No es
tan difícil de entender.
Siendo hoy 24 de febrero tenía yo en el guión ocuparme del
día de ayer en versión suave. El aniversario del Racing, un Racing liberado
cuyas peñas han llevado a Delacroix a la gradona,
el aniversario de la expropiación de Rumasa, que tanta riqueza repartió a
costa de todos, o el cumpleaños de mi amigo Borja, que nació bastantes años
antes de que algunos decidieran popularizar la fecha. Y no es posible.
Anoche me llamó una de mis hermanas. Sabe que no veo la tele
y creía que debía informarme del tema que manejaban en la Sexta. No me di por
aludido y seguí ordenando mis fotos de los últimos días. Un amigo puso minutos
más tarde en Facebook que se trataba de un montaje. Fue el primero, del círculo
al que llego, en advertirlo. Me alegré más de no haber encendido el televisor.
Jordí Évole me cae simpático aunque no sigo su programa, pero valoro mucho a
Orson Welles. En 1938 podía tener mucho sentido jugar a la ficción con algo que
nunca había ocurrido.
Soy suficientemente flexible para cambiar de opinión si me
convencen, pero al primer bote el asunto no me ha gustado. Esa misma hermana
que me llamó anoche me llamó hace 33 años. Mi hijo de casi once meses en mis brazos,
merendando. Puse la radio. RNE. Mi compromiso con la democracia había sido
bastante mayor que el del consejero de Educación del Gobierno de Cantabria –
vaya! se me ha escapado!- y el golpe chileno nos había dejado imágenes
tremendas del estadio Nacional de Santiago. Mi aparato de radio sintonizaba a
décimas de milímetros la emisora de Valencia y la de Barcelona donde vivíamos
entonces. Escuché en directo el bando de Milans
del Bosch pensando que alcanzaba a todo el territorio… y no me da la gana
seguir. Soy consciente de que seguramente todavía no sabemos todo lo que
ocurrió aquel día, pero no me hace ninguna gracia, 33 años después, que se
frivolice el asunto.