lunes, 12 de agosto de 2013

Oyambre, el santo y la peana




Cuando llegan los mejores días del año, los que se pueden pasar en lo que cada uno califique como su centro del universo, allí donde la infancia, o el amor o ambos y más, nos fueron favorables, existe la posibilidad de que el entusiasmo nos oculte realidades evidentes. Le comento a una amiga que Oyambre, concretamente el cabo, es mi DNI y me contesta que puede que sea también mi DNA/ADN. Me parece que puede estar acertada.

Nunca fui favorable a los determinismos varios que he ido encontrando a lo largo de mi vida, biológicos, históricos o geográficos, no en el sentido de su primacía. Aunque tampoco conduce a nada negar la existencia de determinados factores. Alguno de mis bisabuelos, mis dos abuelas y uno de mis abuelos nacieron y vivieron a muy pocos kilómetros del cabo. Si yo hubiera nacido en Australia y nunca hubiera pisado la costa del Cantábrico, mi relación con ese cabo sería distinta. Pero no es el caso. Durante cientos, puede que miles de mañanas veraniegas de niñez y adolescencia una de las primeras cosas que veía, antes que el desayuno, era ese cabo. Eso marca un poco.

La batalla de Oyambre de los primeros ochenta me pilló residiendo fuera. Hubiera sido especialmente sangrante para mí de haber sido entonces, como ahora, ciudadano de esta región. La victoria de los defensores del medio ambiente ¿en qué se ha traducido? Hay un valor notable en una playa que no tiene detrás un telón urbanizado, salvo media docena de construcciones de dudosa legalidad en relación con la ley de costas.

Eso no es poco ¿hay algo más? La declaración hace más de 20 años de la zona con una figura de protección, Parque Natural, que no se ha traducido en nada hasta hace muy poco tiempo. Un solo ejemplo. ¿Alguien impone la ley en relación con los aparcamientos? Habrá que esperar una desgracia para que quien corresponda impida aparcar vehículos a los dos lados de la calzada impidiendo la circulación normal durante horas, fundamentalmente los fines de semana.

Lo que se hace en Oyambre, y en alguna otra playa de nuestro litoral, ¿sería posible realizarlo en algún otro lugar del territorio? A qué viene esa permisividad? Hay lugares de aparcamiento en la zona, privados, de precio razonable, probablemente ilegales, del mismo modo que hay lugares de acampada y se permite la acampada libre en el pequeño aparcamiento sin pavimento… ¿hasta cuando tanta exhibición cutre? Quién ganó la batalla de hace 30 años?

Se reía la noche del sábado un amigo bilbaíno cuando le confesé que me dolía Oyambre. No tengo la capacidad de Unamuno para que me duela toda España, que me duele bastante, esta semana de Novales a Gibraltar, mucha tela por cortar, sin ánimo de rima fácil. Pero me duele Oyambre, me duele mucho. Y uno de los últimos dolores se relaciona no con la masificación, la censura de la misma siempre fácil de etiquetar como elitista. El nexo de unión de esa playa con el horizonte más lejano, el que no se divisa desde sus arenas ni desde lo alto del cabo, es el aterrizaje en junio de 1929 del llamado pájaro amarillo.

Ese mismo año se descubrió un sencillo monolito en recuerdo de la hazaña de los tres aviadores franceses y del polizón que llevaban a bordo. Ese monolito es parte de mi DNI y de mi DNA/ADN, ha estado ahí más de 80 años ¿Quién y en nombre de qué o quien lo ha retirado de su emplazamiento dejando en su lugar únicamente un cuadrado de piedra sin la más mínima explicación? Nos han dejado la peana pero yo quería al santo.

Ayer domingo, como muchas otras veces, me encontré en mi paseo mañanero con Antonio Resines. No nos conocemos de nada y siempre he dudado si saludarlo y someterlo al test de comprobar como lleva su fama o respetar su intimidad y hacer como que no lo reconozco. Antonio Resines tiene fama, está vinculado a la playa y ha producido un documental sobre la aventura de 1929, la cuarta travesía del Atlántico sin escalas.

Que sepa, desde aquí, ya que no se lo he dicho en directo, que alguien se lo haga llegar, que tiene un voluntario para pelear por el reintegro del monolito a su lugar. A ese lugar que todos los nativos y habituales de la playa conocen como el pájaro amarillo. El mismo nombre que un hotel rural de la zona y el del chiringuito de la playa, el que ofrece pecados frescos. Nadie echará en falta la s en las paellas de Agus y María. Una de las curiosidades gastronómicas menos conocidas de la región.

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