lunes, 3 de junio de 2013

Papa Roncalli




Si hoy no fuera 3 de junio quizá hubiera escrito sobre el Racing que en pocos días cumple cien años y sigue en el despeñadero. O sobre el otro ex presidente del gobierno, que desmerece muy poco del que me ocupé la semana pasada. Son lo que coloquialmente denominamos “figura”, y no en sentido positivo. Incluso un ex vicepresidente que parece que tiene toneladas de memoria, interesada, claro. O de lo que puede estar empezando a pasar en Turquía, o del dato del desempleo que Presidente Mariano anuncia, con su bola de cristal, que va a ser tremendamente bueno. Pero todo eso va a esperar.

Hoy es 3 de junio y hace cincuenta años  que murió el Papa Juan XXIII, el Papa bueno, un apelativo que debería servir para cualquiera que ostente ese cargo, y que en la medida que lo tiene otorgado uno, poco sirve a los demás, que no han debido ser tan buenos. Ya a mitad de los años 20 el cardenal Roncalli parece que fue acusado de “modernidad”, pecado mortal donde los haya para las fracciones más intransigentes de la iglesia católica.

Su corto papado, cinco años, la convocatoria e inicio del concilio Vaticano II, la encíclica pacem in terris, su talante, hacen de él una figura que llena todo un siglo con un signo bastante diferente al de sus antecesores y sucesores. Según alguno de los más serios vaticanólogos, lo mejor que se ha dicho del actual Papa Francisco es su parecido con Juan XXIII.

La época de su pontificado coincidió con uno de los más brutales recrudecimientos de la guerra fría. Solo un ejemplo. El inicio de las sesiones del Vaticano II, octubre de 1962, se adelantó en pocas horas al estallido de la denominada crisis de los misiles. La tensión entre los EE.UU y la URSS, con la Cuba de Castro como chispa, alcanzó en ese otoño una de sus cotas álgidas. El desencuentro del primer presidente católico de los EE.UU, John Kennedy, con alguno de los sectores más reaccionarios de su propio partido, las manipulaciones de sus servicios secretos, FBI y CIA y el fracaso del intento anticastrista de abril de 1961 en Playa Girón, están, con pocas dudas, en el núcleo de la conspiración que acabó con la vida del presidente en Dallas, en noviembre de ese mismo año 1963.

¿Quién tiene interés en este cincuentenario? Casi podría asegurar que el mayor reside fuera de los muros del catolicismo institucional. El papado de Juan XXIII, el legado del concilio que él posibilitó y que sus sucesores no hicieron más que recortar y desvirtuar, probablemente se deben situar ya como el intento más serio de actualización, de aproximación, de la iglesia a la sociedad que la rodea, de la que se nutre y a la que se supone que sirve. Aggiornamento, en italiano, se utilizó durante años como expresión de lo que Juan XXIII quería lograr con el concilio.

Lombardo de nacimiento, cardenal arzobispo de Venecia antes de su llegada a la sede romana, próximo a sectores progresistas de la Italia de postguerra y  a los pensadores progresistas del catolicismo de entreguerras, su posicionamiento claramente antifranquista, aborrecía que se hubiera dado el término cruzada a nuestra guerra civil, no hicieron de él un Papa apreciado por las autoridades de la dictadura.

De hecho, en muy buena medida, hay que situar la apertura eclesial que posibilitó el concilio en las raíces de la multiplicación del fenómeno de oposición al franquismo. No sólo por la participación en dicha oposición de sectores provenientes del catolicismo, HOAC, JOC, lo más fundamental fue la puesta a disposición de una oposición cada vez más estructurada, de la infraestructura de la propia iglesia. Numerosas huelgas y manifestaciones antifranquistas se prepararon en los locales parroquiales. 

Permaneceré atento todo el día, a ver como conmemora la jornada monseñor Rouco.




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