domingo, 19 de marzo de 2023

Vacas

 

Esta semana también me voy a olvidar de casi todo lo que ocupa y preocupa a casi todos. Lo siento. Hay un asunto de familia muy importante y me parecería traición a casi todo no reseñarlo. La India y nosotros. Antes que cualquier otra cosa, somos vacas, y apurando, raza frisona. Las pintas. Hace más de un siglo y medio en esta pequeña región se produjo una revolución en los usos ancestrales de la ganadería, no sé, no soy especialista, si del mismo calibre que supuso en la agricultura la introducción del maíz, entre el final del siglo XVI y los inicios del XVII. El caso es que, para la gente de mi edad que aunque nacidos en la ciudad veníamos de familias rurales, el campo, los veranos en el pueblo con abuelos, tíos y primos, nos marcaron una infancia que nos hizo y nos hace entender muchas cosas que los completamente urbanos pueden desconocer o no valorar. Ayudar en la economía familiar de subsistencia, jugando. Llevando las vacas a pacer, o al bebedero, o ayudar en la siega y recogida de la hierba seca… o pisarla en el pajar, o en el carro, o en las H(j)azas…

A raíz de la pandemia es cierto que ha podido haber un reencuentro con los productores de alimentos. Eso es básicamente el sector primario. Un sector que tiene muy poco que ver con el que conocí hace medio siglo: de ordeñar y segar a mano se ha pasado a la mecanización y la robotización, como en otros sectores productivos. En mi infancia recuerdo las mayores ganaderías del pueblo con no más de diez reses –seis o siete la mayoría- Ahora, en el mismo pueblo quedan dos explotaciones. Las dos son propiedad de nietos de una hermana de mi padre. Mi tía Consuelo. Uno de ellos ha recibido este viernes la medalla de Cantabria porque es el dueño de una vaca campeonísima. Llinde era el nombre del caserío más alejado del centro de un pueblo bastante alargado. En femenino, la Llinde, como otros del mismo pueblo, la Pedrasca o la Braña o la Corralá. También hay masculinos. El J(h)oyu, espero que nunca venga la academia de las tildes a decirnos que es el Hoyo y la Linde.

Llinde ahora es más que una docena de casas. Llinde es el nombre de la vaca campeonísima que el viernes 17, día de San Patricio – aquí una conexión celta-  ocupó no un escaño pero si un buen rincón del patio del Parlamento de Cantabria. No soy imparcial. Quizás hay ciudadanos que han pensado que ese no era lugar para una vaca y es posible que tengan sus razones. Pero es que Llinde, como la del cantar, no es una vaca cualquiera. Y después están los propietarios de Llinde. Qué lección de casi todo. También ha habido el viernes, San Patricio, en el Parlamento de Cantabria un discurso poco entonado. Una lástima. El consejero de Ganadería, en campaña permanente, no ha dudado en cargar contra la ministra de Transición ecológica. Él tiene una cruzada personal contra ella. Pero no era el día, señor Blanco. Ni de confundir el ganado de leche con el de carne, ni de llevar el lobo al Parlamento, ni mucho menos personalizar en la vicepresidenta Ribera lo que es una política respaldada por el conjunto del gobierno de España y las instituciones europeas. La elegancia política no debió de ser materia importante en los estudios del consejero. Allá él.

Supongo que los cracs bancarios y la bolsa en montaña rusa y las ayuditas a políticos muy bien pagados y no sé cuántas cosas más podrán esperar una semana. Hoy era el día de Llinde, de Agapito y de Rosana y de sus hijos, y de su madre y sus tías… y de todos los vecinos de mi pueblo. Los padres de Agapito tienen un lugar notable en mi memoria de niño y aunque no nací allí, su pueblo es mi pueblo: Ceceño, El Tejo, Valdáliga.

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