Un cuarto de siglo de un asesinato, el de Miguel Ángel Blanco, que empezó a
cambiar muchas cosas en la percepción popular de los asesinos, fundamentalmente
en el País Vasco y Navarra. Todavía quedaba mucho por sufrir, pero nunca se
volvió a la situación anterior respecto a los supuestos gudaris. En mi familia
ya no estábamos todos. Mi padre se nos había ido cinco años antes y mi hermano
estaba viudo desde aquella primavera. Con él y con uno de mis cuñados vi en
televisión la noticia del final de aquellas horas de angustia. En un bar con
vistas a San Vicente de la Barquera y a los Picos, en una tarde tan soleada
como la de hoy. Al día siguiente, o el martes, abandoné la concentración en la
plaza del Ayuntamiento, todavía con un Franco ecuestre en su ángulo oeste, para
no compartir el mismo aire con un tipo que hacía el saludo fascista con su
brazo derecho…
La hermana del asesinado reclama hoy una ley de memoria
democrática que deje claro quiénes eran los verdugos y quiénes las víctimas.
Nada que oponer. Supongo que no le importará que se aplique la misma norma a
otros verdugos y a otras víctimas.
Aquí el verano se ha vuelto a calentar y no solo en lo
meteorológico. Una nueva ley del suelo ha sido aprobada en el Parlamento
regional con la oposición del PP y de un diputado del PSOE. García Oliva probablemente es el único
entre sus compañeros que se ha enterado bien de lo que se aprobaba. La
oposición del PP es la coartada perfecta para la mayoría que sustenta al
gobierno. Todo podrá ser peor cuando vuelvan a gobernar los populares.
Y en cuanto a espectáculos veraniegos, la semana ha sido de
primera división. La Feria del Libro ha alcanzado su edición número 41, con un
emplazamiento y una programación que hacen bastante fácil olvidar las cuarenta
anteriores. La dedicatoria de Kirmen
Uribe ya me hace inolvidable esta edición para el tiempo que me quede. En
ese marco también se ha estrenado un espectáculo teatral: “Lear en las catedrales” del que no sé si poner en primer lugar la
interpretación de María Vidal, el
escenario, -el Claustro de la catedral de Santander- o el recuerdo de mi visita
a los Claustros del norte de Manhattan, agosto de 1988, sin saber que Pepe Hierro también se los estaba
trabajando. Todo eso en una espléndida noche veraniega, con invitados de
excepción como una brillante media luna sobre el Claustro y alguna gaviota
alterada por, supongo, haber visto su sueño aplazado un par de horas.
La UIMP imponía medallas a los cuatro expresidentes del
gobierno que siguen vivos. El activismo prosaharaui les ha impuesto las
medallas a la traición a ese sufrido pueblo en el marco incomparable de La
Magdalena. Verano en Santander. Cada vez más variado. Y en la locura que supone
quedarse por aquí en esta parte del año, recibir visitas, tratar de enseñar
esos rincones especiales que tanto nos reconfortan a los nativos fuera de
temporada y que ahora se ponen incómodos y nos hacen madrugar tratando de no
vernos desbordados por las masas de visitantes … En el justo medio de todo eso
llegan ecos diversos. Parece que el ministro de Exteriores ruso no ha estado a
gusto en la cumbre de Bali.
Lavrov
no es un ingenuo. Está mucho más cerca de ser un caradura portador de la
palangana del jefe Putin. El premier
británico tampoco anda mal de blindaje en su rostro. Pero creo que se ha
terminado, o está a punto: Koniec, Boris. Boris, qué nombre tan ruso se podría pensar, y no. Gracias a la Wiki, que
siempre está ahí para echar una mano, me entero de que tal nombre, de hecho, viene de Kiev, de cuando Kiev era como la Merindad de Castilla la Vieja.
Más ecos. El gobierno de la Comunidad de Madrid y el
desparpajo de su presidenta han lanzado otro “¿Y qué?” Son como Robin Hood
pero al revés. Roban a los pobres para dárselo a los ricos, para que tomen más
cañas o caviar y champán de la Viuda o lo que los ricos madrileños acostumbren
a tomar en sus terrazas tan libres ellas. Darle la vuelta al concepto beca como
para guardar un calcetín, tiene mérito. Ella, IDA, o él, MAR, van a entrar en
la premier league del capitalismo más obsceno. No quiero hacer cuentas
detalladas, pero confundir igualdad con equidad es de vendedores de crecepelo.
Y, finalmente, Yolanda se ha puesto
a sumar. Ya era hora. Casi, casi, lo que toca ahora es multiplicar. Suerte con
la aritmética. Nos va a hacer falta.