La muerte de Almudena Grandes saca a la portada lo complejo que resulta abordar la desaparición de una personalidad reconocida por algo más que su profesión. Desde la canallada de alguna voz de VOX, hasta el dolor verdadero de sus familiares y amigos, pasando por quien una vez obtuvo unas palabras de la escritora y ahora pudiera parecer que fueron compañeras de pupitre. Nunca la vi en persona y he apreciado tanto su obra literaria, que no he leído completa, como sus columnas periodísticas o sus intervenciones radiofónicas. Ese activismo por la memoria democrática tan necesario en España. Una vez me dirigí a ella, por medio de su editorial, no sé si llegó a recibir mi escrito. Nunca tuve respuesta. En “Inés y la alegría” me pareció apreciar un desajuste histórico, en relación con los abastecimientos de víveres recién liberado el sur de Francia. El racionamiento duró allí hasta 1949.
Con su compañero Luis García Montero, con quien ahora comparto estado civil, y lo que rodea a ese estado, sí tuve un encuentro personal. Fue en 1984, en Granada. Ya había ganado el premio Adonais de poesía y se recluyó un par de horas en la antigua madrasa de su ciudad para hablar de literatura, del reino nazarí y de la nueva sentimentalidad poética, con un puñado de alumnos de un instituto de Barcelona. Espero que todos ellos recuerden aquella charla.
Su vida, estadísticamente corta, le impedirá opinar sobre la manifestación del sábado 27 en Madrid. No soy ningún radical. No me suelo referir a ellos como maderos ni picoletos. Son funcionarios necesarios como lo fui yo en otro sector básico. Algunos de mis antiguos alumnos han elegido esa dedicación y no creo que sean monstruos. El sábado se colocaron al otro lado de la pancarta y se dejaron utilizar como ariete contra el gobierno. Un gobierno que ha convocado plazas en esas plantillas para neutralizar los recortes de gobiernos anteriores y que les ha aumentado sus salarios como nunca antes. Solo cabe pensar que el pulso es ideológico. Si se colocan del lado de la minoría parlamentaria, es difícil que obtengan el aplauso de la mayoría de la población. Creo que es el primer gran tema sobre el que Almudena no podrá opinar.
Hay un tema local del que ella dudo que se hubiera ocupado. Esta ciudad, en la que nací y desde la que escribo, tiene por primera vez en su historia una mujer al frente de la Corporación municipal. Sinceramente creo que no ha habido suerte. Cuando yo era pequeño, en el fragor del éxodo rural, se escuchaban reproches del tipo “Ese o esa, ha entrado en la ciudad pero la ciudad no ha entrado en él o en ella” La sociedad española de los 50 y 60, mayoritariamente muy poco ilustrada, estaba dando una patada a un clásico como Antonio de Guevara y su Menosprecio de corte y alabanza de aldea…
A Gema Igual se la puede considerar más cercana a Paco Martínez Soria y la ciudad no es para mí. Y no es el lugar de nacimiento lo que importa. Ciudad o aldea, en los tiempos en los que nació la alcaldesa, se habían equiparado bastante. En el municipio de Valdáliga, sentimentalmente el mío y legalmente el de Antonio de Guevara, ya se había inaugurado el abastecimiento de agua que podía haber sido la mayor diferencia hasta esos primeros años 70. Los escolares iban a un colegio como los de las ciudades…
Gema Igual, con casi veinte años de ocupación política municipal, ha recomendado a los ciudadanos depositar las bolsas de basura en el suelo en ausencia de contenedores… ¿Se había fijado alguna vez en cómo se recoge la basura al menos hace esos veinte años? Su última juerga ha sido referirse a la almendra central. Lo ha escuchado con referencia a Madrid, quizás a alguna otra ciudad y le ha dado validez universal ¿Tiene esta ciudad un centro urbano con una forma más o menos de almendra? Gema, hay estudios de percepción del centro de nuestra ciudad. Es bastante alargado como lo es la ciudad, pero esta no es tierra de almendras. Y eso, en el fondo son anécdotas. Lo peor es que al oscurantismo, el minoritario equipo de gobierno lo llama trasparencia.