miércoles, 10 de julio de 2019

Buda y Pest, 40 años después (Mitteleuropa I)


Un vuelo directo desde casa y la oportunidad de un viaje a un destino literario, ha hecho que, tras cuarenta años haya vuelto a la capital húngara. Es otra ciudad, mejor o peor pero muy diferente. En agosto de 1979 llegué, llegamos, a Budapest procedentes de Rumanía. Tampoco era entonces lo normal pero habíamos usado un vuelo de Barcelona a Bucarest.

Cuando pasamos a Austria vimos que el telón de acero era mucho más real que cualquier expresión literaria. Hoy en Hungría están las luces del capitalismo y un nivel de vida aparente que confrontan con escándalo con los recuerdos. Alguna cosa ha mejorado. Es mucho más fácil hacerse entender en inglés, por ejemplo. Otras, un tráfico endemoniado que no existía, son fuera de toda duda mucho peores.

Buda ha cambiado menos que Pest. El centro se ha convertido en un parque temático, otro más, a reventar de un turismo tremendamente transversal: Acomodados-mochileros; mayores casi ancianos-jóvenes muy jóvenes; educados-semisalvajes… y en el cierre de la ola de calor: Budapest nos recibió a 38º C y sin agua  en el hotel. Hubo cosas mejores que la llegada y, además, Hungría esta vez no era más que una escala técnica. El destino final va en una entrada posterior.

Las tartas de Gerbaud siguen siendo espléndidas aunque las cajeras del supermercado donde compramos un picnic, supongo que no ganan lo suficiente para probarlas y por su aspecto, aquí ya estarían jubiladas. En la pastelería mítica gastamos en un almuerzo lo mismo que en toda nuestra alimentación en Ucrania, o algo más. Sobre jubilaciones tardías me ha parecido que sucedía en oficios diversos, desde conductores de hormigoneras a limpiadores de baños.

La ciudad está en obras y buena falta le hace. Hay edificios majestuosos que no han visto la pintura desde la época de Sissi y Francisco José. Un hotel céntrico al  que le falla el agua y que exige el pago en metálico, con todos los canales del televisor solo en húngaro, lo cual es fantástico para no saber nada de lo que sigue pasando en casa, ya saben eso de la formación de gobierno que, parece que tampoco es imprescindible para que las cosas, la economía, sigan funcionando. 

Hay variadas formas de picaresca, desde la visible del trilero, en lo más alto de la Ciudadela, a la más sofisticada del tipo de cambio, con y sin comisión. La moneda única nos ha restado anticuerpos a la hora de viajar en otras divisas. Tampoco sé cuánto queda en la memoria de aquel cambio ilegal de hace 40 años que te convertía casi en rico en moneda local sin nada en que poderla gastar.

Hay aspectos donde permanece la seriedad de la monarquía dual, ahora que el recuerdo del socialismo real es una  nebulosa. El transporte público parece eficiente, incluido un puntual ramal fluvial que posibilita un tranquilo recorrido por el río, al margen de las manadas ruidosas del turismo multicolor, por 750HUF, unos 2,5€. O el Intercity que nos llevaría a Eslovaquia y que tenía perfectamente señalizada una conexión en bus para los primeros kilómetros, debido a una obra de infraestructura ferroviaria. O la experiencia de un baño termal para uso exclusivo de nacionales.

Nadie prohíbe la entrada a extranjeros. Simplemente no van dos paradas de metro más lejos. Eso sí, mejor llevar moneda nacional. La entrada se puede pagar con tarjeta pero la fianza no. Un intento de aclarar que un billete de 20€ era casi diez veces más de la fianza exigida, estuvo a punto de provocar un ataque cardiaco a la cajera, joven como para no haber conocido el régimen de partido único, y con un nivel de inglés como el de mi difunta abuela. Nos socorrieron unos clientes locales, más que majos.

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