Un vuelo directo desde casa y la oportunidad de un viaje a
un destino literario, ha hecho que, tras cuarenta años haya vuelto a la capital
húngara. Es otra ciudad, mejor o peor pero muy diferente. En agosto de 1979
llegué, llegamos, a Budapest procedentes de Rumanía. Tampoco era entonces lo
normal pero habíamos usado un vuelo de Barcelona a Bucarest.
Cuando pasamos a Austria vimos que el telón de acero era
mucho más real que cualquier expresión literaria. Hoy en Hungría están las
luces del capitalismo y un nivel de vida aparente que confrontan con escándalo
con los recuerdos. Alguna cosa ha mejorado. Es mucho más fácil hacerse entender
en inglés, por ejemplo. Otras, un tráfico endemoniado que no existía, son fuera
de toda duda mucho peores.
Buda ha cambiado menos que Pest. El centro se ha convertido
en un parque temático, otro más, a reventar de un turismo tremendamente
transversal: Acomodados-mochileros; mayores casi ancianos-jóvenes muy jóvenes;
educados-semisalvajes… y en el cierre de la ola de calor: Budapest nos recibió
a 38º C y sin agua en el hotel. Hubo
cosas mejores que la llegada y, además, Hungría esta vez no era más que una
escala técnica. El destino final va en una entrada posterior.
Las tartas de Gerbaud
siguen siendo espléndidas aunque las cajeras del supermercado donde compramos
un picnic, supongo que no ganan lo suficiente para probarlas y por su aspecto,
aquí ya estarían jubiladas. En la pastelería mítica gastamos en un almuerzo lo
mismo que en toda nuestra alimentación en Ucrania, o algo más. Sobre jubilaciones
tardías me ha parecido que sucedía en oficios diversos, desde conductores de
hormigoneras a limpiadores de baños.
La ciudad está en obras y buena falta le hace. Hay edificios
majestuosos que no han visto la pintura desde la época de Sissi y Francisco José.
Un hotel céntrico al que le falla el
agua y que exige el pago en metálico, con todos los canales del televisor solo
en húngaro, lo cual es fantástico para no saber nada de lo que sigue pasando en
casa, ya saben eso de la formación de gobierno que, parece que tampoco es
imprescindible para que las cosas, la economía, sigan funcionando.
Hay variadas formas de picaresca, desde la visible del
trilero, en lo más alto de la Ciudadela, a la más sofisticada del tipo de
cambio, con y sin comisión. La moneda única nos ha restado anticuerpos a la
hora de viajar en otras divisas. Tampoco sé cuánto queda en la memoria de aquel
cambio ilegal de hace 40 años que te convertía casi en rico en moneda local sin
nada en que poderla gastar.
Hay aspectos donde permanece la seriedad de la monarquía
dual, ahora que el recuerdo del socialismo real es una nebulosa. El transporte público parece
eficiente, incluido un puntual ramal fluvial que posibilita un tranquilo
recorrido por el río, al margen de las manadas ruidosas del turismo multicolor,
por 750HUF, unos 2,5€. O el Intercity que nos llevaría a Eslovaquia y que tenía
perfectamente señalizada una conexión en bus para los primeros kilómetros,
debido a una obra de infraestructura ferroviaria. O la experiencia de un baño
termal para uso exclusivo de nacionales.
Nadie prohíbe la entrada a extranjeros. Simplemente no van
dos paradas de metro más lejos. Eso sí, mejor llevar moneda nacional. La
entrada se puede pagar con tarjeta pero la fianza no. Un intento de aclarar que
un billete de 20€ era casi diez veces más de la fianza exigida, estuvo a punto
de provocar un ataque cardiaco a la cajera, joven como para no haber conocido
el régimen de partido único, y con un nivel de inglés como el de mi difunta
abuela. Nos socorrieron unos clientes locales, más que majos.
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