El Intercity resulta tener la apariencia de los antiguos
expresos nocturnos de la Península Ibérica, aunque los seis asientos por
compartimento en su tiempo por aquí, correspondían a la primera clase. La
llanura húngara y las pocas paradas hacen que la velocidad media sea
considerable. Al atardecer el horizonte se va ondulando. Las estribaciones de
los Cárpatos anuncian Eslovaquia.
Al llegar a la estación de Kosice dos noticias, una buena:
La taquilla de venta anticipada está abierta aunque pasan unos minutos de las
10 de la noche, y una mala: No hay billetes para el tren a Leópolis del día
siguiente. Taxi al hotel en euros, pocos. Consulta rápida a las posibilidades
de recuperar el plan inicial que habíamos abandonado al cambiar Debrecen por
Kosice como parada intermedia. Autobús. A las 9 a
Cracovia donde es más fácil el enlace.
Casi cuatro horas en bus cómodo, con alguna parada y una
entrada en Polonia por las montañas del sur, un paisaje extraordinario y
Krynika-Zdroj en el camino, una estación de invierno que en pleno verano tiene
muchísimo ambiente en unos Cárpatos espléndidos. En Cracovia tenemos el tiempo
suficiente para encontrar billetes de ida y vuelta a Leópolis y para almorzar
en las cercanías de la estación. El calor de Budapest se ha terminado. El
tiempo es bueno, soleado y fresco. El mejor para viajar.
A qué vamos a una ciudad que tiene tantos nombres diferentes
y que está a más de 3.000
km de casa y de la que hace un año y medio no habíamos
escuchado nada? A cumplir con una especie de flechazo surgido de la lectura de un
relato que es mucho más que una novela. En esa ciudad nació León, el abuelo de Philippe Sands, autor de Calle
Este-Oeste, y con esa ciudad que yo podía haber identificado como Lemberg,
se relacionan personajes históricos dispares como dos de los juristas
fundamentales en el juicio de Nüremberg contra los dirigentes nazis, que
salvaron sus vidas porque huyeron a tiempo, y el propio gobernador nazi de la
zona, uno de los acusados en el proceso citado.
La frontera entre Polonia y Ucrania es pesada, el autobús,
de un lujo muy considerable, que hace el trayecto de más de 300 km por unos 10€, tiene
en su horario una estimación de más de dos horas para los trámites fronterizos.
La vuelta, la entrada en la Unión Europea, es peor. La policía polaca encuentra
irregularidades en los visados de dos jóvenes y allí se quedan. Esa zona de
Europa tiene una Historia tan complicada que probablemente se podría suspirar
por no haber desmantelado el Imperio Austro-húngaro. De hecho, ese pasado austriaco
está presente en todas las ciudades que hemos visitado.
El diferencial ucraniano está al desnudo: Frontera con la
Unión Europea, ve de cerca las ventajas de la pertenencia, pero no las
disfruta. Una ciudad declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad hace ya
20 años, debería disponer al menos de más pintura para sus hermosas fachadas,
tener más presentables sus medios públicos de transporte, incluso muchos de sus
taxis reclaman a voces la renovación. Y la ciudad es muy bella. Y algunos de sus
edificios impresionan.
Impresionan, tanto o más, las muestras del nacionalismo, el
empacho de banderas, los souvenirs antirrusos (papel higiénico con el rostro de
Putin) Seguramente tienen muchas razones, al menos tantas como los héroes víctimas
de la guerra inacabada que lucen sus fotos en posters en la iglesia de los
Jesuítas… y Crimea… y la preocupación que, al menos desde la guerra de los
Balcanes, podemos tener por esta otra parte de Europa. El nacionalismo es una
enfermedad que no conoce vacuna, al menos de momento.
Y admite toda la frivolidad que se quiera añadir. Imposible
no recordar al sujeto que comía en Budapest en la mesa de al lado, con una
camiseta que reproducía la bandera catalana estelada y su acento rioplatense…Supongo
que no se le habrá ocurrido, nunca, la posibilidad de que Salta o Santa Cruz, o cualquiera de las 23 provincias, lleguen un día a no formar parte de la República Argentina.
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