Despierto con recuerdos de una película de ese título, awakenings, de la que guardo impactos de
la relación médico-paciente. Lo último que leí anoche fueron unas declaraciones
del filósofo Savater que me ayudan a
contrastar que aquellas relaciones con los médicos tienen muy poco que ver con
las que los ciudadanos mantenemos con los políticos de profesión. De las
decenas, centenares, de consultas médicas que, como paciente o familiar, he
mantenido a lo largo de mi vida, recuerdo apenas dos con algún mal sabor. Todas
las demás, todas, incluso cuando el final no pudo ser feliz, la relación con
los médicos fue más que correcta. Se han creado vínculos, algunas veces,
duraderos.
Lo ocurrido en España hace 80 años ocupa lugares marginales
en las noticias pero algunos tratamos de aprender de lo ocurrido entonces. La
situación en Venezuela y sus secuelas en nuestra política interior, me han llevado esta semana a alguna reflexión
sobre lo ocurrido entre el final de nuestra guerra civil y el inicio de la II
GM. En esos cinco meses que separan dos actos de un mismo drama, entre otras cosas
las democracias occidentales siguieron intentando apaciguar a la bestia nazi a
pesar de lo ocurrido en Austria, en Checoslovaquia y aquí.
Pero en agosto, días antes de la invasión de Polonia y del
inicio del mayor conflicto vivido por la humanidad hasta la fecha, se firmó el
tratado de no agresión entre la URSS y la Alemania nazi. Molotov sobrevivió a Stalin
y murió muy anciano cuando ya Gorbachov empezaba
su política de transparencia. Ribbentrop fue
ahorcado en Nüremberg poco después de concluir el proceso contra los líderes
nazis. La Historia, con H, se ha ocupado muy poco, a mi juicio, de las
reacciones a ese pacto entre millones de comunistas en todo el mundo, que, en
líneas generales, justificaron la postura de la URSS.
La mayoría de aquellos comunistas, polacos, daneses,
noruegos, belgas, franceses… en pocas semanas se fueron convirtiendo en los
ejes de la resistencia antinazi tras la ocupación alemana de sus países. Conocer
las cláusulas secretas de aquel pacto, que se negaron reiteradamente desde
Moscú, requirieron cincuenta años y a Gorbachov a la cabeza de la URSS. Solo
entonces pudieron verificarse sin dudas. Lo siento: Algunas reacciones ante el
drama venezolano me traen estos recuerdos. Exactamente un año después de la
firma de ese pacto, y casi un año antes de que Hitler diera la orden de invadir la URSS, Trotsky moría asesinado en México…
Manuela Carmena ha podido pasar en horas de la
idolatría a la traición a la causa.
Todo debe ser blanco, blanquísimo o negro, negrísimo. Los matices no importan y
a quienes nos detenemos en ellos se nos imponen penas próximas a la lapidación.
Si la causa es la libertad, no quiero estar obligado a elegir entre Trump y Maduro. Pero si tuviera que vivir fuera de España, escoger entre Venezuela y Estados Unidos es
una reducción absurda del planeta. Como personajes históricos, Hitler y Stalin
tienen más semejanzas de las que les gustarían a sus partidarios respectivos,
que sigue habiéndolos.
Las imágenes se siguen mezclando. Veo en una foto a un
antiguo compañero de trabajo, muy relacionado con la memoria democrática en
Catalunya, en las cercanías de Olot, en algún recordatorio de la retirada de
febrero de 1939. Se estima en medio millón de personas aquel exilio. Hoy, todavía no hay foto, compañeros
de Ongi Etorri Errefuxiatuak acompañarán a los jubilados ante el Ayuntamiento
de Bilbao, con el Aita Mari atracado
en las proximidades. El Aita Mari es un antiguo pesquero reconvertido en buque
de salvamento que no ha conseguido permiso del gobierno español para acometer
su nueva faena en el Mediterráneo. Quien quiera cifras, a mí me superan, solo tiene que teclear en su buscador
favorito: Ahogados Mediterráneo.
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