miércoles, 26 de diciembre de 2018

Balances


Parece que la RAE tiene problemas con algunos verbos. A mi me hubiera gustado titular balanzar y haber recordado a una actriz británica que se enamoró de la Alcarria al mismo tiempo que Cela, o poco después, y que consiguió hacerse entender en castellano cada vez peor, de tal manera que para ella era un alivio, en sus últimos años, encontrarse con gente que se manejara un poco en inglés. A cambio, servía generosos gin-tonics.

El caso es que en ese manejo cada vez más incorrecto del castellano, decidió denominar balanzar a algo situado entre el hipo y el eructo y no-puedo-balanzar acompañado de un literal lo-siento-para-todo han acompañado desde entonces innumerables recuerdos de alegrías veraniegas. Pero nuestra RAE no deja que hacer balance se denomine balanzar, así, aunque sea época de recontar lo más importante sucedido en el año, el titular no puede ir en infinitivo.

2018 será para mí y para siempre, el año de Diego. No es una cuestión dinástica, de asegurar el apellido una generación más, pero algo difícil de explicar sentí en agosto, cuando mi nieto llegó para convertir a Olivia en su hermana mayor. Dos años más tarde el estado de abuelez es más completo.

La comunidad en la que se desarrolla mi vida, el municipio de la capital de Cantabria,  ha tenido muchos sobresaltos a lo largo del año. Se podía intuir que el cambio estaba llegando a un Ayuntamiento que conseguía enfadar mucho a sus ciudadanos. Pero nadie puede asegurar que la oposición esté, o vaya a estar, a la altura. Los cabreos supremos se han dado con la reforma del transporte público urbano, tras ocho meses de caos y una millonada en despilfarro, el equipo de gobierno ha decidido volver a la situación anterior. Para frenar las escolleras de la Magdalena ha hecho falta un cambio de gobierno en España.

Ese cambio era necesario, pura cuestión de salubridad e higiene. A partir de ahí, no muchas diferencias con la situación anterior. No muchas. Alguna. La venta de armas a Arabia, por ejemplo, prueba la debilidad de la diferencia. El intento de diálogo con la Generalitat catalana podría marcar en positivo ese  cambio. Pero dos no discuten si uno no quiere pero tampoco acuerdan. El cambio ha llegado también a Andalucía. Con un coste exagerado: 400.000  votos y 12 escaños por primera vez en cuarenta años para la ultraderecha.

El auge de la ultraderecha es un fenómeno de alcance europeo que puede alcanzar en las elecciones de mayo un éxito que da miedo y mareo. O mareo y miedo. El fenómeno ha trascendido el este europeo. Gobierna ya en Italia y se manifiesta en el Brexit y fuera de Europa el viento no sopla más favorable. Nicaragua y Venezuela eran tachuelas preocupantes en el mundo latinoamericano. El resultado de las presidenciales en Brasil, ha teñido de facha muchos millones de kilómetros cuadrados.

No me he olvidado de Cantabria ¿Cuál es el balance anual de esta región? Menos mal que no me han encargado un plan estratégico que es lo último en la moda cantabrista más convencional. La corrupción de la que se decía que estábamos al margen, emerge de manera poderosa. Redes clientelares que pasan por las instituciones autonómicas, con dos consejeros con un pie en el juzgado a pocos meses de una campaña electoral y con la Universidad en entredicho. Los dos partidos del gobierno se miran de reojo y el PP no ha superado la parálisis provocada por su tormentoso congreso de 2017 y el parlamento inicia el último periodo de la legislatura como en los viejos tiempos, con tránsfugas y el grupo mixto engordando por semanas. Y Podemos? Otra pieza rota en el mapa estatal de su formación. Pudieron. Podrán?


1 comentario:

  1. La ultraderecha, al menos desde la perspectiva española, no hace sino agitar unos postulados a los que les cuadra muy bien el término 'esquematismo', que no sé si lo admite la RAE, pero creo que nos entendemos. Son una sarta de 'ideas' tirando a difusas, más bien sentimentaloides, pero con escasa proyección práctica. Exactamente lo mismo que escribí yo de Podemos hace unos cuantos meses: un suflé de dudosa perdurabilidad.

    ¿Qué nos dice, lo efímero de esos movimientos digamos minoritarios? Pues que el personal, mal que bien, sigue prefiriendo lo malo conocido que lo bueno por conocer. El mundo es más y más complejo, el ocio es más y más sofisticado, las mentes son más y más dispersas, el desprestigio de lo 'académico' es más y más notorio, las mentiras y manipulaciones de la prensa 'seria' son más y más ostensibles... El resultado es un desapego monumental de la cosa política, la cual ya no es un terreno de debate ideológico, sino una componenda más o menos del siguiente pelo: vosotros, los políticos 'de siempre', seguid a lo vuestro, vivir del erario; nosotros, los votantes, ya veremos.

    Parece ser que la democracia era esto.

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