El barco que salió de este puerto el domingo pasado está
llegando a Alejandría, en Egipto. Parece que no ha tenido ningún problema en su
singladura aunque en algún momento mi seguidor de aficionado y yo no hemos
podido saber su localización exacta. Otros barcos tienen mayores problemas en
la misma zona. Si en vez de llevar armas y explosivos para industrializar la
muerte, te dedicas a salvar náufragos, lo tienes peor. Te puede caer condena
por piratería o tráfico de seres humanos. Y todos podemos ser náufragos o
haberlo sido. Ya sé, es el mundo al revés, pero es como está nuestro mundo. Al
revés.
Por eso, los ancianos se tienen que tirar a la calle, con
frío y lluvia, para que el gobierno zombi de este Reino no se ría de ellos. De
nosotros. Convivimos gentes bastante diversas en este momento en la cúspide de
la pirámide de la población española. Los de los pisos superiores, en general,
tienen peores pensiones y pasaron infancia y juventud con guerra o muy cerca de
la guerra. Los de los pisos bajos, siempre dentro de la cúspide, que nadie se
distraiga, hemos tenido más suerte. Tenemos pensiones más altas, algunos ya ni
tuvieron cartilla de racionamiento y solo nos quedó manejarnos en el ambiente
gris de una dictadura nacional-católica que nos robó los mejores años de
nuestra juventud. Lo imperdonable. Aunque tampoco es moquito de pavo lo que les
están robando a los jóvenes de ahora. Y es que de robar va la cosa. Los
españoles mayores de sesenta, pasivos o activos, sabemos de dónde venimos, lo
que hemos tenido y lo que nos ha faltado. La mayoría podemos ser muy austeros. Incluso
hemos permitido que nos roben. Pero es que además se burlan de los robados y
eso es lo inaguantable.
De mi largo caminar por empleos precarios y garantizados,
por los dos lados de la mesa de centros de enseñanza de todos los niveles, por
la vida en general, he aprendido que somos más fuertes unidos y mucho más vulnerables
cuando vamos solo a lo nuestro. Positivismos como el del escudo de Bélgica o el
de Brasil, nos han podido parecer pasados de moda, pero cuando la lluvia
aprieta, salvo que el viento lo haga imposible, un paraguas, un buen paraguas,
mejor cuanto mayor sea su diámetro, es una buena garantía para no mojarnos. He
apuntado en alguna red social que soy más de sumar y multiplicar. Que las otras
operaciones aritméticas básicas me interesan entre poco y nada en el combate
social. Evidentemente hay quien vive para subrayar la diferencia. Es su
derecho.
Sin duda estoy influido por una parábola, o metáfora o
alguna otra figura literaria, en relación con un paraguas. Hemos tenido, otra
vez, abundancia de concentraciones y demostraciones de protesta los días
pasados. En esta ciudad, que alguna vez pudo parecer un balneario social, se
reúnen miles de ciudadanos para gritarle a la alcaldesa que se equivoca cuando
empeora la vida de la población sin justificación. Le va a costar caro, eso ya
está bastante cantado, a condición de… que una alternativa creíble se abra
paso. Esa es la responsabilidad de la oposición.
El mal tiempo de final del invierno respetó la manifestación
del viernes y la del sábado, pero el
domingo visitó a los que protestamos contra una auténtica encarnación del mal:
Están destrozando con muy pocos motivos un paisaje clave de esta ciudad, la
playa de la Magdalena. Mi hijo cubría profesionalmente la protesta y empezó a
llover. Hubo paraguas, más de uno, que le ayudaron a salvar su retransmisión.
El ha hecho de eso un regalo en el día del padre y yo necesito urgentemente un
babero.
El viernes, mientras miles de ciudadanos protestaban por el
caos generado en el transporte urbano, Luis
Sepúlveda, escritor chileno residente en Gijón, presentaba su última novela.
La Vorágine es más que una librería, como el Barça es más que un club y el fin de la Historia de Sepúlveda solo comparte
el título con el de Francis Fukuyama.
Pero une el golpe de Pinochet y la implantación más salvaje del modelo neocon que
después hemos padecido todos los demás, con el final del régimen soviético y
los muchos flecos que ha dejado. Se podría extender hasta la nueva victoria
electoral de ayer de un individuo como Putin.
Nada bueno para la paz, en Siria por ejemplo.
Un amigo de los de toda la vida, literal, posibilitó un
encuentro más cercano con el escritor durante la cena. Privilegios de los que
marcan mucho más que una semana o un año. Gracias.
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