El calendario escolar sigue marcando mi vida. Le pasa a
millones de ciudadanos, por eso ayer en el vuelo entre Valencia y esta ciudad,
una proporción muy alta del pasaje eran niños y jóvenes en edad escolar. Junto
a sus padres, claro. No estará de más que se considere el impulso económico que
provoca colocar semanas con alta ocupación en medio de temporadas grises. Otros
países vecinos lo descubrieron hace mucho tiempo y junto a razones pedagógicas,
impregna las negociaciones de los calendarios escolares.
Publicar con dos fechas de retraso respecto a lo habitual me
deja lejos de la defunción de Forges,
pero casi en primicia la de Quini.
Admiraba mucho a los dos. El mismo día en que murió Forges, que tanto
contribuyó con su humor a la normalización democrática de la España de la
segunda mitad de los 70, con pocas horas de diferencia se nos colaron tres
noticias que, juntas, hacían despeñarse el barómetro de las libertades en la
España de cuarenta años más tarde.
Sin libertad de expresión las demás son más difíciles, o
directamente imposibles. Secuestrar libros, encarcelar músicos, vetar obras de
arte… nos llevan a la trastienda o al sótano pero dejan un escaparate gris muy
oscuro. Casi negro. Mientras, el cuñado del rey parece que tiene fuero propio y
eso, aunque no está en la agenda prioritaria de
la mayoría del arco parlamentario la forma de estado, no huele bien. A
un cuñado de un presidente de la República seguramente le sería más difícil
residir en Suiza en la situación penal actual de Urdangarín. El hecho de que Anna
Gabriel también haya elegido esa residencia no hace más que confirmar lo
singular de este momento.
Quini a quien hay que recordar por sus éxitos deportivos,
también ocupó noticieros durante semanas a causa de un secuestro que en aquella
España, resacosa aún del intento de golpe de estado de Tejero, no sabía bien cómo enfilar cada día. Y como muchas de las
noticias de hoy, si no recuerdo mal, la intencionalidad política de aquel
secuestro fue mera excusa.
La pausa escolar me ha desconectado mucho, pero no tanto
como para no haber visto un titular de periódico asombroso, si nos quedara
espacio para el asombro. En el editorial de El Mundo del domingo pasado, se
hablaba directamente de estulticia. El vocablo era para la alcaldesa de Barcelona.
Alguna vez se acabará el tremendo dislate que el conflicto catalán está
provocando en aquellas cuatro provincias y en las otras 46, y en ese momento,
el análisis del tratamiento que los medios de comunicación, de allí y del
resto, han dado al citado conflicto dejará muchos rostros enrojecidos. De
vergüenza. No veo muchas más posibilidades.
Nunca me encantó Colau.
Muy temprano traté de disociar su personalidad de la de la otra alcaldesa de
referencia en el cambio operado hace casi tres años. Carmena era y es otra cosa. Nadar y guardar la ropa, no sólo en
política, tiene normalmente un horizonte escaso. Y cuando se gobierna en
minoría hay que ser muy cuidadoso. Eso vale para unos y para otros. Un
acontecimiento de primer orden, económico y tecnológico, con sede en Barcelona,
no debería ser usado para figurar. Eso alcanza al rey y a todos los demás
incluyendo a la alcaldesa. Fundamentalmente porque con procés o sin él, esa sede ni es, ni ha sido, ni será, definitiva.
Hay que ganarla año a año. Y si es buena para Barcelona es buena para el resto
de España.
Una de las últimas incorporaciones anunciadas a Ciudadanos
me hace ver todas de manera distinta. Respeto mucho a Paco Sierra. Si hubiera escrito sobre esto hace una semana o dos,
al calor de alguna otra que se anunció entonces, mi tono hubiera sido diferente.
Parece inevitable una sacudida muy notable en el mapa electoral español. A
ganador se apuntarán muchos y muchas. Le ha ocurrido a UCD y al PSOE y al PP. En nuestra región, entre
tránsfugas e impresentables el organigrama del partido de Rivera era penoso. El fichaje de Sierra, como antes el de Ceruti y algún otro, puede empezar a cambiar esa
sensación.