El invierno sigue bastante duro en lo meteorológico. Si a
finales de octubre teníamos una sequía preocupante que se había alargado
durante meses, la situación empezó a normalizarse en noviembre. En poco más de
tres meses nos ha caído más de la mitad de la ración anual que aquí es
generosa. Incluso las temperaturas que se mostraban muy suaves, se han puesto
en este febrero muy por debajo de lo habitual. Es legítimo exclamar, varias
veces al día, aquello de la que está cayendo. Con la que está cayendo. Y además
cae todo lo demás.
Y entre todo lo demás, al ritmo de mi
lectura acelerada del segundo regalo de los magos de Oriente, Calle Este-Oeste, de Philippe Sands, se me abren conexiones pasado-presente muy poco relajantes. Algunas coincidencias
que se dan en torno a Lemberg, la capital de la Galitzia histórica, una ciudad
con convulso pasado polaco y austrohúngaro que hoy hay que buscar con otro
nombre, Lviv, en Ucrania. El abuelo materno del escritor, Leon Buchholz, dos de los principales expertos jurídicos que
hicieron posible el proceso de Nuremberg contra los dirigentes nazis, Horst Lauterpacht y Rafael Lemkin y uno de estos
dirigentes, Hans Frank, el
gobernador alemán de Polonia entre 1941 y 1944, tienen parte de su vida ligada
a esa ciudad, nacieron o crecieron, o estudiaron o mataron en o desde esa
ciudad.
El autor es, asimismo, un experto jurídico en temas de
derecho internacional. Los dos anteriores parece que se diferenciaban, incluso
al borde de la muy poca simpatía mutua, por cargar el acento más en los
derechos individuales o en los grupales. Algo que no ha pasado de moda. Crímenes contra la humanidad y
genocidio fueron las dos aportaciones al derecho internacional de Lauterpacht y
Lemkin. Y claro, al final de toda la cadena se sitúa el lector, yo mismo. Que
además de leer y ya sin obligaciones laborales, hago otras cosas y procuro
estar informado.
Y llevo casi dos semanas, la obra de Sands tiene casi 600
páginas y anoche he llegado a la 445, dando vueltas a la actualidad que
inevitablemente mezclo con la lectura. El hilo judío, holocausto, estado de
Israel…lleva directamente a un conflicto que cumple el próximo mayo 70 años y
que es la madre de todos los conflictos sucedidos desde entonces. Pero tenemos
el hilo del cementerio mediterráneo. Nuestro mar se está convirtiendo en una
sucursal de Treblinka o Auschwitz o
Buchenwald o Mauthausen y no veo a nadie recorriendo mucho más de medio mundo,
de Estocolmo a Carolina del Norte pasando por Moscú, Vladivostok y Japón (antes de Pearl Harbour) como hizo Lemkin, cargando con
maletas llenas de documentos que probaban lo que la Alemania nazi hacía en los
territorios que había ocupado en Europa, o sea, en casi todo el continente,
pruebas que al final sirvieron para la condena de los dirigentes nazis.
Hemos incorporado a nuestra vida cotidiana una cantinela
que, variando la cifra, da cuenta de los muertos en el Mediterráneo, en Alborán
o en Lampedusa. ¿No hay culpables? ¿No habrá un nuevo proceso de Nuremberg?
Esta semana me produjo un desasosiego especial la declaración de un trabajador
de los servicios de emergencia del gobierno de Cantabria, Nicolás Calzada, que en su tiempo libre colabora con una de las ONGs que ayudan a salvar vidas en el
Mediterráneo. “Nos negaron la evacuación y el bebé murió…”
Todavía estamos lejos de las cifras del Holocausto pero
nadie sabe de qué cifras hablamos. El mundo que parecía que se hacía más justo
hace setenta años va siendo irreconocible. Algunas víctimas se han convertido
en verdugos en un leve periodo histórico y otros siempre han sido víctimas. La
tensión se recrudece en el Próximo Oriente. Hay un accidente aéreo en Rusia y
lo primero que piensas es si ha podido ser un atentado. Todavía no hace un mes
desde que en FITUR se invitaba a visitar Siria. Eso si que es lo que cae, lo
que está cayendo. Sin olvidar a quienes (no) nos gobiernan…
No hay comentarios:
Publicar un comentario