lunes, 12 de febrero de 2018

La que cae


El invierno sigue bastante duro en lo meteorológico. Si a finales de octubre teníamos una sequía preocupante que se había alargado durante meses, la situación empezó a normalizarse en noviembre. En poco más de tres meses nos ha caído más de la mitad de la ración anual que aquí es generosa. Incluso las temperaturas que se mostraban muy suaves, se han puesto en este febrero muy por debajo de lo habitual. Es legítimo exclamar, varias veces al día, aquello de la que está cayendo. Con la que está cayendo. Y además cae todo lo demás.

Y entre todo lo demás, al ritmo de mi lectura acelerada del segundo regalo de los magos de Oriente, Calle Este-Oeste, de Philippe Sands, se me abren conexiones pasado-presente muy poco relajantes. Algunas coincidencias que se dan en torno a Lemberg, la capital de la Galitzia histórica, una ciudad con convulso pasado polaco y austrohúngaro que hoy hay que buscar con otro nombre, Lviv, en Ucrania. El abuelo materno del escritor, Leon Buchholz, dos de los principales expertos jurídicos que hicieron posible el proceso de Nuremberg contra los dirigentes nazis, Horst Lauterpacht y Rafael Lemkin y uno de estos dirigentes, Hans Frank, el gobernador alemán de Polonia entre 1941 y 1944, tienen parte de su vida ligada a esa ciudad, nacieron o crecieron, o estudiaron o mataron en o desde esa ciudad.



El autor es, asimismo, un experto jurídico en temas de derecho internacional. Los dos anteriores parece que se diferenciaban, incluso al borde de la muy poca simpatía mutua, por cargar el acento más en los derechos individuales o en los grupales. Algo que no ha pasado de moda. Crímenes contra la humanidad y genocidio fueron las dos aportaciones al derecho internacional de Lauterpacht y Lemkin. Y claro, al final de toda la cadena se sitúa el lector, yo mismo. Que además de leer y ya sin obligaciones laborales, hago otras cosas y procuro estar informado.

Y llevo casi dos semanas, la obra de Sands tiene casi 600 páginas y anoche he llegado a la 445, dando vueltas a la actualidad que inevitablemente mezclo con la lectura. El hilo judío, holocausto, estado de Israel…lleva directamente a un conflicto que cumple el próximo mayo 70 años y que es la madre de todos los conflictos sucedidos desde entonces. Pero tenemos el hilo del cementerio mediterráneo. Nuestro mar se está convirtiendo en una sucursal de Treblinka o Auschwitz  o Buchenwald o Mauthausen y no veo a nadie recorriendo mucho más de medio mundo, de Estocolmo a Carolina del Norte pasando por Moscú, Vladivostok  y Japón (antes de Pearl Harbour)  como hizo Lemkin, cargando con maletas llenas de documentos que probaban lo que la Alemania nazi hacía en los territorios que había ocupado en Europa, o sea, en casi todo el continente, pruebas que al final sirvieron para la condena de los dirigentes nazis.

Hemos incorporado a nuestra vida cotidiana una cantinela que, variando la cifra, da cuenta de los muertos en el Mediterráneo, en Alborán o en Lampedusa. ¿No hay culpables? ¿No habrá un nuevo proceso de Nuremberg? Esta semana me produjo un desasosiego especial la declaración de un trabajador de los servicios de emergencia del gobierno de Cantabria, Nicolás Calzada, que en su tiempo libre colabora con una de  las ONGs que ayudan a salvar vidas en el Mediterráneo. “Nos negaron la evacuación y el bebé murió…”


Todavía estamos lejos de las cifras del Holocausto pero nadie sabe de qué cifras hablamos. El mundo que parecía que se hacía más justo hace setenta años va siendo irreconocible. Algunas víctimas se han convertido en verdugos en un leve periodo histórico y otros siempre han sido víctimas. La tensión se recrudece en el Próximo Oriente. Hay un accidente aéreo en Rusia y lo primero que piensas es si ha podido ser un atentado. Todavía no hace un mes desde que en FITUR se invitaba a visitar Siria. Eso si que es lo que cae, lo que está cayendo. Sin olvidar a quienes (no) nos gobiernan… 

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