lunes, 20 de noviembre de 2017

El hijo pródigo [para Olivia (7)]

Hay una historia inmortal, querida nieta, que narra lo bien que se recibe al que nunca se ha interesado por lo común. La alegría que provoca que, finalmente, se acuerde de lo que se tenga que acordar y actúe en consecuencia. Puede parecer una manera de aplicar justicia un tanto peculiar. Tu abuelo no ha mantenido toda su vida la misma intensidad, es cierto, pero hace ahora cincuenta años que empezó una vía no muy fácil en aquel momento. Medio siglo. No me preguntes por el oro de Moscú. Sigo cotizando una parte de mis ingresos a diversas causas. Como siempre. Nunca me llegó un céntimo de origen confuso.

¿A dónde hemos llegado? ¿Seré parte de lo que unos llaman izquierda caviar, con evidente influencia francesa? O el algo más racial, izquierda de salón?. Me sigue pareciendo que hay bandas de desorientados que han equivocado una revuelta de pijos con alguna causa más noble, y siempre cuesta bajarse del burro. Aunque el aparente líder supremo de los pijos se morree con los nacionalistas flamencos más próximos a un autoritarismo difícil de encajar en cualquier causa progresista.

Quise escribir algo de esto el 19 de octubre. Se cumplían entonces 50 años de mi primera noche en un internado. Dos días antes mis padres habían viajado a Barcelona donde habían nacido dos sobrinas, casi a la vez, para eso siguen siendo mellizas… Me hice mayor de golpe. Mi primera maleta autónoma. Pero, y ya te lo contaremos, el 19 de octubre de muchos años más tarde también se grabó en nuestra historia familiar. Y ese día me fui con tu padre a un templo particular que tenemos, y comimos en el Filipinas de Comillas, que es un vivo recuerdo de infancia y acabamos con una divertida foto, en tu casa, en la que se te aprecian maneras de… ¿dirigente del futuro? Habrá que vigilarte de cerca.

No falta mucho para el puente de diciembre. En 1967 solo el 8 era festivo. Nadie sabía que el 6 acabaríamos celebrando algo relacionado con una Constitución. Ese día 8 yo viajé desde Alcalá a Madrid y de allí a Aranjuez. Frío polar. En pocas semanas un par de jesuitas- el reciente Concilio estaba transformando la orden de una manera vertiginosa- habían decidido que yo tenía madera para asistir a un congreso juvenil de alguna organización cristiana y obrera. Un embrión de lo que acabaría siendo un movimiento de inspiración maoísta... Eso decían al menos los que sabían más que yo. Me asusté. Solo tuve valor para abandonar el congreso y regresar a Alcalá después de comer.

Si decepcioné a los dos jesuitas lo disimularon muy bien. No había tardado más de seis semanas en enrollarme una vez que la tutela paterna se había quedado lejos. Fuimos muy deprisa. Frené. Acababan de matar a Ernesto Ché Guevara. Estaban a punto de liquidar a Martin Luther King y antes del final de curso, a Bob Kennedy, aunque ellos no lo sabían y la siguiente primavera, la del 68, no me cogió en Paris como a algún cantautor o a la mayoría de los dirigentes de la Transición, pero Madrid tampoco estuvo mal para un joven de provincias que nunca antes había visto una multicopista. También es verdad que aquellas navidades volví a Santander con varios ejemplares de la declaración universal de los derechos humanos, recogidos en la calle Cadarso, muy cerca de la estación del Norte. Maletas de ida y vuelta. Maletas-sede de posteriores conflictos.

Diez quinquenios, con diferentes intensidades, dan derecho a un respeto. Dan derecho a la vergüenza ajena cuando se ven y oyen muchas cosas. Dan derecho a algo muy sagrado: A la independencia de criterio. A coincidir, con quien sea y a discrepar de quien sea. Y sí, lo hemos hecho muy mal si hay que recordar esto casi a diario en el mundo de las redes sociales o de los comentarios en los medios digitales.

Yo tenía para esta entrada un apunte y dice Mugabe. Si alguien repasara este blog, que se acerca a las 90.000 lecturas –si no lo digo yo no lo dirá nadie- podría encontrar varias referencias al tirano de Zimbabwe, que un día fue libertador. Alguna de las últimas en relación con la declaración unilateral de independencia. No recuerdo que nadie, más que yo, haya relacionado a Puigdemont con Ian Smith. Ese si es un camino para ver a la izquierda. La del salón y la de la cocina. La de los dormitorios y la del cuarto de baño.

También se quedó con un asterisco en la última entrada la batalla final de los socialistas de Santander. El resultado ha sido tan claro que lo único que lamento personalmente es, otra vez, el tono de las declaraciones del candidato perdedor. No sé en qué parte de la casa de la izquierda está el PSOE. Salón, cocina, baño… pero sin sus electores y sin otros electores que se declaren simplemente demócratas, no necesariamente de izquierdas, no hay cambios posibles en España. Ni nueva Constitución ni reforma de la actual. Lo digo sin más autoridad que mis cinco quinquenios, querida nieta.



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