Media semana con los pensamientos por ahí, lejos, afectados
por el monzón ahora que aquí ha vuelto el verano a su ser. ¿Y que se encuentran
los pensamientos cuando andan por ahí, de gira? Pues al espíritu del mejor John Wayne de la guerra fría echando,
echando como de comer a algunos animales, echando discursos de patio de
colegio. Fanfarronadas. O no. No era el simpático bravucón de la taberna del irlandés, con la que
descubrí que quedaban gendarmes en la Polinesia. Más próximo al de los boinas verdes. Con cinco años más, yo ya
tenía dolor de Vietnam. Eso, monzones.
Solo he estado una vez en la capital de los EE.UU. Hace casi
treinta años. Es muy posible que no vuelva nunca. Tuve una elección para un par
de horas “tontas” y no visité la tumba del presidente Kennedy. No fui a Arlington. No entré en Virginia. Me quedé en la
orilla del río, junto a un memorial de alguno de aquellos presidentes que
sabían lo que tenían entre manos. Cuando aquí, por poner un ejemplo de un lugar
que ya había elaborado una constitución, volvía a actuar la Inquisición. Y la
lluvia tampoco tuvo la culpa, aunque algo llovió. Será que no éramos de
peregrinar.
El caso es que allí cerca, con la coartada de algo
relacionado con el espíritu del general Lee,
se ha liado más que parda. Negra. Colores muy amados por los nazis y sus
parentelas diversas. La primera vez que me relacioné con ese general fue a
través de unos pantalones que me trajo mi abuelo de Neuyor, así se sigue
pronunciando en mi pueblo donde ya no quedan marinos ni navegantes. Aquí no
existían todavía pero eran moda cotizada. Me los probaron subido a la barra de
un restaurante de la calle del Medio y me debían quedar muy bien. Mi abuelo se
jubiló cuando yo tenía ocho años o sea, que ese viaje de mis pantalones, que no
debió ser el último, nos alcanzó en torno al plan de estabilización y después
de la entrada de la España franquista en la ONU de la mano de Eisenhower.
No voy a cometer la ligereza de juzgar a los EE.UU por su
presidente, ni por unos cuantos miles de activistas de otra galaxia. La
contestación al asesinato de Charlottesville se ha dado en todas las esquinas
de aquel inmenso país y de manera bastante espontánea. Se han cumplido ya
ochenta años desde que Hitler se
comió los triunfos de Jesse Owens en
la Olimpiada de Berlín. Que siga habiendo defensores de la supremacía blanca
califica los cocientes intelectuales de quienes lo mantengan. Pero es que
además son delincuentes y no se debe contemporizar con ellos.
De Trump no hay
mucho que añadir. Se ha situado esta semana, en mi imaginario al menos, a la
altura de Kim Jongun. Está sacando a
flote a Maduro al que algún
fan, supongo que muy de izquierdas, ha
comparado con Allende. Por ahí me va
a costar pasar… Volviendo a Lee, su
figura es muy controvertida todavía hoy, pero no parece que, a pesar de su
cargo en el ejército confederado se le considerase, ya en su tiempo, un racista
radical.
Si enjuiciamos figuras históricas nacidas hace dos siglos
con nuestros parámetros actuales, aquí no libra nadie. Otra cosa es que
racistas radicales traten de aprovechar su renombre ahora mismo. En la guerra
civil americana, como en la nuestra, el componente geográfico jugó un papel de
primera. Lee era de Virginia y Virginia se separó de la Unión y él fue leal a su
estado natal.
También se cumplen ahora ochenta años del final de la guerra
civil en Cantabria. El MUPAC lo está conmemorando con un ciclo de conferencias.
La adscripción de nuestra región durante trece meses a un bando y durante los
casi veinte restantes al otro, nos dejó a medias… De eso quiere hablar Revilla con Rajoy?
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