Considerando
que todos somos iguales, que es uno de los derechos humanos básicos y
garantizados, yo también voy a dejar en el espacio digital mi mensaje de fin de
año. Que me perdone el jefe del Estado y los presidentes de los gobiernos, el
central y los autonómicos, y todos aquellos que creen que su cargo exige lanzar
en esta época del año un discurso al resto de ciudadanos. Prefiero que lo sepan
en directo. A mi no me hacen falta sus mensajes, como a ellos no les hace falta
el mío.
Una
ventaja de ser un ciudadano de a pie es que estas líneas solo las leerán unos
pocos y fundamentalmente amigos, con lo que difícilmente llegarán a molestar a
nadie aunque no todos coincidan con el contenido. Al final, es lo que piensa un
amigo. Pero ni el rey, ni el presidente del gobierno Rajoy, ni el presidente
Diego son mis amigos. Y prefiero que lo sepan y que sepan que no me han gustado
sus discursos, y que mi único consuelo es que cada vez son seguidos por menos
ciudadanos. El del rey, en Nochebuena parece que ha alcanzado mínimos
históricos de seguimiento.
Puede
ser que muchos ciudadanos, mientras acababan de poner la mesa para la cena
familiar, tuvieran un recuerdo para elefantes africanos o yernos muy poco
modélicos. Lo peor, a mi juicio, una vez que en la mañana de Navidad y al día
siguiente, nos fuimos enterando del contenido del mensaje del monarca, es que
cada vez más, el rey se enroca. No soy buen jugador de ajedrez. Desconozco si
es una buena táctica. No recuerdo si cuando la he empleado me ha ido mejor que
cuando no lo he hecho. Pero el rey, como hace un siglo hizo su abuelo, liga su
suerte y la de la institución, a la de los dos partidos mayoritarios.
Para
uno de ellos, el PSOE, el mero hecho de que cada vez más ciudadanos vayan
creyendo que no hay opción diferente, significa el suicidio. Eso y la falta de
liderazgo, o la contestación cada vez más abierta a un liderazgo muy débil,
precipita a los socialistas al sótano, a la trastienda, a la cada vez mayor
invisibilidad.
Fuera
del “turno”, cada vez más se parece la situación a la de hace un siglo y no soy
de los que creen que la historia se repite, no parece que hay alternativa
sólida. Así, la desesperación ciudadana crece, la situación económica no solo
no mejora, no se sabe donde puede estar el suelo del descenso, y los políticos,
y sigo creyendo que la inmensa mayoría son honestos, tienen un desprestigio que
nos puede abocar a cualquier intento de salida antisistema.
En
la festividad de los Santos Inocentes, las noticias más calientes son la lluvia
de millones de todos que se emplean para salvar algunas entidades financieras
saqueadas por sus directivos y la de dos diputados de la mayoría, que en la
Asamblea de Madrid se entretienen jugando con sus ingenios electrónicos
mientras se privatizan centros sanitarios que eran de todos. No creo que
podamos seguir así mucho más. ¿Y cuál es mi mensaje de fin de año? Tremendo, a mí,
que hasta hace no mucho me han acusado de optimismo histórico, me parece que
sólo sigo aquí por mi edad.
España
no es un país serio. Cada pocas décadas nos reinventamos. Llevamos los
doscientos años de Edad Contemporánea como Penélope. Solamente le pido a 2013
que la próxima reinvención no pase por un baño de sangre como todas las
anteriores.
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