Sin
aspirar a ningún premio nacional de pensamiento o lenguaje, no me cuesta
reconocer que creo con firmeza en que hubo un tiempo anterior en el que los
significados de las cosas tenían mayor correlación que en la actualidad. Ya he
hecho alguna referencia a la perversión del lenguaje en entradas anteriores, no
quiero insistir, pero una vez que se anula el lenguaje nos parecemos mucho más
al resto del mundo animal.
Con
independencia de tener un puesto de juez estrella en la Audiencia Nacional o en
el Congreso de los Diputados, o un cargo perfectamente prescindible en tiempos
de crisis, como el del baboso, perdónenme, que ha intentado hacer una gracia –con
ninguna gracia- de otro tiempo, en relación con la violación de las leyes, lo
cual no ha tenido mucho eco, parece que todos violamos leyes a diario. Le ha
costado el puesto el ejemplo, que era nada menos que la violación de mujeres.
Hace falta ser … También es cierto que Amaya Montero, ex-oreja de Van Gogh, había dejado horas antes un twitter muy confuso sobre que quieren decir las mujeres cuando dicen no ... Al menos Amaya Montero parece que dice algo más que no (¿?)
La
demostración de que tenemos una justicia muy precaria es que todavía hay un
diputado del PP por la calle y en su cargo, después de haber insultado a un
juez. Pervirtiendo el lenguaje. Que ya debería estar penado en algún código
aunque fuera el mercantil. En origen pijo y ácrata eran términos todo lo
antitéticos que pueden ser dos términos. Que un alto cargo del partido en el
gobierno se los endose juntitos a un alto magistrado revela muchas cosas a la
vez.
Tengo
que aclarar que el neologismo del titular no es exactamente propio.
Aproximadamente la mitad de los derechos los tiene uno de mis cuñados con el que
la vida me ha hecho disfrutar muchas buenas horas. Creo que los dos entendíamos
por neopijo algo que en un tiempo se denominaba desclasado. Después ya
empezamos entre todos a modular –influencia de la delegada del gobierno en la
comunidad madrileña, que hay que ver como modula- el lenguaje. Los términos de
clase parecían pasados de moda. Quienes habíamos aprendido marxismo, académico
y aplicado, nos dedicábamos principalmente a cosas aparentemente más divertidas
y…
Los
pijos de toda la vida, gente de fundamento en su mayoría, se vieron desbordados
por oleadas de neopijos que se les subían a las jorobas a la par que los
cuellos de sus camisas de polo con dibujos de la marca cada vez mayores. Daba
igual el contexto. Cualquier ocasión era buena. Una foto con un líder,
sindical, político, económico, deportivo… podía valer un genuino Potosí. En muy
buena parte por estar el casillero de neopijos lleno de personal que tenía, y
tiene, sueldos y prebendas cercanos a los que se creía que tenía alguna reina
mítica.
Y
después estaba el arte de la conversa. Quién, por ejemplo en esta ciudad y
región, no es amigo íntimo, del colegio, de todos los empresarios conocidos o
diputados y senadores… de tal manera que si solo sigues siendo amigo de tus
amigos, no vales prácticamente nada. No deberíamos olvidar que una acepción de
pijo es algo sin importancia. Algo que te importa un pijo.
Pues
como últimamente he padecido algún ataque de budismo o algo parecido, ya le voy
encontrando un sentido positivo a toda la marejada que estamos viviendo. A ver
si al final, con la crisis, los mecánicos parados y las dependientas en las
listas del INEM, con todo respeto para mecánicos y dependientas, dejan de
fabular que son amigos de Emilio Botín, del alcalde o del presidente regional.
Es como volver a llamar a las cosas por su nombre. Volver al lenguaje es volver
a la civilización. Y a la lucha de clases, que nos hemos dormido y mira la que
nos han liado.
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